EL CANALLA. Capítulo 1.

Radiocadena Española

Radiocadena Española, emisora original de «El Canalla»

A principios de los años 80 me surgió la posibilidad de colaborar en un programa radiofónico que conducía ese eterno bon vivant, cronista de la noche killer y actualmente distinguido crítico culinario que es Javier Agulló. No recuerdo si se trataba de La senda de los elefantes, tampoco qué emisora ni otros detalles1. Ni siquiera puedo asegurar que llegara a verme remunerado por ello. La cuestión es que nos pusimos de acuerdo para crear una radionovela, suerte de folletín canaille. Yo la escribí, bajo el seudónimo de Justo Luis Leguineche de Zabala, y Agulló la interpretó, poniendo voz a casi todos los personajes y consiguiendo una magistral creación con el protagonista, Paco, que a mí en el fondo siempre me recordó a Alfonso Guerra.

No había nada preparado. Yo me ventilaba los guiones de un día para otro, la mayoría momentos antes de salir a antena, y por consiguiente Agulló nunca sabía con lo que iba a encontrarse. Era una majarada sin pretensiones, una tontería, una travesura con la que pasar el rato. Sin otros efectos de sonido que los que nos inventábamos en el momento, con una ambientación musical en la que predominaban himnos legionarios y marchas militares, El Canalla llegó a convertirse en un espacio de culto entre taxistas y freaks varios de Barcelona y alrededores, levantando también no pocas protestas por parte del sector bienpensante de los oyentes, a los que cada tarde, de lunes a viernes, escandalizábamos las sobremesas. Pese a que razón no les faltaba, pues de eso se trataba, de eso y de reírnos de la provinciana Barcelona de aquella época, en los inicios de su aldeanización convergente como preludio del igualmente nefasto socialismo olímpico, la directiva de la emisora nunca nos llamó al orden. Aunque fuimos embruteciéndolo progresivamente hasta sumergirnos de lleno en el delirio, El Canalla quedó interrumpida sólo cuando a Agulló se le acabó el contrato, y con él el programa. Quizá mejor así, porque aquello podía no haber tenido fin. En total llegaron a emitirse ciento y pico capítulos. El original del primero se extravió, y he tenido que reconstruirlo, pues en él se presentaba al protagonista, fundiéndolo con el segundo y dando lugar de ese modo a un capítulo introductorio de extraordinaria longitud. Esa, y alguna que otra corrección, han sido las únicas licencias que me he permitido en esta revisitación, cuya periodicidad se prevé de dos capítulos al mes.

***

EL CANALLA

Capítulo 1

Paco era uno de aquellos caballeros legionarios con grandes dificultades para asumir la pérdida del Sáhara. Todavía se le anegaban los ojos en amargos lagrimones cuando recordaba cómo habían sido devueltos al sarnoso moro primero Sidi Buya y después Villa Cisneros… cómo su bandera, la Xª, había sido arriada, condenándolos al oprobio de por vida a él y a todos sus compañeros del Segundo Grupo Ligero Sahariano, la última unidad militar española en abandonar territorio saharaui.

El Canalla

© Ladrón

Reacuartelado en Fuerteventura, Canarias, Paco albergó la loca idea de liderar un golpe de mano para declarar el estado marcial en las Afortunadas, y desde allí reconquistar no sólo el Sáhara sino también Marruecos. En sus delirantes planes, quería dar una lección a aquellos piojosos mustafás y tenía previsto que Hassan fuera sodomizado por las ocho Banderas del Tercio al completo mientras las cámaras televisivas propagaban por el mundo via satélite y en emisión ininterrumpida las imágenes de tan merecida, y en su opinión necesaria, humillación. Contaba para llevar a cabo esa febril empresa con la complicidad de unos cuantos de sus camaradas, pero cuando el subteniente Galíndez se enteró del lío acabaron todos chupando calabozo preventivamente. Sólo la infinita bondad del comandante Cornete-Asís les libró de un consejo de guerra, pero a cambio Paco y el resto de sublevados tuvieron que empeñar su palabra de honor, jurando por la gloria de Millán Astray que renunciaban a la cruzada en tierras sarracenas.
Inadaptados, víctimas de una severa depresión, Paco y sus hombres apaciguaron la frustración sembrando el terror en Fuerteventura. Esa criminal campaña concluiría con el secuestro de dos aviones y el asesinato de tres turistas, Paco dado a la fuga y viviendo escondido en el monte como un animal, que en el fondo es lo que era. Nuevamente gracias a la intercesión del bendito de Cornete-Asís, que de algún modo reconocía en Paco todos los indómitos valores que diferenciaban a un legionario del resto de los hombres, pudo escapar de la isla a bordo del carguero Cigarral, rumbo a la península. Clandestinamente desembarcado en Cádiz, Paco había conseguido llegar hasta Zaragoza dejando a su paso un reguero de fechorías y crímenes, su mente cada vez más enferma, sus ansias de venganza a duras penas contenidas.
Esa era, a grandes rasgos, la circunstancia de Paco. En ella pensaba con una mueca de disgusto mientras un autocar de línea le llevaba a Barcelona. Paco miraba absorto por la ventanilla la fantasmal negrura que envolvía a los Monegros, no más oscuros que sus pensamientos. Ea, se dijo, vamos a dormir un rato. Se sopló de un trago el cuarto de botella de coñac que le quedaba, aspiró un rayaco de spidbol de veintitres centímetros exactos —ni uno más, ni uno menos—, y lió entre maldiciones un petardo de grifa del grosor de un puro. Tras propinarle una inhalación con la que consumió la mitad de aquel cilindro, berreó desde el fondo del autocar:

—¡¡¡Conductoooorr!!! Echanos una película, que yo sin un poco de tele no me sobo.

Respaldada su propuesta por parte del pasaje con un murmullo de aprobación, el conductor les dió a escoger entre una de Esteso y Pajares y Octopussy de James Bond.

—¡¡¡Y una mierda pa tu boca!!! —clamó Paco—. Me vas a poner tu a mí una de Ágata Lys.

Inútiles fueron las protestas de los partidarios de Los Energéticos o en su defecto Agítese Antes de Usarla, pues el conductor era un adicto a Esteso y Pajares y llevaba consigo varios de sus videocassettes, también las explicaciones de éste asegurándole a Paco que no disponía de «Último Tango en Madrid» ni de ningún otro título de Ágata Lys. A Paco no le gustaba que le llevaran la contraria. Plantándose de un salto en el pasillo del autocar, los ojos inyectados de sange envenenada por la droga, las venas de sus sienes palpitando sin control, el sudor cayéndole a chorretones, extrajo su fusca Astra del nueve largo y dijo riéndose a carcajadas:

—De aquí no sale vivo ni diosss. Os vais a enterar ustedes de quién es Paco el Canalla. Por mis cojones que sus vais a enterar. Caguen la guardia mora de Franco.

Y dicho esto pegó dos tiros. El estruendo de las detonaciones sacudió a todo el pasaje del autocar. Enmudecidos por el miedo, los pasajeros vieron el desencajado rostro del legionario loco asomarse a través de una nube de humo azulado. Los proyectiles se habían alojado en el video-cassette que se encontraba a la derecha del conductor. Este, con voz trémula, acertó a decir:

—Pos ahora no veremos ni Esteso, ni Pajares, ni Marcelino Pan y Vino, oiga.

Afortunadamente para su integridad, tan inoportuna observación no llegó a oidos del lejía, que se encontraba demasiado ocupado pegándole una mortal calada al descomunal porro. Envalentonado por la pócima de alcohol, ‘spidbol’ y ‘kiffi’, procedió a continuar su peligrosa venada. Pero antes se permitió un capricho. Aquello le había puesto de buen humor, tenía ganas de cantar y así lo hizo, no sin cierto arte:

«Estando yo vacilando en las cuevas de Ketama/me vino a pegar el corte el sargento de semana/Caballero Legionario dime qué fumas, ‘kiffi’ o puro de Ketama/yo fumo en arguila, que es lo que me gusta a mí/Si fumas en arguila, vete tranquilo y contento, vacilones con tu fama los quiero en mi campamento».

Unos tímidos aplausos del conductor recompensaron aquella espontánea manifestación lírica. Como vieran que una sonrisa se esbozaba en la cara de aquel demente, librándola momentáneamente de la enajenada crispación que les había aterrorizado momentos antes, los pasajeros secundaron con torpes palmadas al conductor, formando una desordena claca que Pacó interrumpió de cuajo llevándose bruscamente el dedo índice a los labios. Volvía a estar serio. Mal asunto, pensó no sin razón un anciano que dormitaba en su asiento, y a quien, ni corto ni perezoso, arreó Paco una larga tanda de golpes con la culata de su pistola. Después, no satisfecho con tan inhumana hazaña, arrancó un bebé de los brazos de su madre y lo arrojó a la autopista por una ventanilla. A continuación, ya totalmente fuera de sus casillas, se desabotonó la bragueta, extrajo su miembro viril y orinó indecentemente sobre la calva del conductor al tiempo que expelía una ruidosa ristra de malolientes pedos. Era el no va más.

Algo más calmado, pero todavía preso de violentas gesticulaciones, ordenó al humedecido chófer detener el vehículo en la próxima área de descanso. Una vez allí, obligó a desnudarse a todo el mundo, incluidas un par de religiosas. Insensible a las súplicas que, por ende, parecían encender aún más su sadismo, hizo descender a todo el pasaje a pesar de que en el exterior llovía y un viento frío arreciaba con furia. Los miró con desprecio, arrancó el motor y se despidió diciendo:

—Y no sus acatarréis, malajes…

Doscientos kilómetros más adelante, conducidos a todo gas y con todo tipo de imprudencias temerarias de por medio, el autocar enfilaba la Diagonal de Barcelona. Un escalofriante destello brilló en los ojos del legionario mientras se saltaba un semáforo en rojo y embestía a un pobre estudiante de Farmacia que en aquellos momentos cruzaba por el paso zebra. Mientras crujía el peatón bajo las ruedas del autocar, Paco pensó en voz alta:

—Asina que esto es Barcelona. Aquí os vais a enterar también de quién es Paco el Canalla. Por mis muertos.

EPILOGO:
¿Se resfriarán los desamparados pasajeros del autobús? ¿Atropellará también Paco a algún estudiante de Derecho? ¿La liará parda en Barcelona? ¿Será una rosa? ¿Será un clavel? No se pierdan el próximo episodio de El Canalla. Una radionovela de agárrate y no te menees.

© 2011 Jaime Gonzalo.

  1. Xavier Agulló nos confirma que fue en el programa La senda de los elefantes de RCE

2 comentarios en “EL CANALLA. Capítulo 1.

  1. luxinterrier

    Jajajajajaja!

    Me estoy imaginando como sería escucharlo por la radio.
    ¿No hay forma de recuperar esas grabaciones?

    Otra cosa, estuve escuchando el programa de Carne cruda al que fuiste por lo del 25 aniversario del ruta, y pusiste un tema de Count V.¿Eran de verdad Count V?

    Un saludo

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