RESUMEN DE LO ACONTECIDO:
Finalizada la primera temporada, Paco y sus amigos lograron por fin salir del piso de Amparo Corominas, donde parecía que se iban a quedar para siempre. Adiós a los sobresaltos, a los zombies caníbales sadomasoquistas psicópatas, a la violación inmisericorde de inocentes porteras, se dirá el oyente. Nada más lejos de la amuermante realidad, escuchas nuestros. Prepárense para iniciar una segunda temporada si cabe más cariacontecida y sicalípticamente viciosa que la anterior.
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Habían transcurrido dos semanas desde que Paco, Vanesa, Maruja y la cabeza del inspector de Hacienda se decidieran por fin a abandonar el piso de la Corominas. Las aguas volvían a su cauce y nuestros amigos se dedicaban a llevar una existencia normal, libre de sobresaltos. Por su parte, Oriol, la Corominas, Pere Riudellós y la Menchu descansaban en paz, víctimas de un trágico accidente automovilístico, al despeñarse desde lo alto del Tibidabo el 850 Coupé en el que viajaban apretujados junto a treinta y tres cocineras ninfómanas, rumbo a Valencia. En cuanto al marqués del Llobregat, no se tenía la menor pista de su paradero, aunque fuentes bien informadas decían haberlo visto por Benidorm seduciendo a viejas del Imserso, hecho un asqueroso y degenerado adicto a las bolas de futbolín.
Paco, su hermana y la Vane vivían los tres juntos en un pequeño pisito que el travesti tenía en el Paralelo, muy cerquita del Studio 54. Paco había aceptado el hecho científico de que su hermana era fulana y tomaba el sol con las tetas aire cuando le salía del coño y encima sin aplicarse crema protectora, ea. Tan hecho a la idea estaba el lejía que ni siquiera le importaba cuando de vez en cuando la Maru se traía currelo a casa y follaba con los clientes en el recibidor, la cocina o la salita. Bien que aprovechaba él para pelársela como un cosaco mientras ejercía de voyeur sin cortarse un pelo, en ocasiones incluso sumándose a la jarana y socratizando a su hermana como el que no quiere la cosa y haciendo oídos sordos a las lógicas protestas del putero de turno. Debe aclararse que, salvo estas ocasionales licencias, Paco era otro hombre. Sus relaciones con Vanesa habían dado un brusco giro y, aunque de vez en cuando discutieran como toda pareja normal hace, podía considerarse que estaban formalmente comprometidos. El único problema es que Paco se negaba en redondo a doblar el espinazo. Hecho un vago de campeonato, se dedicaba al noble oficio de no dar golpe y cada vez que la Vane o la Maru le salían con que buscara trabajo el muy gañán respondía señalando a la cabeza del inspector de hacienda, que habían colocado encima de la tele, junto a una muñeca andaluza con traje de faralaes. Su argumento era aplastante: «¿Y a eze poqué no le desí nunca na?». Precisamente en estos momentos se encontraba la pareja enzarzada en una discusión motivada por tan cansino tema, que Paco atajó encerrándose en el retrete para masturbarse un rato mientras hojeaba el Dicen. Al otro lado de la puerta, Vanesa le apremiaba.
—Anda, Paquito, ponte ya la sapatilla y zaca a paseá ar Filomeno, quel pobre ze debe etá orinando. Po lo meno hase tre semana que no me lo zaca a la caye ar bisho. Un día deto ze no mea aquí memo y no inunda la casa.
Filomeno era un insoportable chihuahua que un camionero, cliente habitual, le había regalado al travelo un buen día que encontrándose sin blanca requirió sus servicios. El minúsculo bichejo había salido bastante borde. Paco odiaba al chucho. Filomeno detestaba al lejía. Paco rompió de mala gana su encierro y sin darse por aludido se dirigió directamente a retomar posesión del sofá. Envuelto en una bata de guatiné de la Vane, encendió la tele y se dispuso a jartarse de arenques mientras miraba el programa de Jesús Hermida, uno de sus ídolos televisivos. Ni siquiera en esa aparentemente ideal circunstancia podía el hombre encontrar tranquilidad, pues el inspector de Hacienda se pasaba al rato preguntándole a Paco que echaban por la tele, ya que además de no poder verla debido a su decorativa ubicación, se encontraba algo sordo. Además, el muy cabrón del cabezón de hacienda también solía recriminarle al legionata su escasa disposición a salir del desempleo. Harto ya de todos, Paco agarró al chihuaha por el pescuezo, como si fuera a pagarla con él.
—Un dia deto voy a cojé eta purga y me la voy a papeá entre do troso de pam bimbo, mecaguen Feli Rodrigues de la Fuente, el buitre leonado y la avutarda ibérica. Que ziempre me toca a mi zacá a meá eta coza. Y la gente se cashondea cuando me ven por la calle con eze bisho de maricón, poque eze perro hijoputa e una mariconá.
Vanesa le recordó a Paco que, efectivamente, antes que travesti era indispensable ser maricón y que, por lo tanto, el miniperro estaba bien donde estaba. Paco refunfuñó, pero finalmente se metió a Filomeno en el bolsillo de su esquijama, se calzó las zapatillas y bien envuelto en la bata de guatiné sacó al chihuahua a pasear por la calle las Tapias y de paso tirar la basura.
EPILOGO:
¿Se orinará el pobre Filomeno en el bolsillo del esquijama del lejía, corriendo el consecuente peligro de morir ahogado en su propio ácido úrico? ¿Es feliz Paco con la vida regalada que se pega a expensas de su novia y hermana? ¿Causa interferencias la cabeza del inspector de Hacienda al estar situada tan cerca de la antena de la tele? No se pierdan por nada de este mundo ni del otro tampoco el próximo episodio de El canalla, una radionovela que es como una papela, pura dronga.
© 2012 Jaime Gonzalo.