EL CANALLA. Capítulo 42.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

Después de disiparse los efectos del último tripi, Paco ha tenido que admitir que la Vane, la Maru y el Filo han sido salvajemente asesinados por El Recortada, como ha deducido el muy mostrenco al tropezar con varios cartuchos de escopeta que ha colado luego a unas putas como pago a sus servicios. ¡Para que uno se fie de las amistades, oigan!

***

Paco empezó de inmediato a planificar su venganza. Lo primero que hizo fue poner a dormir la cabeza del inspector de Hacienda de un puñetazo, pues la barrila que le estaba dando para que le aclarara qué iba a ser de ellos se estaba disparando por momentos. Lo siguiente fue hacerse con un nuevo queo, pues tarde o temprano la policía acabaría por presentarse en el lugar de los hechos y empezar a hacer preguntas. Con su hoja de servicios, Paquito reunía todas las condiciones para ser incriminado ipso facto. La elección de morada recayó en El Serrano, una lúgubre pero discreta casa de huéspedes ilegal disimulada en la trastienda de una clínica de venéreas situada en la cercana calle Berenguer. Realizada la mudanza, que básicamente consistió en el cabezo fiscal, dos garrafas de orujo y una caja de galletas María Fontaneda que hacía las veces de botiquín de drongas, el recalcitrante lejía se fue a una barra americana llamada El Candelabro Vicioso para reflexionar allí tranquilamente y sin el incordio del de Hacienda frente a una surtida ristra de cubalibres. Con cuerpo y mente bien entonados, aunque aquel brebaje fuera garrafón del de a peseta el litro, nuestro hombre cayó en la cuenta de que lo primero que necesitaba para llevar a cabo sus planes era armamento. Pero no tenía un clavo para comprarlo, he ahí el dilema. Así que saliendo de El Candelabro Vicioso encaminó sus pasos hacia el pisito de la difunta Vanesa. Su propósito no era otro que hablar con la portera de la finca, una agria y anciana gitana apodada la Jaquera que desde su cuartucho controlaba el tráfico de heroína en el Paralelo y estaba considerada entre el hampa una de las principales dealers de la ciudad. La de veces que le había fiado matute a Paco, recordaba este enternecido, obviando el hecho de que si podía pillar mandanga a crédito era gracias a las buenas relaciones que la Vane mantenía con la portera.

No sin tomar precauciones para no ser visto, Paco penetró como un rayo en el cuchitril que supuestamente era la portería, un maloliente tabuco donde la Jaquera habitaba junto a sus doce hijos y varias toneladas de heroína que aquellos custodiaban día y noche, armados hasta los dientes con subfusiles hábilmente camuflados de escobas. Sin decir ni hola, Paco pasó a exponer abiertamente su proposición…

—Verá tu, Jaquera, nesezito pata ugentemete y he penzao quiguá tu tiene argún travajiyo pa mí que eté bien renbumberao, digo yo…

—Hombre, Paquito, la cosa eta mu ashushá úrtimamente, pero tiniendo en cuenta que la Vane, po maricona que fuera, era una mujé de buen corasón y que m´avía hesho argú que otro fabó, po ea, no sable má der perejil. Te voy a hasé un encargo der que te pue sacá aproximamente kilo y medio. Si te paese sufisiente, tuyo é er curro. Pero devo disite que é un azunto peligrozo. Que no ze diga que no te he disho que hasiéndolo pué tu perdé er pellejo.

—Mi vía ya no tiene ningú baló zin la Vane —mintió descaradamente Paco—. A vé, de qué ze trata, dezembusha.

—Verá tu, mi arma, arrezulta que la zemana pazá m’afanaron una impotante remeza de caballo que mavían enbiao der Paquitán. Zavemo de vuena tinta quien a zío er reponzable. Ze trata de Mateo Sho Sho Lin, un shino critianisao que s’intaló en Varselona hase musho tiempo con la ecuza montá un retorante shino, que no era zino una tapaera, la madre que parió ar puto Funmanshú…

A la Jaquera se le iban calentando los cascos a medida que le relataba a Paco los pormenores del palo del que había sido objeto. Para impedir que se le engorilara la tensión, le echó un buen trago a una cantimplora rellena con Agua del Carmen que siempre llevaba encima y ordenó a su prole que le prepara un piquito, para sosegarse. A coro y a la voz de uno, la numerosa descendencia jaquera respondió como siempre hacía en estas ocasiones…

—Y pa nozotro… ¿na de na?

—Na de na —respondía la vieja, también como era costumbre—. Efintibamente, vozotro zu jodei…

Paquito fingió entonces una significativa tos con la que quería insinuar a la Jaquera que él no quedaba comprendido en aquel excluyente «nozotro», y que en su calidad de visitante bien merecía ser objeto de la generosa cortesía que como anfitriona le debía la insolidaria portera según dictaban las reglas del protocolo. Comprendiendo, esta le dijo sin inmutarse…

—Pa ti tampoco ay ná, que eta e mi rezerva epeziá y la tengo zolo con fine tirnapeútico y po recomendasión méndica.

Dicho esto, se pincho tal jeringazo de jaco que si no le salieron los ojos de las órbitas fue porque tenía la buena mujer la tensión ocular más curtida que la suela de sus zapatillas. Mientras el burraco empezaba a hacerle efecto, reanudó sus explicaciones…

—Sho Sho Lin e un mangante musho cuidao. Se didica a traficá por ahí opio y jeronina que le llega ar malaje camuflá en er interió de la gayeta de la fortuna. Er mu malnasío sa quedao con mi jaco. Lo que tu tiene que hasé e ir a su retaurante El Ultimo Emperadó de la Shina Mandarina y pedí un plato que sa llama Chon Chang Sung Pang Rantampang Riau Riau Chi Cholin Mao Tse Tung a la Cantonesa con Arbongiguilla a la Gran Muraya Pequinesa del Junco Chung Chai Jalai. Eza e la contrzeña que tiene Mateo pa conosé a su compradore. Entonse, una ve allí, te a de hasé con mi mercansía y pasala a Andorra, a otro contato que ya de daré yo en zu momento zi todabía zigue bibo depué de meterte en la guaría de ese shino coshino.

—No zavle má der azunto, ezo eta esho.

—Tu deside, Paquito. Toma eta entralleta japoneza pa protegerte —le dijo arrancándole de las manos a uno de sus hijos un subsfusil ametrallador camuflado de escoba—. Dipara uno sinco mil shupinaso po minuto, o ezo man disho que pone en er manuá instrunsione, ma o meno. T’irá de putifa, poque Sho Sho Lin eta continuamente protegío po un peligrozo y murtintundinario grupo de karateka y ninja y admiradore de Brus Li. Mala gente, Paquito, te lo digo yo, azín que ándate con musho ojo.

Paco, que apenas había prestado atención a lo que se le decía porque tenía metida en la cabeza la idea de sacarle un pico gratis a la Jaquera como fuera, estaba ya babeando pensando en el chute por la cara. La Jaquera, que pese a encontrarse en un avanzado y fétido estado de decrepitud todavía estaba al quite de todo lo que sucedía a su alrededor, le arrojó con desdén una papela que previamente había rellenado con bicarbonato, pasta de dientes Profident y polvos pica pica…

—Toma. Zi la coza zale vien, tendrá má, ademá der patón que te va a caer. Y fíjate vien en la papelina, gañán.

Previsora que era la mujer, había hecho que el único de sus hijos que sabía leer y escribir garrapateara las instrucciones en el envoltorio aquel. Todo y plagado de faltas de ortografía, le detallaba en él a Paco todos los pasos a seguir en la operación. Lástima que ninguna posdata le explicara al ingenuo y merluzo legionario que era aquella una sucia jugada con la que la Jaquera pretendía darle al palo al pobre Sho Sho Lín, que había abonado religiosamente aquel alijo supuestamente afanado a la portera a una de las tríadas mas peligrosas y despiadadas de Pekín.

EPILOGO:

¿Podrá Paco con tan abultada caterva de chinos narcotraficantes? ¿Se acordará de la contraseña aún teniéndola escrita? ¿Probará antes de hacer la faena la especialidad de el Ultimo Emperador de la China Mandarina, esto es rollitos de entretiempo rellenos de croquetas de bambú y picadillo a la Jackie Chan regado con extracto de jenjibre rancio?

© 2013 Jaime Gonzalo.

 

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