RESUMEN DE LO ACONTECIDO:
Merceditas, la señora de Gregorio Chicharelu, una gallega de armas tomar, ha hecho acto de presencia en el preciso momento que su marido se disponía a recoger el premio del concurso de insultos organizado por Paco, esto es la Úrsula. Iba ya a llevársela al almacén para someterla allí a todas las bajezas a las que su santa esposa se negaba en redondo desde que se hicieran novios, cuando esta ha roto la magia descargando un sonoro trabucazo de advertencia que ha dejado el techo del restaurante hecho un colador.
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Ni que decir tiene, la irrupción de Merceditas pegando tiros no solo rompió la magia, sino que causó un zafarrancho general, una caótica desbandada que el personal aprovechó para esfumarse de allí sin abonar sus minutas, para desespero de Gregorio, al que su parienta, al verlo empapado en el semen de Úrsula, metió de inmediato en el fregadero para someterlo a una intensiva sesión de limpieza con cepillo de púas y jabón Lagarto, utilizando de paso la pastilla tamaño familiar de este último para regularmente golpear al achantado Gregorio en la calva. A este se le escapaban las lágrimas viendo como se le vaciaba el local con el fenomenal sinpa colectivo, pero mucho más le rompía el alma el hecho de que Úrsula, arrastrada por Paco, fuese de las primeras en darse el piro, dejándolo con una erección de paquidermo que suerte tuvo de que no la descubriese Merceditas, para quien todos los asuntos relacionados con el sexo constituían una asquerosidad merecedora no solo de su reprobación sino también de su ira. Eso sí, la comisión que se había sacado Gregorio de la rifa-concurso bien que la agarró ella sin hacerle ascos, ingresándola en la entidad bancaria que más confianza le merecía, y que no era otra que el profundo surco que se dibujaba entre sus inmensos senos, pues el refajo lo llevaba ya lleno de escapularios, estampas de la Virgen y los ahorros de toda una vida, que siempre transportaba encima.
Ya en la rue, Paco decidió celebrar el impago de la cena invitando a Úrsula a tomarse unas copillas en Studio 54. Mientras tanto Vanesa vagaba por las calles, desnuda y ciega de pena, buscando alocadamente consuelo para sus desgracias. Huelga señalar que lo obtuvo fácilmente, en la persona de dos camellos de heroína del Camerún que se encontró en las Ramblas. Big black bamboo de primera, se dijo ella, nada más verles los paquetes a los negros. Tras pasar dos días enteros sometida a los viciosos deseos de éstos y metiéndose chutes de jaco como una descosida, ya hartos de aguantar sus monsergas, temerosos de que agotara las reservas de burro que les quedaban y físicamente destrozados de tanto quilársela, los negratas la echaron a patadas de su queo, que compartían con otros ochenta y seis cameruneses que habían estado espiando la orgía desde el retrete en el que convivían hacinados, y que salieron en tromba para abalanzarse sobre Vanesa en el rellano de la escalera y organizar con ella una, nunca mejor dicho, merienda de negros. Alertados por el griterío y los roncos gemidos de placer y dolor que al unísono emitía Vanesa cual ballenato varado en la arena, los chinos del principal y los moros del segundo se precipitaron en manada sobre aquel berenjenal de cuerpos tercermundistas sin permiso de residencia ni trabajo. Tal fue el fragor de la multirracial y popular chingada que se repitió el fenómeno del Molino, desplomándose el edificio como si de ese modo este reclamara su propio orgasmo. De los cascotes y la polvareda surgió Vanesa como si nada, y, a cambio de una mamada, consiguió que un taxista la llevara de gratis a casa.
Una vez realizada la mamada mientras el taxista daba vueltas y vueltas a la Plaza de España, este, que era un capuyo, la tiró del taxi en marcha dejándola a medio camino, por lo cual Vanesa tuvo que patearse el Paralelo a plena luz del día, en pelotas, rebozada en esperma de inmigrante mezclado con el polvo resultante del derrumbamiento del edificio, con lo que parecía un enharinado fantasmón. Para más inri, al descubrir el palo de polo y los otros complementos que le asomaban del esfínter, los negros habían añadido a aquellos apéndices unas decorativas serpentinas confeccionadas con chutas usadas que Vanesa, en su cegatón y en el estado de estupor en que se encontraba, creía una cola de vestido nupcial, dando una estampa de lo más grotesca, como le recordaron todos aquellos viandantes con los que se cruzó por el camino, señalándola y partiéndose la caja en sus narices. Ay, pobre Vane.
Como no llevaba llaves al ir desnuda, pulsó el timbre con la esperanza de que al menos la cabeza del inspector de hacienda hubiera regresado a casa y pudiera abrirle la puerta. Pero en su lugar a quien se encontró fue a Maruja, la hermana del legionario, que se hallaba en plena orgía romana con unos clientes que acostumbraban a frecuentar la barra americana en la que trabajaba, y con los que se sacaba unas horillas extra. Al ver a la Vane en tan lamentable estado, Maruja quiso dar por acabado el fiestorro, pero no hubo manera de echar a aquella gentuza de allí hasta que Vanesa consintió en dejarse repasar por dicha piara de puteros, a lo cual accedió gustosamente, todo hay que decirlo. Una vez los libertinos satisficieron sus urgencias, Maruja los largó a zurriagazos y acudió presta a consolar a la que iba a ser su cuñada, la infeliz.
—Pero Vane, shiquila, ¿ke tan esho?
—Caya, caya, que zolo penzalo mentra un mar royo que te caga, oyes. Er serdo tu hemano ma engañao con mi mejó amiga. Qué hijoputas. La Úrsula, con lo ke yo la kería, y er Paquito, eze montruo… Que injutisia… ¿Po qué Dió tiene que ze tan crué conmigo? ¿Ehhh? ¿Me lo pue desí arguien? Zi e que tengo yo una mala pata que hay que joderze.
—Benga, benga, que no hay pa tanto. Orvíate de ezo do mangui y ven aquí conmigo ar sofá, que lo que tu nesesita ahora e musho carinyo.
Habiendo sido atrapada in fraganti en una de sus orgías extracurriculares, naturalmente Maruja también se encontraba desnuda y cubierta de lefa. Ambas se abrazaron fraternalmente, pero la cosa es que al sentirse tan resbaladizas frotándose mutuamente sobre el esperma que las impregnaba, la Vane con una trempera que no le había abandonado desde que surgiese del frigorífico de Can Chicharelu y Maruja ya entonada por los gramos de perica que habían corrido durante la orgía y los meneos recibidos a manos de sus clientes, estrechamente fundidas rodaron ambas sofá abajo, cayendo sobre la moqueta de tal modo que al aterrizar, y como el que no quiere la cosa, Vanesa introdujo su fornido miembro en la vulva de Maruja. Percatándose del matute, Filomeno, el chucho, se lanzó hacia ellas como un loco para chuparles los pies, una de sus aficiones favoritas. Mientras el perro se jartaba de darle lametones a los callos de Vanesa, esta pasó a sodomizar a Maruja. Como la Maru se dejara hacer, ni corta ni perezosa Vanesa se alivió corriéndose primero con un copioso anal, después en la boca de Maru y finalmente en el hocico de Filomeno, al que luego hubo que practicarle la respiración artificial para reanimarlo.
EPILOGO:
¿Surgirá el amor lésbico de tan inopinada jarana entre cuñadas? ¿Aparecerá Paco de improviso para fastidiarla como siempre hace? ¿Se recuperará Gregorio de los sinsabores de esa noche? ¿Consentirá Merceditas en que Can Chicharelu obtenga pingües beneficios a cambio de amordazar su aversión hacia el sexo? No se pierdan el próximo capítulo de El canalla. Una radionovela sin corazón ni entrañas.
© 2013 Jaime Gonzalo.