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«Alex Chilton resucita en una reedición española», nuevo artículo en ‘El País’

Alex Chilton

Publicado el pasado lunes en El País:

Alex Chilton resucita en una reedición española

El sello Munster recupera la etapa más oscura del músico estadounidense

Cuantiosas son las obras de rock que liban de la autodestrucción, ese don tan humano, engendrado por la arrogancia de Prometeo y la soberbia de su padre, el omnímodo Zeus. Menos frecuente resulta tropezar con artistas que perseveren en su propia aniquilación, consolidándola raison d’etre creativa. Infima se insinua la posibilidad de hallar uno de esos autosaboteadores cuya tempestad interior redunde en exaltación del genio y la belleza. A lo largo de cinco años, 1974-78, Alex Chilton (Memphis, 1950—Nueva Orleans, 2010) cultivaba esa masoquista praxis, alcanzando el fulgor artístico, que no el triunfo, al precio de envilecerse. Comprometido con la peor de las venganzas, la dirigida contra uno mismo, saboreaba durante ese quinquenio horribilis la delectación de fastidiar a quienes le socorrían, de burlarse de la imagen emitida por el espejo en el que se reflejaba, sus canciones.

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Jaime Gonzalo.

«Los Diggers y la filosofía del fracaso», nuevo artículo en ‘El País’

Diggers transitando por Haight Street

Diggers transitando por Haight Street. Foto: © Jim Marshall Photography LLC.

Este pasado viernes, 25 de agosto, he publicado en El País un artículo dedicado a Emmett Grogan, fundador del movimiento digger:

Los Diggers y la filosofía del fracaso

Emmett Grogan fue el fundador del más insobornable tumor crítico que le creció a la Contracultura.

38 años contaba Emmett Grogan cuando fallecía el 6 de abril de 1978 en un vagón de metro neoyorquino. Infarto, fue la causa oficial del óbito. Su amigo y correligionario el actor Peter Coyote la atribuiría a una sobredosis de heroína. Triste y sórdido final, en cualquier caso, para quien tanto amó la vida y tanto hizo por racionalizar su vivencia. Cofundador y alma de los diggers, el más insobornable tumor crítico que le creció a la Contracultura desde dentro, su utopía de suprimir el dinero en aras de una sociedad gratuita redundaba no ya sólo en derrota, sino en la consagración del ultracapitalismo.

Prologada como su versión original por Coyote, la publicación en España de Ringolevio (Pepitas de Calabaza), relación autobiográfica de sus andanzas, cuyo subtítulo Una vida vivida a tumba abierta lo dice todo, invita por varias razones a la celebración. Las de más peso, que corrige uno de los muchos atentados culturales del aparato censor franquista, pues la prohibiría en su día; y acaso más relevante, la posibilidad de ahondar con su lectura en el reverso tenebroso del hippismo, en las trampas y mentiras de su reformulación histórica.

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Jaime Gonzalo.

Entrevista de A Wamba Buluba Club

Entrevista de A Wamba Buluba Club

El local barcelonés A Wamba Buluba Club cuenta en su sitio web con un interesante apartado de publicaciones propias. Entre ellas se publica hoy una entrevista en vídeo, de cerca de una hora de duración, en la cual respondo a diversas cuestiones relacionadas con la prensa musical, el oficio de crítico, la situación actual de los negocios culturales y, especialmente, nos detenemos en los significados de la contracultura, reflexionando sobre los puntos de vista que expresé en la trilogía Poder freak.

Podéis ver la entrevista en este enlace.

Entrevista en la Feria del Libro sobre ‘Nunca te fíes de un crítico de rock’

El pasado 7 de junio, la madrileña emisora-escuela M21 me entrevistó en directo durante la Feria del Libro de Madrid, dentro de una edición del programa «Madrid con los cinco sentidos». A continuación podéis escuchar el corte de la entrevista, dedicado especialmente a mi último libro, la antología Nunca te fíes de un crítico de rock:

«Dejad que los chicos se acerquen al rock», nuevo artículo en ‘El País’

Flamin' Groovies

Hoy se ha publicado en El País este nuevo artículo:

Dejad que los chicos se acerquen al rock

Si hay una banda que desmienta la eutanasia cultural que en los 70 se le practicaba al ‘rock’n’roll’ en nombre de la utopía lisérgica, esa es The Flamin’ Groovies

El rock’n’roll no feneció con Buddy Holly, al contrario de lo que aseguraba Don McLean. Ni la contracultura pudo con él. En plena catálisis psicodélica, Grateful Dead, Quicksilver Messenger Service y Creedence Clearwater Revival insertaban en su repertorio piezas de Chuck Berry, Bo Diddley y Dale Hawkins. La actuación más celebrada de Woodstock resultaba ser la de Sha Na Na, pandilla de bergantes universitarios comprometidos con el pingüe oficio del revivalismo de los cincuenta. Otro festival también de 1969, el Toronto R&R Revival, contaba en su cartel con Gene Vincent y Little Richard. En Inglaterra celebraban el London R&R Festival en 1972, protagonizado por Jerry Lee Lewis, Bill Haley y demás hipotéticos jubilados de una era extinguida.

Operadora de un renacimiento y no de una desmomificación, tonificante y atemporal, si hay una banda que desmienta la eutanasia cultural que en teoría se le practicaba al rock’n’roll en nombre de la utopía lisérgica, esa es The Flamin’ Groovies. Nativos de San Francisco pero desalineados de la gleba ácida, su nombre titila irreductible en el paladar de entendidos y estudiosos, usufructuario de un culto en constante renovación. Activos todavía con tres de sus miembros originales, aunque reducidos a pálido escombro de lo que fueron, no precisan de esa desvaída persistencia carnal para arrogarse la gloria. Durante doce rutilantes años, 1967-1979, orzando para escapar de vientos adversos, circunnavegaron los centros de gravedad de rock y pop con exquisitas y fehacientes maneras, a bordo de los seis inspirados álbumes grabados durante su cariacontecida singladura. Que se fueron todos a pique, pecios lastrados de tesoros.

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Jaime Gonzalo.

 

Can: La roca filosofal

 

Can, la banda más avanzada del rock europeo de todos los tiempos —se dice pronto—, echaba cerrojo a su andadura en 1979, tras once años de fructífera actividad. Irradiada incesantemente a través de varias generaciones de músicos y público, su hendidura en la memoria colectiva no ha hecho sino agrandarse desde entonces. Hasta el extremo de que ya son pasto de camisetas, y varias las levas de próceres modernosos trocando en prestigiosa divisa su nombre y el género en el que teóricamente se inscribían, el krautrock o rock alemán. Más allá de esa influencia manifiesta que desafía pertinaz a tiempo y olvido, más allá del papanatismo retroactivo, la renuncia a la permanencia física no impedía puntuales reapariciones del grupo en 1986, 1988 —dando lugar a un último álbum oficial, Rite time—, 1991 —desprendiéndose un tema para la BSO de Hasta el fin del mundo de Wim Wenders— y 1999, con la gira Can Solo Projects, actuando cada miembro por separado, al frente de los proyectos que por entonces se hallaban pilotando.

Un nuevo advenimiento está previsto para el próximo 8 de abril en el Barbican Hall de Londres. A nombre de The Can Project, dos de sus miembros originales celebrarán con ese concierto el quincuagésimo aniversario de la banda. En la primera parte, la London Symphony Orchestra interpretará la pieza orquestal An homage to Can, revisando extractos de las canciones más conocidas de la formación. En la segunda, acompañados de Thurston Moore y Steve Shelley de Sonic Youth, y de otros artistas invitados cuya identidad no se ha desvelado, los supervivientes de Can se reconstituirán en una suerte de superbanda pre-posmoderna.

El reciente óbito de Jaki Liebezeit, batería de Can y uno de sus signos identitarios más protuberantes, no ha obstaculizado una conmemoración que de todos modos, salvo a niveles sentimentales, poco podrá reforzar una leyenda plenamente consolidada, mantenida viva por mediación de diversos conductos: la constante reedición de su obra y apurado de vastos archivos; la presencia de canciones suyas en bandas sonoras como The bling ring, Life after Beth, Puro vicio y High rise; los cuantiosos sampleados de que continúan siendo víctima sus discos; dos libros sobre su historia, cuatro si contamos los nuevos volúmenes a publicar en breve por Faber & Faber. Hasta el New York Times los citaba en la necrológica de Bowie, comprendidos con Kraftwerk y Neu! entre los intereses recabados por el Duque durante su etapa berlinesa.

Sin hablar de las numerosas versiones de su cancionero que van acumulándose por doquier —la de «The thief» por parte de Radiohead, por ejemplo—, otro factor contributivo a esa perpetuación de la vigencia de Can ha sido el indesmayable quehacer de sus miembros a lo largo del siglo XXI —con excepción del guitarrista Michael Karoli, fallecido en 2001—, aunque en ningún caso supere los logros de Can; sea exprimiendo el legado del grupo, caso del vocalista Malcolm Mooney al revivir el LP Monster movie, o aprovechando la inercia del mito para vender dudosos espectáculos cuyo mayor reclamo es la procedencia de su protagonista, como sucede con Damo Suzuki, segundo cantante de Can. Más provechosas han resultado las trayectorias de Liebezeit, el bajista Holger Czukay y el teclista Irmin Schmidt. Este último, autor de una ópera y colaborador de Kumo, abundando en bandas sonoras propias o ajenas, caso de la escrita por Thurston Moore para Street, que interpretaban juntos el pasado mayo en el Museo del Louvre.

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Jaime Gonzalo.

Cervantes, el ácrata antisistema

Cervantes, el ácrata antisistema

Exiliados en Argelia al concluir la contienda incivil y pertenecientes al Movimiento Libertario Español en Africa del Norte, el domingo 3 de junio de 1945 varios anarquistas encaminaron sus pasos hacia un ralo descampado, amenazado ya por la expansión urbanística de Argel. En ese solar se recogía una cueva, motivo de la peregrinación. Voces ancestrales aseguraban que en ella había permanecido escondido Cervantes, durante su tercer intento de fuga de los corsarios argelinos. Legitimaban esa hipótesis tres placas y un busto que, ubicados en la gruta entre 1887 y 1925, honraban la memoria del escritor, todo ello sufragado por la colonia española y la Cámara de Comercio de Argel, y con el nombre del cónsul español del momento inscrito en cada una de las ofrendas.
Pedro Herrera, uno de los dirigentes de la FAI, Federación Anarquista Ibérica, y sus acompañantes, se dirigían precisamente al santuario-escondrijo para desoficializar esa apropiación indebida de la figura del manco de Lepanto, con la que los mercaderes reificaban con huero españolismo a aquel prestigioso referente internacional, principando el proceso que a la postre lo convertiría en mascota cultural de estado. Dedicándole su propia placa, los anarquistas perpetraban un acto de valor simbólico, reclamando para la España exiliada, la España vencida, a ese otro desdichado cautivo e inmigrante forzoso que fue Cervantes.
Entre los andarines libertarios cervantinos se hallaba así mismo el navarro José María Puyol, otro militante, durante la guerra responsable de los periódicos ceneteistas Liberación y Emancipación, en esos momentos enfrascado en la finalización de Don Quijote de Alcalá de Henares. Publicado al año siguiente, el libro sería un apasionado, santificador y referencial retrato de un Cervantes utopista y libertario, al que leer desde una perspectiva antifascista en los nuevos tiempos que se delineaban durante la postguerra. “Solo tuvo un amigo: el pueblo”, diría Puyol en los actos celebradores de la colocación de la placa. Para ese autor, Cervantes era un pobre y desafortunado proletario que, reacio a dispensar lisonjas, se resolvía incompatible con el cortesanado, aferrado a la libertad de expresión que podía permitirse en boca de sus personajes, especialmente si estos estaban locos como el senil hidalgo, escapando así de la censura inquisitorial. Un Cervantes que acusa de ladrones a los editores y de sinvergüenzas a los políticos. Un Cervantes crítico, paladín de la libertad, tan republicano como aquellos refugiados que le homenajeaban.

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Jaime Gonzalo.

Nueva columna en Rockdelux: «Humo en el agua: Milagros del rock»

Este pasado lunes, día 26, se ha publicado la nueva columna que he escrito para la web de Rockdelux, «Humo en el agua: Milagros del rock»…

Hechas la una para la otra, publicidad y música rock protagonizan desde hace tiempo proverbial simbiosis en el imaginario del espectáculo del consumo. En ese escenario donde se restañan los estragos del horror vacui y otras compulsiones humanas, la transformación del rock en abalorio de transversales destellos, bisutería simbólica, ha traspasado los límites del fondo musical para formar parte intrínseca del mensaje. Puede que el rock ya no ayude a transformar vidas, pero su complicidad para conseguir engañarlas se demuestra igual de útil, asegura Jaime Gonzalo.

Si tal modalidad existe, el ejercicio de cierto “pensamiento rock” no gana para chascos. Un pensamiento o reflexión crítica disidente, decimos, que, del mismo modo que negaba Kant condición científica a la metafísica, descarta a estas alturas la existencia del rock en calidad de fenómeno cultural y duda que su incidencia social, más allá del consumo de festivales, descargas y camisetas, se resuelva significativa, trascendente. A los lectores de prensa rock les incomodan estas monsergas, y a los críticos de rock conservacionistas tampoco les hace gracia que su cometido sea reducido a práctica forense. Recolecta el apóstata amigos, pues, al denunciar esas ilusiones que él considera falaces. Sería redundantemente iluso aguardar lo contrario. El rock, el rock’n’roll, es una cuestión de fe religiosa y fanatismo irracional, como el fútbol, e invocan los creyentes, y los que de él viven o sobreviven, mil razones para descartar discusión. Se venera en ese altar a un atiesado constructo, que, como Díaz de Vivar o los legionarios del fuerte Zinderneuf, pone su rigor mortis a disposición de unas pasiones que hacen insignificantes las ideas.

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Jaime Gonzalo.

Nuevas entrevistas y reseñas sobre ‘Mercancía del horror’

Hitler saliendo de hibernación en un capítulo de 'La liga de la justicia'

Hitler saliendo de hibernación en un capítulo televisivo de ‘La liga de la justicia’

La linterna de Diógenes, programa de radio de Irola Irratia conducido por el Profesor Arkadio, me invitó a responder algunas preguntas sobre mi último libro, Mercancía del horror, hace algunas semanas. Podéis escucharlo aquí debajo:

Enlace original a iVoox: LDD – El Nazismo en al cultura Pop

Y a continuación la entrevista y las nuevas reseñas del libro que Toni L. Querol, Isabel Guerrero y Fernando Ballesteros han firmado para In-Edit Beat, Rockdelux y Efe Eme respectivamente:

Jaime Gonzalo.