EL CANALLA. Capítulo 34.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

El invitado sorpresa ha resultado ser Úrsula, un pedazo de mujer (?) argentina con la que la Vane, presumiblemente, había compartido oficio y aventuras, vayan a saber si novios también. Al verla prácticamente desnuda saliendo de la ducha, a Paco se le ha desencajado la mandíbula y disparado una erección. Para celebrar el encuentro se han ido los tres a cenar a Can Chicharelu, donde está a punto de acontecer uno de esos pequeños dramas que ponen una nota de color en el transcurrir cotidiano.

***

Tras apagarse el puro en la lengua y haciendo caso omiso al comentario de Vanesa sobre los manchurrones y restos de excrementos que jaspeaban el uniforme de Paco, Úrsula empezó a contarle a este el origen de su amistad con la Vane.

—Vite, gayego, hase mushos años, allá en la Pampa…
—Pero que disé tu —intervino Vanesa de inmediato—, si tú y yo no conosimo hasiéndono la Rambla de Cataluña cuando la brasileña aun no lo havían invaio…
—Perdoná, chica, la nohtalgia, vos sabés. Sierto, fue en la Rambla Cataluña. Menuda pareja formábamos ambas, che. ¿Vos acordás de cuando vino Perón y no fuimo de quilombo los tres al hotel Majestic?
—Zi, hombre, con Perón y zu puta madre, zi lo ma serca quetuvite tú de una poya suamericana fue cuando vino aquer cliente con una camizeta de Cholo Sotil. Deja, deja, mejó ze lo cuento yo, que tu te hase la pisha un lío. Verá, Paquiyo, la Úrzula y yo traíamo a too lo tío de culo. Too se no asecaban a preguntá cuánto. Una vé no contrataron pa mamársela a sincuenta ejecuntinvos japoneze. No vea, tocamo a veintisinco pilila amarilla po barba, que yo entonse la tenía mu serrada. Otra vé no llamó un equipo furvor de tersera división. No enserramo en lo vetuario y le jartamo a porvo, tanto e azin que no pudieron entrená durante tre zemana, de lo reventao que lo dejamo…

—Sí —apostilló Ursula—, un quilombo macanudo, pibe.

Paco no prestaba la menor atención a la conversación. Como habrá adivinado el agudo oyente, solo pensaba en una cosa: tirarse a Úrsula lo antes posible y desalojar así los quintales de semen que iba acumulando su libido, cual zurrón sin fondo. Vanesa, que en seguida caló a Paco, dijo con tono socarrón para aclarar las cosas…

—No te la mire tanto a la Úrzula, Paquete, que por zi no t’abía dao cuenta e un travielo como zerviora, vamo, que tiene ma rabo que tú.
—Cállate ya esa bocasa —dijo Paco con una inmensa expresión de asco—, mecagüen Fraga Inribarne y la bomba de Palomares, que siempre etá metiendo tu la pata. Ere ma bronca que una granisá de bola de petanca, leshe. A ve si ashanta eze pico tan grande que tiene y deja que la Úrzula y yo no conocamo mejó. Borde, que ere una borde.

Menudo corte se llevó Vanesa, hasta entonces acostumbrada a que Paco, si bien proclive a la rudeza, se guardara muy mucho de humillarla en público o en privado. Despechada y con unos morros de aquí te espero, la Vane se retiró al lavabo con la sempiterna excusa de que tenía que cambiarse el támpax. En cuanto hizo mutis, Úrsula aprovechó para arrimarse a Paco y empezar a susurrarle procacidades al oído. Menuda lagartona, menuda putana, ¿y era ella la que se decía amiga de la Vane?

—Ete, vite, Paco, vos pareséis un hombre bien dotado, che. Seguro que tenéis una buena pistola ayá debajo, cargada con munisión calentita. Ay, la pucha, una mamada pistonuda te hasía yo de inmediato. Acá en Epaña, ¿se pueden haser esas cosas en los restoráns?

Mientras formulaba esa última y retórica pregunta, pues, al menos en Can Chicharelu, Paco y la Vane habían quilado encima y debajo de todas las mesas del local, sobre todo cuando cenaban la parrillada de marisco con churros, otra de las delicatessen del chef, potente y castizo afrodisíaco donde los hubiera, Úrsula deslizó la mano disimuladamente y palpó con experto detenimiento la amazacotada montaña de prieta carne que se le había formado en el paquete a Paco, todo un promontorio que haría las delicias de un topógrafo en busca de deslizamientos tectónicos. Dejando escapar un cálido gemido de sorpresa que apestaba a puro, el travelo tanguista desabotonó la bragueta y extrajo con tiento aquel cañón digno de las fundiciones Krupp. De tan enhiesto que estaba el ciruelo legionario, el prepució asomó por el borde la mesa como si fuera la calva de un señor bajito pero cabezón. Con el pretexto de limpiarle una de las manchas de caca, Úrsula se acercó y sujetando con fuerza aquel miembro se lo injertó disimuladamente en la boca y empezó a espachurrarlo como si fuera un tubo de leche condensada del que quisiera extraer hasta la última gota. Como la que no quiere la cosa, a continuación Úrsula tiró al suelo la tabaquera en la que guardaba los Montecristos y con esa excusa se metió debajo de la mesa haciendo como que buscaba los habanos, pero en realidad con intención de propinar una señora mamada a su acompañante. En aquel preciso instante apareció el camarero, que era uno de los que Paco había atrapado practicando scat en el lavabo, trayendo los mantecados de nata y fresa que venían incluidos de postre en el menú especial de la casa. Fuese por cosas del destino o porque el muy gañán había avistado a Úrsula ocultándose debajo de la mesa y tras el mantel, la cuestión es que los mantecados cayeron accidentalmente al suelo y el camarero, sopretexto de recogerlos, se unió a Ursula al amparo de los faldones del mantel, que por si no lo sabían era a cuadros pero de diseño, o sea cuadros octogonales con estampados que imitaban unos dibujitos de Mariscal. Paco no advirtió la movida porque ya le habían traído su botella de orujo y estaba el hombre pimplándosela a la espera de que se la mamara la Úrsula.

Bajo la mesa, sin embargo, se desarrollaba un drama digno de esos documentales de la vida de los animales en la sabana del Serengueti. Dos fieras salvajes, Úrsula y el camarero, se encontraban en el mismo hábitat, el de la sotomesa, y ante una única presa, la verga de Paquito. Sin decir ni siquiera «hola buenas» el camarero le arreó un codazo a Úrsula en la cara y se amorró al nabo de Paco en busca de alguna brizna de caca que hubiera sobrevivido del affaire en el lavabo. Pero el caso es que si alguna quedaba, se la había llevado en la lengua Úrsula en su primer acercamiento bucal al codiciado miembro. Rebotado por esa desfachatez, el camarero arreó un puñetazo a Úrsula, que todavía estaba atontada por el codazo, le desgarró el maillot con estampado de manchas de leopardo y, volteándola diestramente, la dejó en posición decúbito prono y se abalanzó sobre su culo en busca de rastros fecales, repasando con ávida lengua la raja del ano de arriba a abajo y en repetidas ocasiones, aunque, todo hay que decirlo, sin éxito en su prospección, pues como siempre decía Úrsula, ella podía «ser sudaca, pero muy limpia, vite». A todo esto, al olfatear el mantecado de nata y fresa, la cabeza del inspector de hacienda abrió con una oreja la cremallera del bolso donde Vanesa le llevaba guardado, pues de la pena que le daba el «cabezo» lo transportaba siempre consigo fuera donde fuera, y con una contracción de los músculos del cogote se impulsó para caer al suelo y rodar cual pelota debajo de la mesa. Una vez avistados los mantecados, que habían acabado espachurrados bajo el pollón y testículos de Úrsula, hacia allí que se lanzó para devorarlos. Y así, mientras la testa fiscal le sorbía el helado de sus partes y el camaruta insistía en profundizar con su lengua esfínter adentro, a Úrsula le sobrevino uno de sus orgasmos, que siempre iban acompañados de un poderoso eructo cuya onda expansiva era capaz de hacer tambalear un edificio. De este modo, temblaron hasta los cimientos de Can Chicharelu, se desencajaron todas las dentaduras postizas que por allí manducaban, y la mesa de nuestros amigos levitó unos tres metros aproximadamente, dejando a la vista de todos el macanudo cuadro orgiástico que componían Úrsula, el camarero y el melón recaudador, por no hablar del cipotón de Paco, quien, cocido a base de bien y ya por la segunda botella de orujo, no pudo sino abandonarse a una espástica eyaculación que dejó perdidos a los tres libertinos. Viendo que un grumoso chorro iba a caer sobre los mantecados, y desconociendo su procedencia, la cabeza del inspector de hacienda no pudo sino prorrumpir gratificada diciendo…

—Gracias por la nata, majetes.

EPILOGO:
El semen que ha coronado el helado, ¿estará cortado por el orujo o servirá para hacer las funciones de nata sin agriar el sabor? El resto de comensales de can Chicharelu, ¿hará como que no ha visto nada o saldrá en estampida hacia el lavabo para vomitar? Y hablando del lavabo, ¿qué coñe hace la Vane tanto rato allí metida? No se pierdan el próximo episodio de El canalla, una radionovela que abre el apetito y siempre deja con ganas de mássssss.

© 2012 Jaime Gonzalo.

 

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