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Esto tampoco es una pipa

Adefesio con fachada de película realizado en 1998 por Todd Haynes, a Velvet goldmine, donde los Stooges disponían de un ersatz de chichinabo llamado The Ratz, cabría aplicarle el mismo rasero que, a fin de dilucidar la contradicción entre representante y representado, entre imagen y original, utilizó Foucault con Ceci n’est pas une pipe, el lienzo de Magritte. Tan contradictoria con los hechos resultaba aquella ucrónica semblanza del glam, que cualquiera que en su momento hubiera gozado y padecido esa tendencia podía escribir un sesudo volumen, ni que fuera para explicarse su perplejidad. Como fuere, por diferentes causas, y a través de diversos agentes, Velvet goldmine desencadenaba la reunión de los Stooges, e indirectamente el documental Gimme danger, que pone colofón junto al inminente libro a editar por Jack White a la rehabilitación histórica de la banda nodriza de Iggy Pop.

Otro trasunto, a fin de cuentas, esa resurrección hacía ascos sin tapujos a la justicia poética para deslizar sotto voce una revancha económica en toda regla, apurando con afán de caja registradora los despojos de la banda, su fondo de catálogo y su renovado eco mediático. Nada que objetar. Se lo merecían todos y cada uno de ellos. Qué menos que asegurarse el retiro, aunque irónicamente a dos de sus miembros fundadores el volver a los escenarios les acortara la vida. Exenta de autocrítica, en misión estrictamente divinizadora, sustentada por sólidos espectáculos y dos infames nuevos discos, disponía esa tesitura con Gimme danger de una oportunidad para, al menos, no reincidir en la mistificación. Lástima, lejos de horadar la corteza de la imagen proyectada para llegar hasta el original proyector, Jim Jarmusch ha tomado a su manera el mismo desvío que Velvet goldmine, deformando la historia, en esta ocasión no por histrionización, sino por omisión.

Académico, sinóptico, en su conjunto Gimme danger da ecuánime medida del relato Stooge. Eruditos y profanos pueden saborear sus imágenes, la historia que estas exponen, siempre que no se formulen demasiadas preguntas y acaten lo medido de un discurso, moderado, tibio, cuya docilidad analítica colisiona frontalmente con el título del documental. Da la sensación, el aparato narrativo aquí orquestado, de articular una versión rebajada, autorizada para todos los públicos, que lima las aristas más incómodas hasta borrarlas del mapa. Están los huesos, la sangre y la carne, pero el alma se escapa por las rendijas, huye como el aire de un neumático apuñalado. So pena de pasar por morbosos o chafarderos, no parece de recibo que el guión y las conversaciones no husmeen ni de paso por las complejidades inherentes a un alambique de tan retorcido trazado como el del que intestinalmente se escanció la esencia humana de The Stooges, su psicología y su patología.

Con deportiva desenvoltura se minimiza en el caso de las drogas el papel que estas jugaron no ya en la música y la determinación con que la condujeron hasta las mas extremas coordenadas, que nunca se resintieron, sino en el seno de la banda y sus tortuosas, suicidas contracciones y decisiones. Una minucia hagiográfica, no obstante, comparada con la radical extirpación de aquellos tejidos más tumorados del cáncer viviente que fueron The Stooges entre 1969-1974. En concreto los referentes a la personalidad de su principal actor, Iggy, y un superego que no reparó en manipulaciones, deslealtades, engaños, ingratitud y cuchilladas traperas. Con esos ojazos de cervatillo deslumbrado y una embaucadora sonrisa, la Iguana domina en pantalla el oficio de simular no haber roto nunca una vajilla. Ni rastro de su reverso tenebroso, de su egoísmo, ni del sistemático ninguneo, cuando no desprecio, que deparó a los hermanos Asheton en vida y en muerte del grupo.

¡Qué triste contraste, en las secuencias en que aparecen juntos, entre un Iggy superviviente, con el negocio ordenado, a buen recaudo su suerte, y un Scott Asheton baldado por la vida, exhausto y roto! La celebración justifica la expurgación, y autoriza la complicidad de quienes no rechistan, el olvido, las mentiras, puesto que no otra cosa que el mito, y sus plusvalías, es lo que se celebra. Más portentosa pero también más miserable, la realidad es objeto en Gimme danger de la misma «traición cultural» de la que en determinado momento habla Iggy, refiriéndose a la actitud de la industria discográfica durante la embriaguez hippy, difusora de un falso romanticismo. La traición de Pop y su secuaz Jarmusch ha sido ignorar hipócritamente que «uno de los más altos grados de la sabiduría es el arte de exponer debilidades y publicar defectos», dándole así la razón a Swift cuando concluía que ese desempeño no era «ni mejor ni peor que el de quitarse la máscara, costumbre que nunca ha estado permitida, ni en la vida ni en el teatro».

Jaime Gonzalo.

*Texto publicado en In-Edit Beat.

¿También se duchan juntos?

Otra colaboración publicada en In Edit Beat:

¿También se duchan juntos?

¿Es Show’ em what you’re made of un ‘reality show’ de Backstreet Boys orquestado para coronarlos en el podium de las boy bands?

Da gusto verlos. Como un Gran Hermano de buen rollito. Como una Operación Triunfo en la que todos salen victoriosos. Así de inmaculada fue su ascensión al circense podium de las boy bands. Tanto, que el guión de Show´em What You´re Made Of rechina cuando intenta dárselas de dramático. Documental hagiográfico diseñado para coronar la permanencia de Backstreet Boys en ese promontorio, huele a reality show orquestado: uno llora compungido a su difunto padre, otro se enfrenta cariacontecido a problemas foniátricos, el de más allá se emociona recordando lo cortos de peculio que iban sus viejos. Ni Sautier Casaseca. Pero los negocios superan siempre a la realidad. La hermandad-empresa BSB engrana maquinaria pesada, generando dólares a chorros: el empeño en demostrar lo mucho que se quieren, se consuelan y se necesitan, que son socios pero para el caso como si fueran consanguíneos, no parece necesario cuando de explicar el éxito de su producto por veinte años casi consecutivos se trata.

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Jaime Gonzalo.

Sin red, sin trastes, sin habla

Nuevo texto publicado en el sitio web de In Edit Beat:

Sin red, sin trastes, sin habla

“Jaco” nos permite ver de cerca la genialidad y la tortuosa alma de Jaco Pastorius, el bajista que reinventó el bajo.

La culpa la tuvo Miles Davis. Subsidiariamente, eso sí. Los inductores fueron, coincidencia patronímica, la cantante Betty Davis, uno de sus rollos, y el tiburón Clive Davis, presidente de CBS. Ella poniéndole sobre la pista de Hendrix, Sly and the Family Stone, Funkadelic y otros artistas negros de rock y funk. Él reorientando su descendente carrera hacia el primero de esos géneros e introduciéndolo en festivales como el de Wight, y en el Fillmore y otras salas punteras de dicho circuito. El resultado, el doble álbum Bitches Brew (1969), revolucionaría los mercados jazz y rock, culminando el proceso de electrificación que el trompetista había emprendido el año anterior. Con Bitches Brew daba inicio no solo la etapa más polémica y volcánica de Davis, sino también todo un género denominado fusion, o jazz-rock, invicto durante los 70.

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Jaime Gonzalo.

Qué pequeña se ve la Tierra desde el andamio de Dios

Nuevo artículo en la web de In-Edit, esta vez sobre el documental de HBO Mr. Dynamite: The rise of James Brown, producido por Mick Jagger.

Qué pequeña se ve la Tierra desde el andamio de Dios

Consecuente con la homérica complexión histórica del individuo y su obra, la abundante oferta de documentales sobre James Brown –cierto que muchos de ellos de rompe y rasga–, así como de otros productos audiovisuales gravitando alrededor de su hercúlea leyenda, plantea una pregunta tan retórica como sensata. ¿Necesita la humanidad otro más? Puesto que su inconmensurable dimensión jamás podrá ser plenamente abarcada, no digamos ya la personal, de ahí la retórica, cualquier visión que arroje luz extra o aporte información suplementaria siempre será bienvenida sin importar si refleja más o menos fidedignamente lo indiscutible de un hecho fundamental: James Brown es el artista negro más grande, y más completo, habido y por haber, incluyendo a Little Richard y naturalmente Jacko, pobre pigmeo. ¡Por todo el azufre del Averno! Aquí el relativismo huelga. Estamos hablando del Padrino del Soul, del Hombre Más Currante del Mundo del Espectáculo, del Presidente Funky, del Superbad, del Soul Brother Número Uno, del mismísimo Señor Trinitolueno. ¡¡Baboooom!! Con un personaje de sus bíblicas, trascendentales características entre manos, difícilmente brotará un documental mediocre.

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Jaime Gonzalo.

El cosmos empieza en Tejas

Recientemente he comenzado una serie de colaboraciones en la web del In-Edit. Aquí va el primer artículo, publicado el pasado día 14:

Doug Sahm

Doug Sahm

El cosmos empieza en Tejas

El film “Sir Doug and The Genuine Texas Cosmic Groove” clama justicia para el antecesor del sonido Americana.

Muchos de los que cada año peregrinan al South By Southwest lo ignoran, pero Austin, la ciudad sede de dicho festival, ya había degustado titularidad hip previamente a 1986, año de su primera edición. En el despertar de la década de los 70 un solo hombre refundaba prácticamente de la nada la escena musical de la capital tejana. Que, avituallada por numeroso público universitario, no era precisamente manca, umbilicalmente sintonizada con la contracultura a través de locales como el Armadillo World Headquarter, el Fillmore del bizarro frikismo austinita. Se llamaba ese iconoclasta Doug Sahm, y traía consigo los mismos aires de retromodernidad que en aquellos precisos momentos se encontraban aggiornando el country en Los Angeles, de la mano de Gram Parsons y su banda The Flying Burrito Brothers, supuestos artífices de la tendencia bautizada “Cosmic American Music”.

Antepasado del sonido Americana que tantos estragos causa hoy día, la Música Cósmica Americana no dispone de una definición académica. A gruesos rasgos, sintetizaba la influencia que la cultura de la droga ejercía en jóvenes músicos de extracción rock y el desafío planteado a la tradición, a las raíces, reformulando a su medida la vertebración y filosofía de las expresiones musicales blancas y negras más prominentes del melting pot estadounidense. Se trataba de un impulso contradictorio ya desde su sacrílega composición: ¿hippies profanando la conservadora banda sonora cotidiana de los paletos de provincias? De los varios frentes que abría, en el de Austin coincidía la transgenérica cosmicidad pagana de Sham con la disidencia del outlaw country, otra variante más por la que nombres como Kris Kristoferson, Waylon Jennings y Willie Nelson desacataban los reblandecidos designios estéticos de Nashville, en misión recuperadora de la autenticidad perdida pero también aperturista, integrando en ella nuevos códigos.

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Jaime Gonzalo.