Con anterioridad a que el asunto estuviera de moda y hasta el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona le dedicara una exposición por todo lo alto, aparecía este artículo en el nº163 de Ruta 66, en el año 2000. Por aquel entonces las películas del género quinqui languidecían en los video-clubs, consultadas a menudo por el pueblo pero todavía a salvo de las carroñeras garras del culto. El Vaquilla aún vivía, y uno de los mayores alicientes de aquella empresa fue adentrarme en las fétidas tripas de la Vía Trajana, marginal barrio barcelonés en el que me entrevisté con camellos varios y parentela cercana del Vaquilla. Puro lúmpen suburbial, gueto quasi guantanamero, cercado por numerosas unidades móviles policiales, en el que en cada esquina se apostaba un vigía para gritar aquello de «¡¡agua!!» cuando la madera decidía internarse para dar una batida. Ríanse ustedes de las películas americanas. No creo que los individuos, alijos y arsenales armamentísticos que allí ví tuvieran parangón con nada de lo que la ficción cinematográfica ha urdido, incluida la quinqui.