EL CANALLA. Capítulo 11.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

Antes de que Paco se dispusiera a penetrar salvajemente a Dña. Amparo, esta le ha confesado que es una sadomasoquista irredenta cuyas depravadas prácticas transcurren en el que fuera despacho de su difunto marido, reconvertido en salita de torturas. No se sabe si por la impresión o por el potaje de canalones, drogas y vinazo, pero lo cierto es que Paco ha vomitado hasta la hostia que le dieron en la primera comunión, tarea a la que una asqueada Corominas se ha sumado con todas sus fuerzas.

***

¡Escucha aquí el capítulo original!


Extenuados por los esfuerzos, Paco y Amparo se abandonaron a un sueño reparador pero también apestoso, pues transcurrió sobre el nauseabundo lecho formado por sus propios vómitos, ya en proceso de solidificación. Amparo se despertó primero, y, como pudo, se libró de Paco, que roncaba estrepitosamente sobre sus mullidos pechos, aprovechando el muy cerdo en su subconsciencia para babearle los pezones.

Hallándose el legionario roque e indefenso, la Corominas lo arrastró fuera de la cocina, no sin ímprobos esfuerzos, pues pesaba más o menos como Montserrat Caballé después de arrasar con media docena de pastelerías. A patadas, ya que no podía con su alma, condujo el fardo humano hasta el despacho de su marido. Allí lo ató a un potro de tortura, dejándolo encerrado mientras ella se duchaba y cambiaba de ropa, no sin antes masturbarse con una estatuilla de San Antonio María Claret, del que era devota, reciclada en artilugio sexual como otras reliquias religiosas, cirios, escapularios y hasta hisopos incluidos, no por ello de menos valor sentimental.

Mientras tanto Paco soñaba en voz alta. Sufría una pesadilla en la que celebraba su primera comunión y Bibi Andersen, la Maña, Norma Duval y Rafaela Aparicio bailaban una jota en pelotas mientras le preparaban una merienda a base de arenques, Danone de macedonia, pistachos, pimientos fritos, callos a la madrileña y morcillas segovianas, ingredientes que una vez mezclados procedían a triturar en una Moulinex. Después se lo hacían comer todo mientras le cantaban a coro los grandes éxitos de Juan Erasmo Mochi. Entonces iba la Aparicio y con una voz de lo más siniestro le decía a Paco:

—Y ahora mi niño se va a papear el postre… ¡Un bocadillo de calamares de barra de medio! ¡¡Ea!!

Incapaz de soportar por más tiempo un sueño tan asqueroso, el subconsciente de Paco le sacudió un retortijón a sus doloridas tripas. Un nuevo caudal de vómito estalló en su boca y salió disparado de esta cual semilíquido proyectil, yendo a estrellarse contra la cara de Joaquin Prats. Paco se fijó bien y descubrió que aquello no formaba parte del sueño. Desnudo y pringado de papas, se encontraba encadenado a una pared, donde había sido trasladado, y delante de él se levantaba otra pared con un póster de Joaquín Prats, apuesto presentador televisivo por el que la Corominas sentía debilidad, que había dejado perdido de pota. El siniestro crujido de una puerta al abrirse acabó de convencerlo de que estaba despierto y bien despierto. Giró la vista y sus ojos fueron a posarse sobre Amparo Corominas. Se encontraba la viuda apoyada en el umbral de la puerta. Unicamente vestía, es un decir, minúsculo tanga, botas altas de tacón de aguja y guantes de látex. Maquillada como una cualquiera, un collar formado por testículos humanos disecados se cerraba alrededor de su cuello, mientras que por pendientes lucía los falos momificados de sus dos últimos confesores, el padre Arrete y mosén Bofarull, respectivamente. En sus manos se balanceaba un largo látigo de siete colas confeccionado con piel de escroto, donada, no precisamente voluntariamente, por un simpático repartidor de butano nigeriano que los tenía como balones de futbol. Súbitamente, Amparo ondeó al aire el látigo como si fuera una extensión de su brazo, y con un relampagueante chasquido le abrió la cara a Paco, dejándosela surcada por profunda, no menos humillante brecha.

—Esto para que aprendas. Cerdo, que eres un cerdo. Mira como me has dejado al pobre Joaquín. Con lo que a mí me gustaba ese póster. Pero no te preocupes, perrrrro. Te voy a hacer sufrir de lo lindo, mamón. A ver si te enteras, vas a pasar el resto de tu vida aquí, encerrado, mientras te torturo día a día. Considérate mi huesped, uy, no, digo mi alferez, uy no, tampoco… Mejor, considérate mi esclavo.

La carcajada que a continuación profirió la Corominas, tan horripilante fue que ningún diccionario, al menos no de este mundo, se ha atrevido todavía a contemplar palabras capaces de aproximarse a describirla. Imagínense.

***

EPILOGO:
¿Se ha encontrado Paco en la Corominas con la horma de su zapato? ¿Podrá limpiarse el poster de Joaquín Prats? ¿Acabarán las pelotas del legionario ensartadas en el siniestro collar de la sádica? ¿Está cómodo encadenado a la pared? Póngase al corriente escuchando el próximo capítulo de El Canalla. Una radionovela de vísceras y casquería.

© 2011 Jaime Gonzalo.

 

Un comentario en “EL CANALLA. Capítulo 11.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.