EL CANALLA. Capítulo 30.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

Paco ha estado a punto de confesarle a Vanesa que tenía pensado cometer un atraco en compañía del Recortada, pero en el momento de la verdad le ha dado apuro y se ha quedado sin palabras, el muy berzas. Es más. No sólo no ha tenido agallas para contárselo a la Vane, sino que tampoco ha dicho esta boca es mía cuando aquella le ha plantado en las manos el uniforme de portero de la discoteca El Clavo, diciéndole: «Pruébatelo pa que tarregle loh bajo, que empiesa a currá manyana».

***

Lo de desvalijar las reservas del Banco Central tendría que posponerse a la espera de mejor ocasión. Por fin el legionario se había puesto a currelar como dios manda, A Paco no le hacía ninguna gracia aquello de ser cancerbero en una boite discoteque, pero la pobre Vane había invertido tanto empeño en conseguirle el puesto que no tuvo arrestos para decepcionarla. Lo que más le molestaba de todo era el uniforme granate eléctrico con rayas amarillas en la costura lateral de los pantalones y la gorra de plato que le hacían llevar en horas de trabajo, esto es, traje de «porterata» con todos sus complementos: galones, cordelería y chorreras incluidos. Según Pacorro, le hacía parecer «un eclabo proletario, un cavayero legionario humillao y pisoteao pol engranaje capitaltita». Pero lo peor eran los humos con los que el personal se presentaba a la puerta de El Clavo, una chusma de impertinentes y vociferantes ricachos que tomaba a Paco por un criado, o lo que es aún más humillante, un acomodador.

Llevaba una semana en el puesto y ya estaba hasta las meninges de tanto mamoneo discotequero. Mientras reflexionaba bajo la llovizna en la puerta de El Clavo, se personaron los primeros clientes de la noche, un alborotado grupo de tres niñatas de muy buen ver encabezado por un repelente pijo. El muy pedorro detuvo en seco su BMW delante de Paco, aplastándole los pinreles con sus neumáticos Michelin especiales para la nieve, pues venía la panda de esquiar en el valle de Arán. El conductor del vehículo le dijo a Paco:

—A ver tú, Bautista, toma las llaves y apárcame el coche. Y ojito con rayarlo, que me lo acaban de regalar mis viejos.

Paco se mordió la lengua para no enviar al pijo al carajo, pero cuando el susodicho le arrojó las llaves y un par de bolsitas de azúcar de la cafetería Sandoz de la plaza Calvo Sotelo a modo de propina se le encendió la sangre y no puedo evitar que una repugnante grosería escapara de sus labios como un mojón de caca recién salido del ojete…

—Mía tú, shushurrio lo cohone, er coshe te lo vi a apacá tu puta madre, que zeguro que anda po aquí serca comiéndose argun ravo por meno de lo que tú me a dao de propina, so serdo. Y me ajuego aloquequiera que tu padre cría ladilla hata en lo sobaco, ejeje, asukiki, tacará, racayú, ozú, olé, ayvá…
—Pero, ¿tú de que vas, imbécil? Ya puedes darte por despedido. Ahora mismo voy a hablar con el director de la sala, que es colega mío. Venga niñas, arreando, que este patán ya nos ha hecho perder demasiado tiempo. Es lo que dice mi padre, con el proletariado no se pueden tener buenas maneras, hay que tratarlo a puntapiés, como a las bestias.

Paquito no se lo pensó dos veces y ante tamaña falta de respeto hacia la clase trabajadora le sacudió tal bofetón al mindundi que de rebote hasta los esquies temblaron en la vaca del coche. Con dos dientes menos y el morro ensangrentado, el pijo se puso a gritar como un loco…

—Auuuu, auuuuu… te voy a hacer la vida imposible, animal, tus días en El Clavo están contados. Te denunciaré a la policía, canalla, sinverguenza, pobre, analfabeto, tío lumpen… ¡Charnego!

Paco, que no tenía ni idea de lo que significaba charnego, se tomó aquel insulto muy a pecho. Desalojó el vehículo lanzando por la ventanilla del conductor una ristra de sus malolientes y mefíticos pedos que hizo salir en estampida a los ocupantes, todos tosiendo y con la piel verdosa como consecuencia de aquella pestilente emanación gaseosa. Paco se plantó de un salto en el asiento del conductor y, con las llaves en su poder, arrancó el coche poseído por una furia sobrenatural. A través de la ventanilla el pijo y sus amigas pudieron oír a Paco decir unas palabras antes de que el ruido del motor apagara su voz y los neumáticos chirriaran sobre el asfalto…

—¿Sharnego yooooooo? ¿Sharnego yooooo? Mecaguen la úrtima sena y lo apótole y er catesimo y er papa roma y la mizione der Domun… Sus vai a enterá…

Dicho esto el BMW salió disparado en dirección al uptown barcelonés, en busca de zonas bien donde cumplimentar debidamente su venganza sobre las clases pudientes. Llegó así hasta el paseo de la Bonanova y subiéndose con el coche a la acera empezó a atropellar a cuanto ser vivo se cruzaba en su camino, esto es, aproximadamente, media docena de estudiantes de bachillerato que regresaban a casa después de entrenar a basket en los Salesianos, un pobre paleta que venía de instalar parqué en un dúplex de la calle Escuelas Pías, y cinco médicos de la clínica Dexeus que salían de operar a una de las esposas de un acaudalado emir árabe que se salvó del atropello solo porque Alá quiso. Luego paró en seco en medio de la avenida del General Mitre, entró en la primera portería que tuvo a mano y procedió a subir de piso en piso, derrumbando las puertas a patadas y violando a quince mucamas filipinas, tres señoras de la limpieza extremeñas, cuatro au pairs y veintidós damas de la alta sociedad. Sin distinción, así de universal y democrática era la ira de un charnego, pensó Paco en sus sucios y atufarados adentros. Estaba el hombre que resoplaba. Aquel reguero de semen purificador que había vertido en el nº 234 de Mitre no bastó para saciar su indignación obrera, precisamente él, que nunca en su puta vida se había planteado cotizar a la seguridad social. De modo que no contento con ello, se encaminó con el BMW a toda pastilla hacia la plaza San Gregorio Taumaturgo, penetró con el coche en la parroquia del mismo nombre alrededor de la cual trazaba su rotonda la plaza, se encaramó en la estatua del autor de In originem prosphonetica ac panegyrica oratio que presidía el altar, se bajó los pantalones de listas amarillas y depositó sobre la calva del docto santo un zurullo que tras ser primorosamente moldeado con las manos por Paco dejó a Gregorio con un tupé de lo más agraciado. Para coronar su acceso de enajenación, seguidamente empotró el BMW contra la terraza del bar Peppermint aplastando a dos camareros y siete clientes. Luego se puso los esquís, y propulsándose con pedos de los suyos fue deslizándose hasta bajarse tan ricamente por la calle Balmes mientras iba repartiendo bastonazos a diestro y siniestro, a conductores y transeúntes, una vez mas sin distinción. Torció en una esquina y tras un pequeño eslalon derrapó hasta dar un giro completo y frenar delante de El Clavo con un sonoro retro-pedo acompañado de una marronácea nube de hedor casi sólido.Todo ello lo hizo Paco en no más de seis minutos. De ahí que cuando se detuvo en seco ante El Clavo con tan espectacular maniobra, el pijo y sus amigas, que todavía se encontraran allí recuperándose de la anterior intoxicación, volvieran a aspirar los fétidos efluvios intestinales del colosal aerófago y entraran nuevamente en coma momentáneo.

EPILOGO:
¿Creen que ha comenzado Paco su trabajo con buen pie? ¿Puede un estómago humano llegar a tan altas cotas de corrupción pituitaria? ¿Conservará su currelo el legionario después de demostrar como se las gasta? ¿Ponen buena música en El Clavo? No se pierdan el próximo episodio de El canalla, una radionovela donde la lucha de clases adquiere nuevos significados.

© 2012 Jaime Gonzalo.

 

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