EL CANALLA. Capítulo 47.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO

Paco se ha labrado pacientemente el desprecio y animadversión de Mateo Sho Sho Lin y de una cuarta parte de la población china, y no hay alma en El Último Emperador de la China Mandarina que no arda en deseos de ver al legionario sometido a las bárbaras pero a la vez refinadas torturas que le tiene preparadas Mariloli, la hija del abyecto Mateo. Mientras Paco aguarda a que su suerte se cumpla, ha coincidido en las mazmorras del restaurante con un viejo compañero de fatigas, el Marqués de Llobregat. ¡Qué casualidad, oye tú!

***

Ay, la de perradas que nos reserva la vida, y nosotros sin enterarnos hasta que nos revientan en la cara. Así meditaba el Marqués de Llobregat a propósito de la reaparición del macaco de Paco en su vida, tan oscura ya de por sí en aquellos momentos de confinamiento oriental, a la espera de ser subastado como conductor de rickshaw en las profundidades de la cruel y misteriosa China. No dejaba el hombre de lamentarse, y ni por esas dejaba Paco de incordiarle para que le relatara qué había sido de él desde que desapareciera sin dejar rastro tras el episodio del cautiverio a manos de su señora Amparo Corominas y la posterior zarzuela marinera que se organizó cuando aquella se convirtió en zombie psicópata sadomasoquista caníbal y entraron en escena la Menchu, la Vane y la Maruja liando allí la de Dios.

Así pues, el Marqués, qué remedio, pobre hombre, tuvo que ceder a la brasa de Paco y procedió a confirmarle la veracidad de aquellos rumores que el legionario había oído situándolo en Benidorm, donde supuestamente seducía a afiliadas del Imserso para vivir a sus expensas, ya que la Corominas le había arrebatado su fortuna, y seguía consumiendo por activa y por pasiva bolas de futbolín, a las que se habría hecho adicto.

—No lo negaré, tan bajo caí. Allí, en Benidorm, probé suerte primero metiéndome en un sucio negocio de tráfico de dentaduras postizas. Mi cometido en el organigrama de tan repugnante industria era hacerme con las ortodoncias de mis amantes del Imserso mientras estas dormían profundamente, extenuadas tras hacerles yo el amor con expertos métodos basados en el Kamasutra. A las que no depositaban la dentadura en un vaso de agua con bicarbonato, se la arrancaba si era necesario de la boca y ellas ni se enteraban… Imagínese lo derrengadas que las dejaba. Al final, claro está, tuve que dimitir porque no podía con mi alma, iba tan bien el negocio que los mafiosos con los que estaba complicado me exigían de cuatro a cinco dentaduras diarias.

—Ya zerá meno —interrumpió Paco—, que yo te e vito er parato y lo tiene tu mu shushurrío como pa pegá tanto porvo, po vieja que fueran la shorba que te tirava… Meno lovo, marqué…

—Y qué sabrá usted, pedazo de animal. La sádica dieta de bolas de futbolín había operado una prodigiosa transformación en mi próstata, creciendo ésta hasta el extremo de desafiar a la naturaleza y la biología y osmotizarse con mi pene cual viga maestra. Siempre iba empalmado, oiga. El problema es que en Benidorm ya me había recorrido todos los salones deportivos y bares con futbolín, y cada vez me costaba mas trabajo dar con bolas. Pero tuve una idea, mejor dicho una iluminación… Fundé una secta, La Iglesia Prostática de la Octava Bola, reuniendo a unos cuantos devotos entre la alta sociedad de Benidorm. No pocos prohombres de la ciudad, turistas adinerados, intelectuales y hasta un par de concejales del PSOE sin prejuicios se sumaron al culto con el propósito de recuperar a sus años una sexualidad fértil y poderosa como la mía. Todo iba viento en popa. Pagaban fortunas por asistir a mis cursillos futbófagos y, gracias a los contactos de uno de ellos con la industria del fútbol mesa, nunca nos faltaba el suministro regular de bolas. Montábamos unas misas la mar de bonitas, en las que yo les daba a comulgar bolas y más bolas, hasta que se ponían morados y empezaban a desarrollar la erección por asfixia. Un par de bolanianos casi se me mueren en plena eucaristía, pero afortunadamente los pude reanimar. Resumiendo, el culto de comedores-defecadores de bolas de futbolín prometía, y mucho, de modo que me lancé a la piscina y creé un máster especial con bolas de billar a los que por una riñonada podían apuntarse hombres y mujeres por igual. Señor, perdóname, la de orgías que tuve que oficiar a raíz de los portentosos resultados obtenidos entre mi rebaño con la dieta de bolas de billar. El dinero entraba a espuertas y la organización estaba a punto de encarar una nueva fase, con delegaciones por toda España e intención de establecernos en Escandinavia, donde pensábamos poner en marcha un nuevo máster, esta vez con sandías, variedad Sugar Baby. Barcelona iba a ser la sede de la primera delegación nacional de la Iglesia Prostática de la Octava Bola, así que junto a dos de mis sacerdotisas me traslade en el bolamóvil hasta aquí. El destino quiso que de camino al local que tenían que mostrarnos los de la inmobiliaria pasáramos por delante de El Último Emperador de la China. Viendo las fotos de unas relucientes y apetitosas bolas de arroz que aparecían en el menú exhibido en el exterior, nos entró un hambre atroz y decidimos entrar allí para hacer un rápido piscolabis. Habíamos comido ya y nos disponíamos a pagar cuando nos invitaron a un té cortesía de la casa. Estaría narcotizado, ya que nos dejó fuera de combate. Cuando despertamos, nos encontrábamos en estos calabozos. De eso hace ya varios meses, y dentro de lo trágico de la situación, no se estaba mal aquí… Hasta que usted ha aparecido, claro.

—Pero que dise, zi mi aparizión va a se providensiá pa to vozotro… Ya berá tu, maqué, como sameocurre argo pa zacaro de aquí a too… Amo, omvre, todabía no a nasío er shino mamarrasho capá de reteneme a mi enshironao…

Y dicho esto, no se sabe si movido por la aversión que le producían los chinacos o a modo de mantra tántrico con el que inspirar un plan de fuga, Pacorro, para desesperación del marqués y suplicio de cautivos y centinelas, se sacó otra coplilla del buche que retumbó por todos los pasadizos secretos, fosos, sótanos y demás lóbregas dependencias que la chinería había excavado bajo El Último Emperador de la China Mandarina. Dijo así, la copla retranquera…

—Ooooouuuuummmmmayayayayayyyyyyyy, a vé que tienen lo shino, que no tengamo nozotro / ea, ele / a mí me impota un comino, como a to utee vozotro / epa, bámono / me juego yo un litro de bino, a que no saven quien e Bambino / y e que peor que un shino, zolo hay un argentino / Po no tené lo shino / no tienen ni endocrino / ni tampoco sumarino / ni ziquiera intetino / ay que cutre que zon lo shino / dico shino filipinoooooooo…

EPÍLOGO:

¿Tendrá Paco más versos chinófobos guardados en la recámara? ¿Habrá pensado alguna vez en editar discográficamente sus coplas? Si es así, ¿lo haría en cassette o en elepé? Y ya puestos, ¿lo titularía Canalladas?, ¿incluiría alguno de sus greatest jits como «Mi zovrino rezutó zer shino», «¿Rebolusión curturá?, anda yá» o «Chinocidio»? No se atormenten más ni nos atormenten a nosotros, que andamos también a dos velas. Hágase la luz en el próximo episodio de El canalla. Una radionovela querida en el mundo entero, salvo en la República Popular Chinuás.

© 2013 Jaime Gonzalo.

 

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