Dos Hombres en Manhattan

Debía este comentario sobre un DVD aparecer en el próximo número de Ruta 66, junio, pero alguien se me ha adelantado. De ahí que su triste sino acabe en este rincón virtual…

DOS HOMBRES EN MANHATTAN
Jean-Pierre Melville (Versus)

Dice Melville en el documental adjunto filmado poco antes de su fallecimiento, de la estupenda serie Cineastas De Nuestro Tiempo, que Deux Hommes Dans Manhattan (1959) fue un fracaso porque la película mostraba demasiados “paseos”, o desplazamientos. Vaticinando sin saberlo al arte y ensayo, donde el movimiento hacia ninguna parte era casi tan preponderante como la estática, el quinto de sus largometrajes sucumbe efectivamente a la idolatría algo infantil que el cineasta francés profesaba al cine americano y por extensión a la cultura popular estadounidense. Con el referente de los film noirs de los años 30 y 40, la cámara siempre minuciosa de Melville serpentea por la noche neoyorquina, cual sombra de un íntegro periodista de France Press, interpretado por el propio realizador, y un fotógrafo alcoholizado y mezquino, ambos a la búsqueda de un diplomático francés de la ONU que ha desaparecido. Recorrido algo turístico, sí, bajo el que subsiste una endeble trama que huérfana de clímax desemboca en un simple dilema ético, resuelto demasiado moralistamente. Pese a toda la simbología hollywoodense de ese paisajismo urbano, subyace en él la impronta de Melville, su clínica narrativa, de una economía expresiva casi ascética, que reinventa la brumosa madrugada de Manhattan, ese manido escenario, bajo una ensoñadora mirada europea. Imaginemos lo insólito de la situación: un equipo de rodaje francés en el Nueva York de finales de los 50, capitaneados por un Melville que ya había firmado Les Enfants Terribles, en colaboración con Cocteau, y la melancólicamente parisina Bob Le Flambeur, y que aquí se estrenaba en el que sería su género favorito, el cine policíaco, polar en el Hexágono, con personajes mayoritariamente franceses. Sería, según confesaba, su última película conscientemente americana, punto de partida de una estilización que sublimarían Le Samourai (1969) y Le Cercle Rouge (1972), obras tótem de este solitario independiente, muso y referente de la nouvelle vague.

Texto © 2010 Jaime Gonzalo

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