EL CANALLA. Capítulo 46. [Première de la 3ª temporada]

Bienvenidos a la tercera temporada de El canalla, una radionovela de los 80 digna de ser bruñida como el pan de oro. Su protagonista es Paco, un legionario runaway disfrutón cuyo diámetro testicular es inversamente proporcional a su vector de raciocinio. Tras arribar a Barcelona como los vándalos a Roma, Paco se ha hecho excepcionalmente fuerte en los bas-fonds de la Ciudad Condal, bregando con travelos terroristas, inspectores de Hacienda, zombies caníbales sadomasoquistas psicópatas y hasta la temida mafia asiática. Para repasar sus aventuras anteriores diríjanse al archivo. Cómo no, Paquito pretende continuar aberrando en modo bulldozer, se pongan ustedes como se pongan…

RESUMEN DE LO ACONTECIDO

Fastidiado por tanto chino de la China, Paco ha sacado a relucir su colosal orgullo patriota en el restaurante de Mateo Sho Sho Lin. «¡De qué, moreno!», se decía a sí mismo cuando le rodeaba el peligro. El lejiata estaba dispuesto a vender muy cara su vida, pero la providencial aparición de un inspector de Sanidad le ha dado un respiro.

***

Mientras los restos triturados del inspector de Sanidad eran diligentemente procesados en rollitos de carne bajo la atenta y sádica supervisión de Mariloli, el resto de la chinería volvió a depositar su atención en Paco, quien, una vez más, había metido la pezuña hasta el fondo. El enardecido discurso dirigido a las huestes de Mateo Sho Sho Lin no había conseguido sino enemistarle aún más con aquella infecta multitud oriental. Totalmente comprensible, claro. Aguantar una de las filípicas del legionario sacaba de quicio a cualquiera. Además, el muy cabrón lo había dejado todo perdido de diarrea. Así, la chinada aquella, tras limpiar el local en un santiamén, pasar por la ducha y cambiarse de muda y uniforme, procedió a descolgar a Paco del ventilador con ayuda de una escalera de mano. Agotado por la xenófoba arenga que le había salido del alma, nuestro hombre se dejó hacer sin ofrecer resistencia alguna, ni siquiera cuando empezaron a patearle las costillas todos a una. Estaban ya a punto de rebanarle el pescuezo con un enorme machete cuando la nauseabunda voz de Mateo Sho Sho Lin se dejó oír por los altavoces del hilo musical del establecimiento…

—Detenéo, bastaldo mío. Ete homble puede seno de mucha utilidá. Llevalo a la mazmola junto a lo otlo plisionelo.

Paco fue conducido sin dilación a la cocina de El Ultimo Emperador de la China Mandarina. Debajo del fregadero se ocultaba una esclusa secreta, angosta y húmeda, por la que Paco fue llevado a empujones y puntapiés hasta un sórdido y no menos secreto sótano donde Mateo y los suyos mantenían cautivos a todos los incautos clientes que habían cometido la torpeza de visitar el restaurante durante los últimos tres años. Esos infelices, convencidos en su día de que iban a degustar una ternera con cebolla y un arroz frito con gambas, pagaban su error viéndose a merced del detestable Sho Sho Lin, cuyos planes más inmediatos consistían en enviarlos a todos de estraperlo a su lejano y ateo país para que allí fueran vendidos en el mercado negro de esclavos de una remota región occidental de la China. Todo esto se lo explicó el propio Mateo a Paco mientras era transportado con tan escasos modales a sus nuevos y desagradables aposentos. El taimado chino parecía disfrutar de la narración, de la desgracia ajena, de la reconcentrada villanía que determinaba todos y cada uno de sus actos. Es más, a punto estaba de reventar de satisfacción. A Paco todo aquello hizo rebosar su indignación. Aprovechando que habían dejado de darle patadas en la boca para concentrarse en la rabadilla, dijo…

—Pero cómo zu atrevéi, mardito ojo ragao… A mí no me llebái bozotro a buetro paí, mamone… Que yo no zoi ninguna shasha europea pa ze bendía a cuarquié señoritingo de Pequín, capuyo, que zoi too uno capuyoooooo… Mecagüen el livro rojo de Maosenchung.

Un oportuno sopapo en los morros, propinado por un chino muy flaco que le tenía ganas, hizo callar a Paco. Medio inconsciente por la faba recibida y con la vista nublada, el legionario apercibió no obstante como Mateo se le aproximaba amenazador, cual monstruosa sombra chinesca, y nunca mejor dicho.

—No te pleocupe —le dijo Mateo suavemente a la oreja, rociándosela de un fétido aliento que parecía emanar de un lago de azufre—. Tu no selá ninguna shasha en Pekín, te lo plometo. A ti te leselbo algo epesial. Mi dilecta hija Maliloli e una epeta en toltulas. Siemple me etá pidiendo que le entlege plisionelo lesistente poque casi too se le muelen a lo die minuto. Pue bien, tu va a sé pa ella…

Y dicho esto, Mateo le mordió en la oreja a Paco arrancándole un cacho lóbulo que se papeó in situ, masticándolo sin prisa mientras Paco se retorcía de dolor en el suelo y la chinada le reía la gracia al jerifalte. Sin embargo, el lejía se recompuso de inmediato y, exultante de hombría, valiente como él solo, escupió a Mateo en pleno rostro y le dijo muy chulamente…

—Azina ze te atragante er peaso oreja, shino purgoso… Un nobio de la muerte no le teme a ná.

Sho Sho Lin se limitó a agarrar a uno de sus esbirros mas pequeñajos y limpiarse con este el escupitajo recibido, estrujándolo luego como a un kleenex usado y tirándolo a un foso lleno de cocodrilos, pues no tenía costumbre de limpiarse nunca dos veces con el mismo esbirro. Sin duda la ira le rebullía por dentro, pero sabedor de que aquel occidental insolente iba a acabar en manos de su retorcida hija, optó por esbozar una misteriosísima sonrisa que a Paco le dio más mala espina que Torrebruno cuando decía aquello de «Y ahora, queridos niños, vamos a cantar otra canción…».

Encadenado a la pared, Paco observó todo escamado como Mateo se alejaba seguido de su comitiva, dejándolo allí en el calabozo preguntándose en qué fatal momento se le antojaría a la Shosholina reclamar su presencia en la sala de torturas. «Glups», se dijo al no encontrar respuesta. Como no tenía otra cosa que hacer, y para distraer su pensamiento, se puso a improvisar una coplilla de circunstancias bramada a todo pulmón…

—Yayayayaiyayai, a mí man disho que lo shino, zon ma tonto q’un pepino / A mí man disho que lo shino / no saven hasé er pino / Ay que pringao son lo shino / que nunca podrán se marino / poque no le guta er agua, ni ziquiera pa beberla / porque no le guta er agua / musho meno pa labase / Ay que pueco son lo shino / Marselino pan y vino…

En estas, que de entre las penumbras del calabozo que apenas iluminaba la débil luz de una mísera antorcha, surgió una voz quejumbrosa…

—Ay señor, no puede ser, dos veces en la misma vida no puede ser, tropezarme otra vez con semejante sujeto en tan lamentables circunstancias…

Paco reconoció de inmediato aquella voz familiar…

—¿Maqué der Llobregá?, no pue se tú, juas, juas, juas, eta sí que e vuena…

Y el marqués del Llobregat, afligido como si soportase encima el peso de una cordillera montañosa, recordando la mala vida que le diera aquel legionario durante el cautiverio que compartieran en las grutas sadomaso de Amparo Corominas, no pudo sino ponerse a llorar, y no de alegría precisamente.

EPÍLOGO:

¿Soportará el débil corazón del augusto marqués de Llobregat un nuevo encierro con el pelmazo de Paco? ¿Encontrará este a otros viejos conocidos en su nueva mazmorra? ¿Le introducirá astillas de bambú en las uñas la Mariloli, o derramará aceite hirviendo sobre sus genitales previa depilación en vivo y pelo a pelo? No se pierdan el próximo episodio de El canalla, una radionovela que no respeta los derechos humanos. Para nada, oigan.

© 2013 Jaime Gonzalo.

 

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