Hoy se ha publicado en El País este nuevo artículo:
Dejad que los chicos se acerquen al rock
Si hay una banda que desmienta la eutanasia cultural que en los 70 se le practicaba al ‘rock’n’roll’ en nombre de la utopía lisérgica, esa es The Flamin’ Groovies
El rock’n’roll no feneció con Buddy Holly, al contrario de lo que aseguraba Don McLean. Ni la contracultura pudo con él. En plena catálisis psicodélica, Grateful Dead, Quicksilver Messenger Service y Creedence Clearwater Revival insertaban en su repertorio piezas de Chuck Berry, Bo Diddley y Dale Hawkins. La actuación más celebrada de Woodstock resultaba ser la de Sha Na Na, pandilla de bergantes universitarios comprometidos con el pingüe oficio del revivalismo de los cincuenta. Otro festival también de 1969, el Toronto R&R Revival, contaba en su cartel con Gene Vincent y Little Richard. En Inglaterra celebraban el London R&R Festival en 1972, protagonizado por Jerry Lee Lewis, Bill Haley y demás hipotéticos jubilados de una era extinguida.
Operadora de un renacimiento y no de una desmomificación, tonificante y atemporal, si hay una banda que desmienta la eutanasia cultural que en teoría se le practicaba al rock’n’roll en nombre de la utopía lisérgica, esa es The Flamin’ Groovies. Nativos de San Francisco pero desalineados de la gleba ácida, su nombre titila irreductible en el paladar de entendidos y estudiosos, usufructuario de un culto en constante renovación. Activos todavía con tres de sus miembros originales, aunque reducidos a pálido escombro de lo que fueron, no precisan de esa desvaída persistencia carnal para arrogarse la gloria. Durante doce rutilantes años, 1967-1979, orzando para escapar de vientos adversos, circunnavegaron los centros de gravedad de rock y pop con exquisitas y fehacientes maneras, a bordo de los seis inspirados álbumes grabados durante su cariacontecida singladura. Que se fueron todos a pique, pecios lastrados de tesoros.
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Jaime Gonzalo.