Se ha publicado, dentro de la sección de blogs de Público.es, la versión en castellano de mi entrevista en la Revista Luzes:
El rock es una lengua muerta. La crítica es irrelevante. Nada distingue una revista de música de un catálogo de trajes de baño. La contracultura es una estafa. Internet mató el misterio. Ya no se escribe como antes. Los pioneros eran pocos y mediocres. Nadie nos enseña a enfermar. No hay tregua con Jaime Gonzalo. Ni de izquierdas ni de derechas. Ni vasco ni catalán. Ni amargura ni todo lo contrario. Puro desarraigo. Cuarenta años de servicio en la prensa musical. Media docena de libros. No hay mañana.
Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957) pasó por buena parte de las cabeceras históricas de la prensa musical española, como Star, Vibraciones, Disco Exprés o Popular 1, donde debutó en 1975, antes de fundar y dirigir Ruta 66 junto a Ignacio Julià mediada la década de los ochenta. De un tiempo a esta parte, además de colaborar en otros medios, también escribe libros. ‘Escupidos de la boca de Dios’ (2006) interrogaba a los protagonistas de La Banda Trapera del Río, el aullido xarnego de Cornellá, estrellas negras de su propia constelación obrera. En ‘Combustión espontánea’ (2008) retrataba y conversaba con los Stooges, una de las bandas que lo engancharon al negocio. Ahora, mientras ultima el desenlace de ‘Poder freak’, la trilogía en la que ajusta cuentas con el espejismo contracultural del siglo XX, promociona ‘La ciudad secreta’ (Munster, 2014), una cartografía sonora de la Barcelona underground entre 1971 y 1991. Lo que pudo ser y no quisieron que se contase antes del aguacero olímpico.
Barcelona, años setenta.
Una ciudad progre y cultureta y una izquierda peluda, de pantalón de pana y chaqueta negra con El Viejo Topo debajo del brazo. Muchos acabaron mandando, para nuestra desgracia.
¿Y Jaime Gonzalo?
En tierra de nadie. Lo mío no era ni París ni el marxismo ni el punk que vendría luego. Ni los cantautores y el rock laietà, lo progre, lo que dominaba, ni los Sex Pistols, que ya eran portada de Disco Exprés en 1976. Para nosotros eran basura, tan innecesarios como los Ramones. Ya teníamos a T-Rex y a los Stooges.
¿Dónde estaban todas estas músicas experimentales para ser secretas?
Donde habían estado siempre, pero sin investigar. No era necesario que nadie las silenciase, iban a olvidarse igual. En los ochenta pasamos de los locales húmedos al diseño desopilante. Un salto brutal.
Adiós también a la Barcelona libertaria y a la autonomía obrera.
Dejaron que esa memoria se marchitase ella sola. Tocaba frivolidad, era el pulso de la época. Alaska y los Pegamoides hicieron mucho daño, tal vez sin saberlo.
Algo se había recuperado en Morir de día, el filme de Joaquín Jordà que terminaron Laia Manresa e Sergi Dies.
Ahí está la parte más dramática, la de la heroína. Y en el otro extremo tienes Barcelona era una fiesta: qué bien lo pasamos, cuánto follamos, qué orgías… Vaya concepto del progreso social: follar más que antes. Lo que yo recuerdo es que la vida entonces se puso complicada. Ya no era suficiente un trabajito modesto para pagar el alquiler.
Confesaste una vez que la política no os importaba nada. ¿Lo lamentas ahora?
Los mayores estaban todo el día a vueltas con eso, por creencia o por postureo. El antifranquismo era un no parar, y tú lo que querías era ligar, pasarlo bien, drogas, conciertos. La vida, no la política. Tampoco nos habían educado para otra cosa. Nos dijeron que vivíamos en democracia, que ya estaba, que nos podíamos despreocupar.
Pero no era así.
Lo parecía.
Jaime Gonzalo.