EL CANALLA. Capítulo 12.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

Esto es la monda, amigos. Resulta que si en principio iba a ser D.ª Amparo la víctima de la crueldad de Paco, ahora los papeles se han invertido. El Canalla ha despertado de su pájara encadenado en una mazmorra secretamente instalada en el despacho del difunto marido de la Corominas. Paco ha sido informado por la depravada mujer de que va a pasarse el resto de su vida allí metido, a un régimen de tortura y vejación diaria. Para empezar, le han abierto su fea jeta de un latigazo.

***

¡Escucha aquí el capítulo original!


La herida que de un certero latigazo le había practicado Dña Amparo en la cara a Paco empezó a sangrar abundantemente. El fluir del líquido carmesí, que resbalaba viscoso por la cerraba barba del legionario desnudo y encadenado, despertó la monumental líbido de la Corominas. Como por arte de transmogrificación, en cuestión de segundos la recatada viuda se transformó en una Jezabel dispuesta a comerse a Paco a bocados. En un tris tras se deshizo del tanga, introdujo la empuñadura del látigo en su vulva y se acercó desafiante hasta Paco con las manos apoyadas en las caderas. A medida que se aproximaba, Paco reparó en que tenía cada uno de sus pechos tatuado con una serpiente que se enroscaba en ellos y rodeaba con sus fauces unos protuberante y gigantescos pezones ensartados por un aro. Paco no daba crédito.

—Caguen er Reá Madrí, ¡ezta no ez mi Amparo! ¡Me la’n cambiao!

Amparo le respondió desdeñosa:

—Silencio, gusano sarnoso, que me lo has dejado todo perdido con tanta vomitona, so puerco.

El pobre Paco no ligaba un pepino ni entendía como aquella santa mujer se había convertido en una lujuriosa máquina sexual que amenazaba con descuartizarlo a latigazos. Tampoco entendía qué coño hacía allí encadenado, en aquel calabozo que parecía una discoteca barata, iluminado por una sombría luz roja, con una bola de espejos girando en el centro del techo y las paredes empapeladas con pósteres del ya mencionado Joaquín Prats, el Puma, Urtain, Mario Conde, Imanol Arias y Don Jaime de Mora y Aragón, este último apuestamente montado a horcajadas sobre una Harley. Mientras recorrían alucinados aquel escenario, los ojos de Paco descubrieron la presencia de otros individuos, desnudos y encadenados como él. Todos parecían llevar mucho tiempo allí. Luengas melenas y barbas, los huesos en los que se hundían sus flacas carnes, su estado de desnutrición, así lo indicaban. D.ª Amparo explotó en una malvada risotada, se extrajo el látigo del chichi y le arreó un latigazo en los huevos a Paco, al que por cierto su miembro respondió con una diligente erección. Después, se realizaron las pertinentes presentaciones.

—Mira Paco, te voy a presentar a tus vecinos. Este de aquí es un cobrador del gas que secuestré en 1973. Ese otro es un inspector de Hacienda que lleva entre nosotros desde el ’81. Es mi favorito, cada día le hago fregar la casa con la lengua. Aquel otro es un testigo de Jehová. Vino a venderme una biblia y me lo quedé, es muy sufrido. Y para terminar, ese pingo que hay a tu lado es mi marido… jua, jua, jua.

Sí, despavoridos oyentes, el marqués de Llobregat estaba vivo. Según le fue explicado luego a Paco, D.ª Amparo se había hartado de él, encerrándolo un buen día en la mazmorra y contándole a todo el mundo que había muerto. La mujerona le hacía ingerir una bola de futbolín cada día, esperaba a que penosamente la defecara y al día siguiente, sin ni siquiera lavarla, se la hacía tragar otra vez. El marqués, que precisamente en aquellos momentos se encontraba realizando ímprobos esfuerzos para engullir la dichosa bola de futbolín del día, levantó penosamente la vista, miró a Paco de reojo y le dijo con voz agónica:

—No sabe usted a dónde ha venido a parar. Esta tía está como un cencerro y nos trae a todos por la calle de la amargura. ¡Qué va a ser de nosotros!

Dicho esto, deslizó la bola de futbolín por su reseca glotis y derrumbó la cabeza sobre el pecho en gesto de resignación, lanzando un melancólico suspiro.

***

EPILOGO:
¿Están ricas las bolas de futbolín? ¿Son nutritivas o sólo engordan pero no alimentan? ¿Se merece algo peor que fregar el suelo con la lengua el inspector del fisco? ¿Saldrá Paco vivo de esta? ¿Existe el más allá? Descubránlo todo escuchando el próximo capítulo de El Canalla. Una radionovela con todas las de la ley.

© 2011 Jaime Gonzalo.

 

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