EL CANALLA. Capítulo 33.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

El intento de reinsertar laboralmente a Paco ingeniado por la Vane ha constituido un estrepitoso fracaso, y eso que no tiene la pobre ni idea del zafarrancho con que el legionario-portero se ha despedido del local y su clientela, a la que ha gaseado cual inquilinos de Belsen para a continuación inicinerar al personal aprovechando la alta inflamabilidad de sus ventosidades. Paco vuelve a ser pues el de siempre, un hombre pegado a su sofá al que se le ha agriado la mirada cuando le han dicho que había un misterioso invitado en casa. Eso sí que no, ha pensado en defensa de su innata y egoísta tendencia al gorronismo, viendo amenazadas las posibles viandas y drogas que la Vane hubiera podido adquirir ese día para hacerle la cena.

***

Se encontraba Paco hurgándose las narices con una de las patitas de Filomeno cuando la Vane le dio la noticia del invitado sorpresa. Amostazado por tan inconveniente novedad, el lejiata la pagó con el chucho retorciéndole las pelotillas hasta hacerle ver las estrellas. Luego lo lanzó con furia contra la pared, en la que el cánido rebotó para a continuación esconderse en el interior de una de las zapatillas de Paco mientras gemía aterrorizado. Tras cagarse en voz alta en todos los muertos, el maltratador de animales y personas urgió a la Vane para que le desvelara la identidad del entrometido, a lo que esta, también a berrido pelado, respondió…

—Ahora memo te lo prezento… ¡A vé, Úrzula, zal ya de la dusha, que lleva tre ora ahí metía y te va a arrugá toa!

Se abrió así de par en par la puerta del lavabo y apareció Úrsula, una despampanante mujerona, de sobrenaturales pechos y rotundas curvas, cubierta con una minúscula toallita de manos que salvo lo que había desayunado lo dejaba todo al descubierto. Escultural, reluciente de crema hidratante y otros potinges, chorreando agua y aceite, aquel cuerpo se le antojó a Paco un templo del placer en el que él podía oficiar sacerdotales sacrificios. Al ver la cara de lerdo que se le había quedado a Paco de tanto abstraerse en la contemplación de Úrsula, la Vane dijo toda mosqueada…

—Joer, Urzula, zécate un poquito que me etá dejando la arfombra hesha un sharco, y luego va er Filomeno y piza er agua y ze me acatarra er pobre bisho.

Sin decir ni mu pero expresando con su mirada mucho más que todas las palabras de un diccionario juntas, Úrsula dio media vuelta, dejando a la vista de Paco un mayestático trasero que a medida que se alejaba parecía estar diciéndole, «qué, ¿te vienes?». La Úrsula, le contó la Vane a Paco mientras aquella se vestía, era una vieja amiga y aquel reencuentro tenía que ser celebrado por todo lo alto. Esas fueron todas las pistas que le dio sobre ella, lo cual hizo sospechar a Paco que seguramente se conocían de fanenarse juntas las calles en otros tiempos. El plan era ir a cenar a Can Chicharelu, un infecto antro gastronómico del Pueblo Seco al que la pareja acudía en las grandes ocasiones para degustar el plato estrella del establecimiento, tempura de morcilla. Vanesa se puso la minifalda de hule rojo, unas botas amarillas hasta las rodillas, un body transparente y su peluca favorita, la violeta. «Hoy mapetese ir dicreta», dijo mientras se admiraba en el espejo refajándose el paquete con esparadrapo para que no hiciera demasiado bulto. Úrsula escogió un maillot estampado que imitaba la piel de leopardo, zapatos verde semáforo de tacón, y un emplumado y llamativo sombrero que a Paco le recordaba a Dartañán, el famoso mosquetero. Por su parte, Paco optó por su uniforme de gala y se plantó unas cuantas medallas de latón que años atrás había adquirido en el Rastro de Madrid para impresionar a sus amistades. Ya en el restaurante, mientras se zampaban un entrante a base de boquerones con mermelada de higos, pizzetas de anchoa caramelizadas con chicle y cinco botellas de grapa adulterada, Vanesa se dirigió a Úrsula, que hasta entonces había estado callada como una tumba…

—Ea, Urzula, dile argo ar Paquito, que igual ze pienza que ere múa.

Úrsula parpadeó quedamente, provocando una corriente de aire con el batir de sus pestañas postizas. Tras expirar sin prisas una prolongada bocanada de humo del Montecristo del que estaba dando cuenta, dijo con profunda, susurrante voz, y pronunciado acento bonaerense…

—Ete, vite, che, menudo quilombo… la concha de su puta madre, ete, ¿no tienen mate acá?… Vaya mierda restorán…viva la pampa, no yoré por mi Argentina, Maradona, Gardel, che, pidamo un shurraco, ¿vite?

Paco no entendió ni jota pero asintió a todo e incluso zarandeó al camarero para que de un modo u otro les consiguiera una botella del mate aquel que decía la Úrsula. Aquella voz, aquel acento, se la habían puesto más dura que la jeta de Felipe González. Necesitaba aliviarse de inmediato, y con la elegante excusa de una colitis que le tenía todo el día “jiñando y jiñando como un decozío”, se largo a toda mecha al lavabo para pelársela tranquilamente mientras rememoraba la visión de la Úrsula saliendo del lavabo recién duchada. Diose la casualidad de que en uno de los retretes se encontraban dos camareros del restaurante y uno de los cocineros protagonizando una rápida sesión de scat entre plato y plato. Con el jaleo que armaban y el hedor a excrementos que de allí salía, Paco no pudo sino encaramarse a la taza del lavabo adyacente para fisgar lo que ocurría. Ni que decir tiene, al avistar la movida desechó la idea de pajearse y se lanzó en picado sobre aquel trío rebozado en mierda, sumándose a la fiesta y aportando una poderosa cagada que descargó en las fauces del cocinero, no por sorprendido ante aquel inesperado espontáneo menos complacido con la consistencia y aerodinámica armonía del zurullo que le obsequiaba. También hubo para los camarutos, a los que Paco casi sepulta bajo una aspersión de diarrea líquida que le salió en géiser de tanto apretujar los intestinos en busca de materia fecal. Tras hundir la polla en aquella pila de heces, hizo que se la chuparan los tres empleados de Can Chicharelu hasta dejársela más reluciente incluso que antes de bañarla en caca, y de paso se les corrió en la boca a todos, por riguroso turno. No satisfecho con ello, al salir sodomizó a un pobre cliente que se encontraba allí lavándose las manos. Aun así, nada de aquello había podido disipar la erección que con solo pensar en Úrsula amenazaba con hacerle estallar el miembro. Aprovechó pues de vuelta a su mesa para colarse discretamente en la cocina y en un tris tras meterla primero en un brazo de gitano, luego en una merluza al horno y finalmente en un tiramisú, descargando nuevamente en cada uno de esos alimentos copiosas andanadas de espermatizante néctar. Sin ser visto por nadie mientras añadía a los platillos ese ingrediente de cosecha propia, se subió la bragueta y volvió a la mesa. Descuidado por naturaleza, Paco había olvidado adecentarse, y los manchurrones de caca que cubrían su uniforme, el mocardo de semen que pendía de una de sus medallas de pacotilla, el pestazo de mierda mezclado con el de merluza mancillada que emanaba de su entrepierna, tuvieron que ser incómodamente disculpados por la Vane, que, para despistar, dijo…

—Hombreeee, Paquito, a ve zi aprende de una ve a limpiate er culo cuando hase tu coza, que aluego me deja lo calsonsillo que no hay quien lo ponga blanco otra vé, po no hablá de eza pezte tan dezagradable. Ya ve, Úrzula, e como tené a un ninio pequeño…

EPILOGO:
¿Úrsula es argentina o chilena? ¿La morcilla del tempura de ídem, es de Burgos? ¿Practican scat también el resto de camareros y el maître? ¿El semen vertido por Paco en la cocina, maridará con los platillos que ha sazonado? ¿Se lo han hecho alguna vez juntas la Vane y la Úrsula? No se pierdan el próximo episodio de El canalla. Una radionovela que rompe tabúes gastronómicos.

© 2012 Jaime Gonzalo.

 

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