Tal y como anuncia Libros Crudos, próximamente se publicará mi nuevo libro: Can: el milagro alemán, o cómo se vivió el krautrock en España.
Tenemos el placer de anunciar la próxima aparición del nuevo libro de Jaime Gonzalo: Can: el milagro alemán, o cómo se vivió el krautrock en España‘.
En este título Gonzalo enlaza una pormenorizada biografía del icónico conjunto germano, la perla más brillante del kraut observada a través del prisma del autor, con las personales vivencias conectadas a uno de sus grupos de cabecera, así como la peculiar huella dejada por el rock alemán en general y por Can en particular sobre la imberbe crítica rock española de mediados de los años setenta del pasado siglo.
Muy pronto ampliaremos la información sobre este título, manténganse alerta.
Lo dicho, manténganse atentos, pronto habrá más información.
Una instantánea recuperada del olvido, tomada durante la gira europea de Iggy Pop de 1979, hace ya casi 40 años. Tenía yo entonces 22. ¡Qué tiempos! De los fotografiados, solo cuatro restamos con vida. De izda. a dcha.: Gonzalo, Dougie Bowne, Richard Shol, Ivan Kral, Luis Beltrán, Rob Duprey (gracias a Jordi Wah Wah).
El pasado 21 de noviembre se publicó este nuevo artículo en El País en torno a la publicación de Invenciones:La otra vanguardia musical en Latinoamérica. 1976-1988 (Munster):
Rehaciendo las Américas sonoras
Un disco recopila las vanguardias musicales latinas de los años 80 que recorren el continente con estimulantes incursiones en electrónica, progresivo y fusión folclórica
Continúa en muchos aspectos Latinoamérica siendo una indocumentada en España. Y eso a pesar de expresarse ambas en una lengua común, anudadas por raíces históricas que para bien y para mal arraigan en lo más profundo. Verbigracia, ¿qué sabemos acá de las vanguardias de allá? Probablemente, con excepción de las producidas en el ámbito literario y acaso el pictórico, tanto como de las nuestras propias: muy poco. Ya, las vanguardias lo son precisamente por conducirse antitéticas con lo popular. Polarizadas del vulgo, ni divierten ni entretienen; al contrario, trazan una linea divisoria, excluyente. Son materia reservada a las élites, culturales y por lo tanto económicas, principalmente debido a su esoterismo intelectual y a que, mecenazgos aparte, no dan para vivir, ni aparentemente sirven para nada. En su afán por superar disciplinas, devienen ininteligibles a todo aquel que no se especialice en ellas.
El próximo viernes 1 de diciembre intervendré junto a Víctor Nubla, Raül Pratginestós y Arnau Sala en la presentación del LP de Oscar Abril Ascaso + Sedcontra. Os esperamos en Gràcia Territori Sonor (c/ Igualada n.º 10).
El pasado 12 de octubre, el Archivo RTVE publicaba la edición de La edad de oro del 24 de septiembre de 1984. Dicha emisión, protagonizada por una actuación de Tom Verlaine, contiene una breve entrevista, corolario de otra que Paloma Chamorro dirige (no sin dificultades) a Tom Verlaine, en la que participamos Bernardo Bonezzi y yo. En ella se alude a la entrevista que a su vez venía yo de realizar a Verlaine por entonces, y que está recogida en mi último libro, la antología Nunca te fíes de un crítico de rock. Puedes ver el extracto de nuestra entrevista a continuación:
También puedes ver el programa completo aquí (nuestra intervención comienza en 48:37):
Este pasado viernes, 25 de agosto, he publicado en El País un artículo dedicado a Emmett Grogan, fundador del movimiento digger:
Los Diggers y la filosofía del fracaso
Emmett Grogan fue el fundador del más insobornable tumor crítico que le creció a la Contracultura.
38 años contaba Emmett Grogan cuando fallecía el 6 de abril de 1978 en un vagón de metro neoyorquino. Infarto, fue la causa oficial del óbito. Su amigo y correligionario el actor Peter Coyote la atribuiría a una sobredosis de heroína. Triste y sórdido final, en cualquier caso, para quien tanto amó la vida y tanto hizo por racionalizar su vivencia. Cofundador y alma de los diggers, el más insobornable tumor crítico que le creció a la Contracultura desde dentro, su utopía de suprimir el dinero en aras de una sociedad gratuita redundaba no ya sólo en derrota, sino en la consagración del ultracapitalismo.
Prologada como su versión original por Coyote, la publicación en España de Ringolevio (Pepitas de Calabaza), relación autobiográfica de sus andanzas, cuyo subtítulo Una vida vivida a tumba abierta lo dice todo, invita por varias razones a la celebración. Las de más peso, que corrige uno de los muchos atentados culturales del aparato censor franquista, pues la prohibiría en su día; y acaso más relevante, la posibilidad de ahondar con su lectura en el reverso tenebroso del hippismo, en las trampas y mentiras de su reformulación histórica.
Se publicaba ayer en El País este nuevo texto, donde aprovecho la salida de dos recopilatorios para hablar del underground 80s de Barcelona…
El reverso de la movida
Sonidos industriales, electrónica y riesgo confluyeron en el ‘underground’ barcelonés de los ochenta. Dos discos resucitan aquel espíritu
Hoy parecería normal, porque la tecnología lo permite y el poder de las corporaciones discográficas ha decrecido dramáticamente, pero entonces equivalía a insensatez. A principios de los ochenta, todavía huérfano el transcurrir cotidiano de ordenadores personales y del universo virtual, de crowdfundings y de otras plataformas, Klamm, un humilde pero sorprendente grupo de rock experimental que comenzaba a dar sus primeros pasos en Barcelona, rechazaba la oferta de debutar en toda regla, servida en bandeja por la entonces todopoderosa CBS.
En aquella década de lo que se dio en llamar la movida, con el personal musical ansioso por protagonizar su particular pelotazo, soñando con fichar por una gran compañía y amasar cifras de ventas, se desarrollaba en los subterráneos de la Ciudad Condal una filosofía que sin pretenderlo devenía contramovideña: un pensar y un sentir amamantados por el espíritu libertario que la capital catalana hospedaba durante el resurgir de la CNT en los setenta y el zeitgeist de la tardocontracultura local, que en las antípodas de la actual “economía colaborativa” alentaban proyectos colectivos basados en el cooperativismo.
El local barcelonés A Wamba Buluba Club cuenta en su sitio web con un interesante apartado de publicaciones propias. Entre ellas se publica hoy una entrevista en vídeo, de cerca de una hora de duración, en la cual respondo a diversas cuestiones relacionadas con la prensa musical, el oficio de crítico, la situación actual de los negocios culturales y, especialmente, nos detenemos en los significados de la contracultura, reflexionando sobre los puntos de vista que expresé en la trilogía Poder freak.
Can, la banda más avanzada del rock europeo de todos los tiempos —se dice pronto—, echaba cerrojo a su andadura en 1979, tras once años de fructífera actividad. Irradiada incesantemente a través de varias generaciones de músicos y público, su hendidura en la memoria colectiva no ha hecho sino agrandarse desde entonces. Hasta el extremo de que ya son pasto de camisetas, y varias las levas de próceres modernosos trocando en prestigiosa divisa su nombre y el género en el que teóricamente se inscribían, el krautrock o rock alemán. Más allá de esa influencia manifiesta que desafía pertinaz a tiempo y olvido, más allá del papanatismo retroactivo, la renuncia a la permanencia física no impedía puntuales reapariciones del grupo en 1986, 1988 —dando lugar a un último álbum oficial, Rite time—, 1991 —desprendiéndose un tema para la BSO de Hasta el fin del mundo de Wim Wenders— y 1999, con la gira Can Solo Projects, actuando cada miembro por separado, al frente de los proyectos que por entonces se hallaban pilotando.
Un nuevo advenimiento está previsto para el próximo 8 de abril en el Barbican Hall de Londres. A nombre de The Can Project, dos de sus miembros originales celebrarán con ese concierto el quincuagésimo aniversario de la banda. En la primera parte, la London Symphony Orchestra interpretará la pieza orquestal An homage to Can, revisando extractos de las canciones más conocidas de la formación. En la segunda, acompañados de Thurston Moore y Steve Shelley de Sonic Youth, y de otros artistas invitados cuya identidad no se ha desvelado, los supervivientes de Can se reconstituirán en una suerte de superbanda pre-posmoderna.
El reciente óbito de Jaki Liebezeit, batería de Can y uno de sus signos identitarios más protuberantes, no ha obstaculizado una conmemoración que de todos modos, salvo a niveles sentimentales, poco podrá reforzar una leyenda plenamente consolidada, mantenida viva por mediación de diversos conductos: la constante reedición de su obra y apurado de vastos archivos; la presencia de canciones suyas en bandas sonoras como The bling ring, Life after Beth, Puro vicio y High rise; los cuantiosos sampleados de que continúan siendo víctima sus discos; dos libros sobre su historia, cuatro si contamos los nuevos volúmenes a publicar en breve por Faber & Faber. Hasta el New York Times los citaba en la necrológica de Bowie, comprendidos con Kraftwerk y Neu! entre los intereses recabados por el Duque durante su etapa berlinesa.
Sin hablar de las numerosas versiones de su cancionero que van acumulándose por doquier —la de «The thief» por parte de Radiohead, por ejemplo—, otro factor contributivo a esa perpetuación de la vigencia de Can ha sido el indesmayable quehacer de sus miembros a lo largo del siglo XXI —con excepción del guitarrista Michael Karoli, fallecido en 2001—, aunque en ningún caso supere los logros de Can; sea exprimiendo el legado del grupo, caso del vocalista Malcolm Mooney al revivir el LP Monster movie, o aprovechando la inercia del mito para vender dudosos espectáculos cuyo mayor reclamo es la procedencia de su protagonista, como sucede con Damo Suzuki, segundo cantante de Can. Más provechosas han resultado las trayectorias de Liebezeit, el bajista Holger Czukay y el teclista Irmin Schmidt. Este último, autor de una ópera y colaborador de Kumo, abundando en bandas sonoras propias o ajenas, caso de la escrita por Thurston Moore para Street, que interpretaban juntos el pasado mayo en el Museo del Louvre.