Lenta pero tenazmente, desde que en 1996 comenzara sus andanzas como «colectivo de trabajadores culturales», La Felguera, gestora también de una revista, se ha hecho un hueco en la vanguardia del frente editorial contracultural que Virus desde Barcelona y Pepitas de Calabaza en Logroño, entre otros, sostienen en activo en España. Dicen hacer lo que hacen por el simple placer de hacerlo, y encima les cuadran los números. Hablamos con su corresponsable Servando Rocha (1974), autor de uno de los más sonados tomos del catálogo de esta editorial madrileña, Historia de un Incendio, complemento idóneo de Rastros de Carmín, y antiguo miembro de Muletrain.
— El gremio editorial dominante en España despide la fetidez de lo podrido y ha delimitado un mercado muy angosto, predeterminando los gustos del público lector. Cuál es tu análisis de esa situación y cuáles son las medidas «éticas» que habeis adoptado para manteneros a salvo de esa contaminación.
Es cierto que somos una editorial, ni más ni menos, con lo cual hace tiempo asumimos que debíamos aceptar entrar en el terreno del comercio a gran escala, como por ejemplo grandes superficies o librerías generales, o al menos intentarlo. Esta fue nuestra opción particular. Sin embargo, en nuestro caso, creemos que esto no está en absoluto reñido con convertir lo que hacemos en mercancía. Actualmente es obvio que existe una saturación de libros, porque estamos ante un mercado que produce más aunque en menores tiradas. Es un medio muy complicado, sobre todo cuando te das cuenta que hoy la lucha está en ser “visible” entre tanto best seller y productos que, aparte del interés o no que puedan tener, casi al mismo tiempo que salen están obsoletos.
Además, se trata de un síntoma mucho más profundo. En cierta medida, y lo hemos dicho en más de una ocasión, ya “no hay enigmas”. Uno va buscando las respuestas allí donde sabe que puede encontrarlas: las estanterías de la fnac. Es todo muy tramposo y la información se vende parcelada, sin grandes esfuerzos, muy cerca de lo que se entiende por propaganda.
En nuestro caso, tenemos unos principios éticos a la hora de trabajar como editorial y colectivo, que, precisamente, se basan en la vieja idea de hacer lo que hacemos por el simple placer de hacerlo. Esto no nos convierte en mejores, pero sí en el poder decir que hoy somos lo que hemos deseado ser. Somos una editorial que supera con creces lo que comúnmente se entiende por “independencia”. Nadie cobra nada y todo se reinvierte en la editorial. Nosotros somos los que maquetamos, a veces escribimos nosotros mismos lo que luego editamos o hacemos el prólogo. Tenemos una pequeña red de buenos amigos que nos ayudan con todo y que comparten esta idea. Sin ellos, poco podríamos hacer. Intentamos mantener una cercanía lo más abierta posible con nuestros lectores y la política de ediciones está basada casi exclusivamente en lo que nos apetece editar en cada momento. Es decir, puedes jugar en parte de su terreno, pero al mismo tiempo conservar tu propia identidad, aunque ese equilibrio suele ser bastante precario.
Hace tiempo que comprendimos que los libros no cambian el mundo, pero que tienen la capacidad de generar preguntas. En una época como esta en que cada cual busca recetas mágicas, todo lo que puede llevarnos a la crítica o al cuestionamiento es algo muy positivo.
—Especializados como estais en temas «culturales», me gustaría conocer tu opinión sobre la corrupción del término cultura y su papel en la consolidación del poder a cuyo servicio se encuentra, tanto en ámbitos nacionales como internacionales.
Bueno, el cuestionamiento creo que debe ser cultural en el sentido de impugnar, lo más prfundamente, este modelo de vida. Nos guste o no este es nuestro campo de batalla. Es como las palabras. Es verdad, ya las palabras parecen no decir nada. Hay que desconfiar del propio lenguaje como construcción cultural y social, pero, al mismo tiempo, no tenemos más armas que estas. Todas las expresiones que en el arte han utilizado el cuerpo como medio de expresión (accionismo vienés, performance, COUM Transmissions y Genesis P-Orridge) han partido de la imposibilidad de la palabra en un mundo donde parece haber solamente ruido. Lo mismo podemos decir con la imagen, que tiene capacidad para fagocitarlo todo. Hoy asistimos a la aparición de aquello que ya en los setenta Tom Wolfe brillantemente denominó “radical chic”. Incluso el terrorismo puede ser mostrado en clave pop.
Sin embargo, creo que las posibilidades de subvertir la cultura son complicadas, pero no imposibles. No existen instrucciones y cada cual debe saber buscarlas. De todos modos, la experiencia nos dice que subvertir la cultura por medio de acciones o prácticas culturales tan sólo puede venir por medio de acciones e ideas que desvíen, desconcierten y sean imprevisibles. La cuestión es ver si somos capaces de “descodificar” este modo de vida y la manera en que la cultura se ha convertido en la cultura del poder y la contracultura otro instante más de ese discurso.
Pertenece a la dinámica del mismo sistema el relajar las tensiones mediante una cultura que no deja de ser ocio y entretenimiento. Vivimos en un ambiente en que todo parece estar bien y nos conformamos con sentirnos satisfechos consumiendo una cultura que rara vez nos emociona o nos conduce a callejones sin salida. Supongo que esto es lo que vivieron los que asistieron a las sesiones dadaístas en el Cabaret Voltaire de Zurich, vieron alguna vez al primer Iggy Pop o a Crass, o estuvieron en la revuelta de Watts con la canción “Dancin in the streets” como banda sonora de todo aquello. Es muy complicado recuperar ese estado de tensión en el que somos conscientes de estar viendo algo auténtico y, si es posible, casi único.
—Entiendo personalmente que la cultura ha sido consolidada en su calidad de instrumento capitalista, creándose un «espectáculo de la cultura» del que en términos económicos aparentemente es difícil sustraerse. Resumiendo, ¿cómo puede sobrevivir en ese sistema una editorial de las características de La Felguera?
Nuestro cometido es, quizás, reencantar la historia del siglo XX. Negamos los grandes relatos, porque muchas veces la historia se ha contado de una forma bastante cómplice: sólo hay espacio para las grandes gestas. Sin embargo, creo que analizando los monstruos que generó el siglo XX se puede llegar a conocer mejor la naturaleza de éste que fijándonos en aquello que se consideran “acontecimientos”. Este análisis, trasladado a la literatura o a la música, tiene que ver con su periferia. Por ejemplo, todo el mundo conoce a The Clash, pero mucho menos a Mekons. Todo el mundo sabe quien fue Abbie Hoffman, líder de los Yippies, pero muy pocos a Ben Morea, de los Motherfuckers. Estos dos casos muestran que la historia está basada en esos megarelatos que suelen ser casi siempre bastante dudosos. La capacidad que ha tenido, por ejemplo, el vinilo a la hora de sobrevivir ha sido, precisamente, en presentarse como algo que posee propiedades que muchos las sienten como “espirituales” y eso no es fácilmente falsificable. Nosotros hacemos las cosas por el placer de hacerlas y esto ya de por sí es una idea estimulante, o al menos un buen comienzo.
—¿Cuáles han sido las obras más y menos vendidas de vuestro catálogo, y a qué crees que ha sido debido en ambos casos?
Vender más o menos ejemplares no es para nosotros una prioridad. Podemos decir que desde que comenzamos la editorial no hemos tenido que poner prácticamente un duro de nuestro bolsillo. Eso sí, para lograrlo hemos tenido que trabajar muy duro. Es evidente que nos gusta llegar al máximo público posible. Historia de un incendio ha vendido casi 2.000 ejemplares y hoy se encuentra descatalogado. Nuestro último libro, El Exterminador hizo bien su trabajo, que recoge las declaraciones de Norman Mailer y Allen Ginsberg sobre el juicio por obscenidad contra la obra El almuerzo desnudo de Burroughs, se agotó muy rápido y hemos editado otros 500. WITCH, un libro que editamos sobre un colectivo feminista muy metido en la contracultura americana, vendió 1000 ejemplares. Tienen una bomba, el libro sobre CRASS solemos reimprimirlo cada cierto tiempo. Nos estamos acercando. La historia de la Angry Brigade también ha tenido muy buena acogida.
—Hablando de «espectáculo», La Felguera nunca ha ocultado la influencia del situacionismo. ¿Qué habéis aprendido de éste y cómo lo habeis aplicado a vuestra empresa? De paso, ¿hay algo en lo que no estéis de acuerdo con Debord?
Descubrimos casi al mismo tiempo el trabajo de la Internacional Situacionista y la crítica a la vida cotidiana de gente como Henri Lefebvre. Sin lugar a dudas fue un gran descubrimiento para nosotros, porque, de alguna forma, entendemos que las estrategias políticas están generalmente en un punto muerto. Aquello reinventó nuestros puntos de vista sobre muchas cosas. Durante estos años, además de la editorial hemos realizado un sinfín de acciones: logramos casi colapsar todo un barrio, interviniendo grupos de antidisturbios y hasta una unidad de la policía del subsuelo gracias a una convocatoria que lanzamos para pasear “por el subsuelo oculto de Madrid”; hicimos creer a las autoridades y a muchos vecinos la existencia de criaturas en el centro de Madrid y, finalmente, tuvimos que huir frente al Congreso de los Diputados cuando uno de nosotros se disfrazó de hombre lobo y apareció con un cartel que decía “Yo también soy un antisistema”; distribuimos entre decenas de familias y frente a El Corte Inglés falsos villancicos navideños; con motivo de la conmemoración del mayo francés repartimos estiércol en el Museo del Reina Sofía junto al lema “Bajo el asfalto está el estiércol”. Bajo otros nombres, hemos estado detrás de muchas acciones que se han hecho en Madrid, pero que por distintas razones no fue posible señalar nuestra autoría. Es casi imposible recordar todo lo que hemos hecho, además de editar libros. Todo este trabajo ha servido, sobre todo, para inspirar a otros que como nosotros han visto la necesidad de tirar hacia adelante, con bastante pocos medios pero con mucha locura y pasión, al mismo tiempo que se decían: “A ver que sucede…”.
Esta etapa ha terminado en La Felguera. Hoy somos ni más ni menos que una editorial y muy pronto haremos pública una declaración, que es en realidad una autocrítica, reflexionando sobre toda esta trayectoria y sus limitaciones.
Nuestra posición con respecto a las ideas de Guy Debord es la misma que aquella que tenemos hacia otras figuras que nos han inspirado tanto como Walter Benjamin, Adorno, Fourier o Pasolini: incondicionales pero críticos. Mirando hacia atrás es indudable que Debord no supo valorar en su justa medida la riqueza de la contracultura inglesa y americana. Muchas de las críticas que terminaron en expulsiones en el seno de la Internacional Situacionista fueron del todo injustas y, en cierta medida, cultivó una megalomanía obsesiva. Tras el mayo Francés, tanto él como el resto de situacionistas fueron incapaces de reformular un nuevo programa de acción. Creo que, sin duda, el mejor Debord está entre 1957 y los primeros sesenta. Y no sólo él, porque sus predecesores en el letrismo y su necesidad de “jugar” a toda costa me parecen fantásticos.
—Vuestro papel parece centrarse en rescatar aquellas culturas ocultas, de algún modo silenciadas o tergiversadas, que pueden englobarse en la «contracultura». ¿No es la contracultura una mistificación como ocurre con la cultura oficial a la que pretende contrarrestar?, ¿no sirve para los mismos propósitos megalómanos y de promoción personal de unos disidentes que si lo son, en su mayoría, es porque no pueden ocupar un puesto en la cultura oficial?, ¿no somos, todos los que atendemos a la contracultura, aún a nuestro pesar, unos cómplices de esa cultura que ha hecho de la contracultura una némesis en la que reafirmarse?
Es verdad que hoy vivimos un fenómeno en el que la contracultura y todo el pensamiento inspirado en aquellos movimientos disidentes que todos conocemos, han accedido a la industria del entretenimiento y a formas de “alta cultura” como los museos. La exposición celebrada en Berlín hace unos años sobre la RAF, el grupo armado alemán, o la consolidación incluso del fenómeno que se ha llamado “terrorismo chic”, demuestran que cualquier cosa, incluso todos aquellos movimientos que un día pretendieron destruir el mismo sistema, pueden ser fácilmente fagocitados. Esto lo que implica es que hoy no se puede ser rebelde cuando la rebelión es la norma. Vivimos bajo la “cultura de la contracultura” en un fenómeno que los dadaístas, hace ya casi un siglo, definieron brillantemente cuando al convertirse en célebres y previsibles declararon: “Los verdaderos dadaístas están contra Dadá”, disolviendo aquel movimiento. Algo parecido sucede hoy y quizás los verdaderos anarquistas son todos aquellos que están “contra la anarquía”. Podemos sustituirlo por lo que queramos (dadaísmo, anarquismo…), pero el resultado creo que es el mismo.
Sin embargo, creo que esta afirmación no invalida la capacidad de poner en marcha otras contraculturas. El problema es que, posiblemente, las viejas fórmulas ya no funcionan, porque debemos olvidarnos de reeditar otro verano del amor, o de un movimiento del “amor armado”. No se trata tanto de reeditar o rememorar, porque esto lo que provoca es la mitificación snob y el crear una cultura zombie, sino de repensar nuestra realidad.
La dificultad enorme por disentir y expresar ese disenso no anula la posibilidad de hacerlo, o de seguir intentándolo. Y, de todos modos, aunque estemos condenados al fracaso, ¿Por qué no seguir intentándolo?
—Siempre se ha dado una relación preconcebida entre Contracultura y rock, ¿hasta qué punto crees que esto es verdad? El rock, de hecho, ha sido desde sus orígenes un producto capitalista, la diferencia es que ahora no se molesta en ocultarlo. ¿Crees que eso puede explicar el rechazo que desde la estructura rock se practica contra lo intelectual, entendiendo esto como un análisis y un razonamiento aceptados en otras formas culturales?
Todos sabemos que el rock and roll surgió al mismo tiempo que la cultura de consumo dirigida a los adolescentes. Al mismo tiempo, comenzó a utilizarse otra palabra: alienación. Creo que el rock and roll, desde sus propios orígenes, conserva una pulsión vital que se enfrenta a la misma alienación. El rock and roll, igual que por ejemplo el swing en Alemania durante la segunda guerra mundial o el punk en Londres a finales de los setenta, plantearon (mejor incluso que los programas políticos de entonces) que las cosas no marchaban también. La violencia sin objeto, el rechazo a toda forma de autoridad por muy pequeña que esta fuese, fueron también formas de rebelión. Si bien cuestionaban la autoridad pero no planteaban alternativas a esta, no dejaron de ser cuestionamientos acerca de un modelo social.
El rock and roll fue una subcultura, no una contracultura, pero en determinados momentos, generalmente muy cortos, generó estados de ánimo totalmente revolucionarios. Posiblemente, el punk, al menos en su forma primigenia, tan sólo duró varios meses y se difuminó igual que lo hizo Dadá. Planteó que todo aquello era una estafa: no era arte, tampoco habían, en principio, grandes pretensiones musicales. El movimiento hippie es otro buen ejemplo, porque en octubre de 1967 los Diggers de San Francisco, a través de la quema simbólica de un ataúd con la figura de un hippie, lo que expresaron fue esa derrota. Estamos hablando en 1967, cuando la “historia oficial” ha venido indicando la fecha de 1968-1969 como el principio del fin. También la psicodelia, Hawkwind, Pink Fairies, Crisis, The Pop Group… son propuestas indudablemente con una gran capacidad para inspirar todo aquello que tiene que ver con las bajas pasiones (la sedición, la crítica, el rechazo), que creo que es de lo que se trata. Retrocediendo en el tiempo, hubo un momento en que, por ejemplo, los teddies eran tipos realmente bastante amenazadores, pero aquello duró uno o dos años. Me refiero a una época en torno a 1954/1955 donde no existían más que varias decenas de teddies por los barrios más deprimidos de Londres. Cuando un movimiento se nombra y se le conoce, también se le controla, y este ha sido uno de los mecanismos más frecuentes para ir asimilando cíclicamente todas esas subculturas. Creo que los momentos más auténticos de la historia del rock and roll han sido aquellos en que sus protagonistas parecían “caminar en la oscuridad” más absoluta, sin un plan ni un mapa.
—El rock, precisamente, ha vivido hace poco una burbuja editorial sin precedentes en nuestro país. Aunque finalmente ha estallado, dejando al descubierto la desoladora realidad del mercado, ¿cómo te explicas que haya llegado a producirse? Esto me lleva a pensar si sería posible que editorialmente lo «contracultural» pueda llegar a ponerse de moda…
Bueno, creo que ya lo está. Actualmente hay un cierto boom de literatura relacionada con el rock and roll y la contracultura. Quizás se deba al perfil tradicional del público del rock and roll, muy aficionado a comprar un vinilo pero también un libro. Por otro lado, tenemos que tener en cuenta que en el estado español, por las circunstancias de nuestra historia política y social, no ha existido una gran producción editorial. De hecho, cuando investigamos algún fenómeno casi siempre tenemos que remitirnos a textos generalmente anglosajones.
—Hay abierto un frente editorial contracultural entre el que podemos contar a La Felguera, Pepitas de Calabaza y otras editoras. Haznos un breve resumen de ese frente, de qué catálogos recomendarías y por qué, de los modelos en los que La Felguera haya podido inspirarse. ¿Se da una relación funcional entre vosotros o arrastrais las mismas miserias y enconos que anidan en el gremio editorial oficial?
Tenemos mucha afinidad con editoriales amigas como Virus o Pepitas de Calabaza, sobre todo porque detrás de esos nombres hay grandes personas con las que tenemos mucha amistad y empatía. Cada uno está embarcado en una especie de proyecto imposible y el mantenerse después de estos años tiene un mérito enorme. Lógicamente, la respuesta está en el esfuerzo de estas editoriales. Hay otras editoriales que están haciendo un gran trabajo, como Errata Naturae, Blackie Books, Cabaret Voltaire o Captain Swing, entre muchas otras.
—En vuestra página web actuáis como una guerrilla de pensamiento en lucha contra el secreto y la conspiración… ¿no es esta postura un residuo paranoico del pasado, ahora que la conspiración y el secreto han dejado de ser necesarios en la práctica, pues la opinión pública ha sido definitivamente sumida en la modorra de una aceptación que lo reviste todo de normalidad?
La idea de definirnos como “sociedad secreta” responde más bien a un juego, aunque también tiene una gran intencionalidad. En el fondo, con la editorial lo que hacemos es desvelar historias hasta ahora bastante ocultas. En una época de saturación de información, esa mirada a la “sociedad secreta” también plantea criticar las verdades oficiales, o la misma noción de “verdad” o “realidad”. Al mismo tiempo, anticipa lo que creo que será el futuro para gente como nosotros: alianzas con otros que se apasionan por cuestiones que cada vez serán más minoritarias pero también más irreductibles y bellas. Los grandes movimientos, desde los anarquistas o los anabaptistas, el primer marxismo o los primeros punks, fueron fenómenos muy cercanos a la naturaleza de las sociedades secretas. Su única diferencia fue esa vocación por popularizar sus planteamientos.
—¿Cuándo dejará Internet de ser una terra incognita?, ¿dónde empiezan y acaban sus aplicaciones positivas y sus perversiones?, ¿qué ventajas está extrayendo de la red el poder?
Internet ha pretendido sustituir el valor de la mirada, el tacto o un determinado olor. Y eso, si uno es un poco avispado, es imposible de ofrecerse como simulacro.
Texto © 2011 Jaime Gonzalo.
¿Criaturas en el subsuelo? ¿Disfraces de hombre-lobo? Seguro que así el mundo cambia, sin duda…
En fin, pajas mentales, así de claro. Que si, que el capitalismo no se va a derrumbar porque lo deseemos muchos o pocos. Ya se sabe que los cambios de esta envergadura no sobrevienen siguiendo un plan preestablecido que indique que puntos hay que seguir para llegar a otro sitio. El capitalismo morirá de forma «natural» o, lo más probable, evolucionará para adaptarse a retos exteriores de tal modo que acabará siendo practicámente irreconocible.
Una teoría dice que los peces no desarrollaron patas y salieron del oceano así como así. Lo que esta teoría apunta es que animales acuáticos que se quedaron atrapados en charcas, que estacionalmente se secaban, desarrollaron mediante el proceso evolutivo unas piernas que les permitían seguir viviendo en el agua, al facilitarles el traslado a otros charcos que no estuviesen secos. Es decir, que el sistema (por cierto, qué sistema?) es bastante más probable que se modifique para intentar sobrevivir, que porque decidamos de un día para otro cambiarlo todo. Y ya se sabe lo que paso cuando en 1917 se penso que un sistema podía implantarse a la fuerza.
Por último, apuntar que no deja de sorprenderme el prestigio que un autor tan menor como Debord ha alcanzado entre cierto público rockero. Pero bueno, tampoco he entendido nunca el predicamento del que goza Lou Reed en este país, así que supongo que yo me lo pierdo.
…los niños pijos que hacen estos articulos se suponen que sone los verdadersos «rebeldes» y el resto no???
JAJAJA
por suerte o por desgracia, los «niños pijos» han hecho casi todas las revoluciones (o amagos de) de las que se tiene noticia. Y la que parezca que no, habrá que revisarla.
Y otras cuantas cosas más que no procede enumerar ahora.
¿Será que el señor Boullosa (si es que es él mismo)tiene orígenes pijos y se ha sentido ofendido en su honor revolucionario? Yo creo que las revoluciones las han hecho las personas «sabias», dándole a este adjetivo su acepción más amplia. No necesariamente universitarios (aunque pueden serlo), no necesariamente los más cultos (aunque pueden serlo), no necesariamente los de clase social mejor posicionada (aunque pueden serlo)…
El tema del capitalismo… en primer lugar deberíamos tener en cuenta de que capitalismo hablamos. No es lo mismo el capitalismo del siglo XIX que el que tenemos actualmente, aunque lo llamemos igual. Hay una base común pero se expresa de forma distinta, y es importante tenerlo en cuenta en el momento de expresar una alternativa. Posiblemente esas ideas que en los 50, 60, 70… podían tener su razón de ser, hoy día son inofensivas, cuando no parte ya del mismo «sistema». «Sistema» del que todos formamos parte, nos guste o no.
No vamos a cambiar el mundo. Ni siquiera vamos a poder cambiar a quien tengamos más cerca. Yo me marcaría una meta más asequible: cambiarse a uno mismo. También es más fácil evaluar el resultado. O tal vez no.
Si, lo de «la única revolución es la personal» era una cosa que yo usaba cuando tenía veinte años. Me la creía, la verdad. Pero no es algo que se pueda hacer sin diversas rupturas estructurales. Suele ser reprimido, ese cambio interno, con bastante eficacia, con lo cual su manifestación externa no existe, con lo cual ahí te quedas, emparedado con tu revolución mientras el resto siguen como si nada en su siglo dieciocho con i-phones. Últimamente soy más de la teoría de que si crees que alguien se merece una hostia en la boca se la des (si puedes y te atreves), que si alguien se merece un polvo se lo eches (si puedes y te atreves) y que si hay que poner una bomba, pues la pongas (entiéndase metafóricamente o no, al gusto del lector). Por mi parte, tengo orígenes aristocráticos, no pijos, y continúo siendo un caballero (he intentado dejar de serlo, pero no es posible). Mi casta no ha hecho ninguna revolución de la que tenga memoria, y excepto por las maneras, tiene tantos defectos como las demás.
Pues nada, a poner bombas. Nos vemos en la trena.
Perdón, me pudo el cinismo. Siento haber hecho mención a cuestiones personales, sobre orígenes y tal, que no tienen lugar en la discusión. Que es de ideas y no de personalismos que va la cosa. La idea del cambio personal lo dejaba como apunte en el fondo irónico (de ahí ese «o tal vez no» final), ya que el cambio personal es imposible sin un cambio social. Lo cual es lógico pues persona y sociedad no son entes separados, una es fruto de la otra si no es que son la misma cosa. Pero nos gustan los dualismos: bondad-maldad, sociedad-individuo, derecha-izquierda, progresismo-fachería… Tal vez el problema es no darnos cuenta que esas dualidades más que mostrar rivalidades en la mayoría de casos lo que nos muestran son las dos caras de la misma moneda. O sea que en vez de elegir cara o cruz lo que deberíamos hacer es renegar de esa moneda. Aunque releyendo esto tampoco creo que esta idea lleve a nada, ya que puede parecer interesante, divertida, pero es difícil de traducir en nada productivo. La misma falta de productividad que encontramos en tanta y tantas otras acciones. Y al final acabamos en la inactividad. Indefensión aprendida, la rata recibe una descarga haga lo que haga. Buscamos la anestesia, al menos no sentir esa inutilidad. Menudo fin de año.
Cambiar, lo que se dice cambiar, no cambiarán nada…pero lo bien que se lo pasan!!!!