Nuestros Hijos Nos Matarán Mientras Dormimos

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¿Dónde, cuándo y cómo detona el disparo de salida? Murray Wilson arrancándose el ojo de cristal de la cuenca y arrojándoselo furibundo a Brian, el mayor de sus tres despavoridos hijos. La familia Manson, instruida por su particular exégesis de «Helter skelter», abriendo en canal a una gestante Sharon Tate para culminar el asalto al 1005 de Cielo Drive. Phil Spector agujereando el techo de los estudios Gold Star a tiro limpio. Arthur Lee conversando cara a cara con la afilada guadaña de la parca en las más jacosas frondosidades de Laurel Canyon. Los Stooges en misión de busca-y-destruye por su malherida psique durante la domiciliación del grupo en las colinas de Hollywood. Kim Fowley dirigiendo un sello discográfico desde la cabina telefónica de una gasolinera de Sunset Boulevard. Larry Williams presentándose en la mansión de Beverly Hills donde Little Richard ha instalado su infierno artificial y encañonándole con un revolver para que afore los kilos de cocaína que le adeuda. Joan Jett escribiendo para las Runaways en San Fernando Valley aquellos inmortales versos… «no soporto mi casa y no soporto la escuela/soy la zorra que habeis estado esperando/hola mami, hola papi, soy vuestra bomba fétida/hola mundo, soy vuestra chica salvaje».

¡Hay tanto donde elegir! Posibilidades infinitas. Concédanme más tiempo, ya que no emolumentos, y otras cuantas se me ocurrirán. Tratándose de una ciudad como Los Angeles —«where the debris meets the sea», como sentenciaba Iggy Pop en «Kill City»—, y de desenredar la rueca argumental de la eclosión punk angelina, las licencias a permitirse se agolpan cual coágulo en hinchada vena vernicular. Mi favorita, y así debe constar, es la siguiente: Diciembre de 1965, los Mothers of Invention actúan en el Whiskey A Go Go; concluido el concierto, y dirigiéndose a los turistas buscadores de souvenirs hippies presentes entre el público, Zappa anuncia sin asomo de sonrisa, «tíos, si vuestros hijos supieran lo pedorros que llegais a ser os matarían mientras dormíais».

Freak Out, amiguitos. Hemorragia. Embolia. Pasmo. Que precisamente Zappa, uno de los iconos más odiados por la pordiosera turbamulta del imperdible, pueda ser uno de sus más inmediatos mesías casi da hasta risa, si no grima según a quien interroguemos. «Dejad la escuela», exhortaba a la juventud californiana en las notas interiores de su primer LP, «antes de que una educación mediocre os pudra el cerebro. Olvidáos de la licenciatura y si tenéis huevos educáos vosotros mismos en la biblioteca más cercana». Lo de incitar a la lectura era una figura literaria, claro, retórica para más señas. Zappa se tomaba a guasa el hippismo, vaticinando la transformación de éste en huera «mercancía contracultural»; del mismo modo no ignoraba que la redención intelectual de las masas de potenciales adultos no pasaba por el arte ni por la cultura.

Educarse a sí mismos es lo que a mediados de los 70 hicieron —pero no a través de libros, sino de canciones, que entonces eran el principal transmisor de información y experiencia—, aquellos a quienes podríamos aplicar la taxonomía enunciada por un personaje de Nabokov, «típico estudiante norteamericano, que no sabe nada de geografía, es inmune al ruido, y cree que su educación no es más que un medio de conseguir a medio plazo un empleo bien remunerado». Y si alguna lectura cultivarían los cachorros del punk angelino, esa era la de Slash, un tabloide semanal fundado por Steve Samiof, a la postre híbrido de L.A. Weekly y New York Rocker que entre 1977-1980 propagó desde sus páginas el advenimiento del punk británico con reportajes frescos dedicados a Damned, Pistols, Clash y otros; aglutinando también una incipiente escena doméstica que contaba con su propia sección, de epígrafe «Local Excrements».

Los años 70, en Los Ángeles, no habían sido tan baldíos como se cree. El caldo de cultivo estaba ahí. En 1969 Kim Fowley grababa «Outrageous», posiblemente el disco más punk salido jamás de la urbe fundada por misioneros españoles. Los Stooges primero, y luego Iggy Pop en solitario y el guitarrista Ron Asheton —con New Order— habían centralizado sus carreras en la Sodoma californiana, lo mismo que el bajista de MC5 y, procedente de Arizona vía Detroit, Alice Cooper. Los New York Dolls no eran tampoco extraños a la ciudad, donde, vaticinando a Sid & Nancy, Johnny Thunders se enamoraría de Sable Starr, una de las lujuriosas ninfas-groupies que pululaban por la English Disco de Rodney Bingenheimer, centro neurálgico en el que el popular locutor y pinchadiscos difundiría las últimas novedades del glam-rock importadas desde Inglaterra, como todo el mundo sabe antecedentes directos del punk (regreso al rock básico, canciones cortas vetadas al virtuosismo, recuperación del formato single, público de clase media y baja). Así mismo el diminuto Bingenheimer, desde su minarete radiofónico en la emisora KROQ, jugando un papel muy similar al de John Peel, sería quien introduciría en la costa oeste a los Ramones, Pistols y demás, también a varias de aquellas desconocidas bandas locales que tomaban ejemplo de ellas, y especialmente a los primeros Redd Kross. Pero sobre todo estaba la revista Bomp!, fundamental biblia dirigida por el difunto Greg Shaw, informando puntualmente de todo lo que se estaba cociendo en Los Ángeles, Londres, Nueva York, Toronto o Sidney, y para la que el punk no se había detenido en la escena garajera de los 60.

La rama discográfica de Bomp! fue el primer sello angelino en publicar a bandas locales como Zeros, The Last, Zippers, Weirdos o Venus & The Razorblades, todas ellas afines a aquella filosofía de Bomp! según la cual se hermanaban el punk de los 60, el power pop y la new wave. Habituales en las páginas de Bomp! y de raigambre pop, The Nerves era sin embargo la banda-bisagra por excelencia. El trío formado por unos bisoños Peter Case, Paul Collins y Jack Lee no sólo fue pionero en la autoedición de su primer single, sino que alquiló un ruinoso estudio cinematográfico que agonizaba en la esquina de Sunset con Gower, rebautizó el lugar como Hollywood Punk Palace y organizó allí en 1977 el primer festival del L.A. Punk. Cinco noches consecutivas en las que compartieron cartel con Weirdos, Dils, Zippers, Zeros y Screamers, todos ellos recibiendo en el eufemístico Palace su bautismo de fuego.

Originarios de San Francisco, los Dils —renacidos en pleno auge del Nuevo Rock Americano como Rank & File— pondrían los bastimentos del hardcore con un single publicado por What?, uno de los primeros sellos «all punk» de la ciudad, fundando luego con el dúo de sintetistas avant punk Screamers una discográfica propia llamada Dangerhouse. En ésta saldrán referencias de Black Randy y Avengers, estos últimos también de Frisco, con un sonado primer EP producido por Steve Jones. En cuanto a Zeros, que venían de San Diego, serían junto a los también mejicanos The Plugz, luego The Cruzados, y The Nuns, con Alejandro Escovedo en sus filas y LP para Bomp!, los principales exponentes de la rama pachuca de la genealogía. Contemporáneos de Nerves, los irónicos Weirdos, los más eclécticos y populares del paquete, debutaron en Bomp! y acabaron grabando para Rhino, hasta entonces una modesta tienda de discos, otro de los sellos aparecidos al calor de la revuelta.

Si los Dickies fueron los primeros en pactar con una multinacional, debutando en A&M con un EP en el que trituraban una versión de Black Sabbath, los Germs, a quienes produciría Joan Jett, serían quienes estrenarían el sello creado por la revista Slash. Prototipo del punk pre-hardcore californiano, la banda de quinceañeros que capitaneaba el terrible Darby Crash estaba podrida de raíz, pero eso no impidió que estos Guns ‘n’ Roses de alcantarilla conquistasen Hollywood con impostura estética, sarna eléctrica e incompetencia vital. Anticipándose a G.G. Allin, Crash practicó la automutilación y pretendió inmolarse en escena con una sobredosis de jaco, pero le salió mal y el paro cardíaco sobrevino después del concierto; en cualquier caso, un referente obligado.

Si como dijo un vetusto psicoanalista soviético el nacimiento es el suicido del niño, el punk angelino 77-78 seguiría despeñándose por su propio abismo con criaturas tan traumáticas como Urinals, que de la parodia discurrirían a la experimentación, o los legendarios Crime, que si bien procedían de San Francisco sirvieron de puente entre la afilada ferocidad de Detroit y cédulas posteriores que, como Black Flag anonadadas por los Stooges de Fun House, marcarían la génesis hardcore. Crudo, primario y sucio, el punk de Los Ángeles era un arma que una vez disparada no podía volverse a recargar. «Cien chavales procedentes de familias desmembradas arrasando un roñoso sótano de Hollywood durante cinco minutos de alucinatorio tiovivo infernal y anti-belleza autolesionada», ahí es nada, como diría Brendan Mullen, un exiliado escocés que regentaba The Masque, cuchitril situado entre la calle Cherokee y el boulevard de Hollywood y en cuyo mohoso sótano la comunidad del L.A. Punk encontró un espacio aglutinador. Allí se gestó el embrión de Slash y dieron sus primeros conciertos Controllers, Skulls, Germs y Avengers entre otros matarifes del antiguo orden.

Muy cerca de The Masque, en la misma calle, otro enclave crucial era The Canterbury, situado en un edificio semiderruido en el que se acuartelaron miembros de Germs, Extremes, Weirdos y Screamers para oficiar sus heroinómanas liturgias. Donde actualmente se alza el hotel Plaza se encontraba el Elks Lodge, escenario del segundo gran festival del punk angelino —dos días con actuaciones de Dickies, Weirdos, Flesheaters, X, etc.—, organizado a beneficio de The Masque, que había sido clausurado en enero del 78 porque su salida de incendios no respetaba las ordenanzas. Mullen y Bob Biggs, de Slash, inauguraron The Other Masque en Santa Mónica y Vine, cerrando sus puertas a mediados del 79. Mullen fundaría entonces una promotora de conciertos punk, para al cabo volver a la restauración programando el club Lingerie a principios de los 80.

Antes de transformarse en discoteca, en 1979 el Elks Lodge volvería a cobrar protagonismo hospedando lo que dió en llamarse la St. Patrick’s Day Massacre, el primer gran encontronazo del punk angelino con las fuerzas del orden: actuaban Alleycats —autores del single «Kill the hippies» y fichados por la major MCA—, Plugz y las Go Gos cuando los antidisburtios irrumpieron sin previo aviso cargando contra la multitud. La batalla fue campal, y a partir de entonces las relaciones entre punks y Estado no hicieron sino deteriorarse. Se intentó recuperar terreno en el conservador Roxy, un teatro en Sunset Boulevard, pero Darby Crash lo estropearía todo poniendo al público perdido de mantequilla de cacahuete mientras los Germs ensordecían sin compasión al respetable. Durante unos meses tomó la alternativa el Hong Kong Cafe, que así mismo recogería a los rebotados de Madame Wong’s, también en el Chinatown de Los Angeles, a su vez hospicio de los huérfanos de The Masque, restaurante chino que tras un par de problemáticos conciertos punk decidió concentrarse en el power pop. En el café Hong Kong, decíamos, instalarían su cuartel general grupos como Human Hands y Nervous Gender.

Otros locales que como el Roxy disponían de respetable tradición rock fueron igualmente tanteados en busca de sede estable. The Starwood, por ejemplo, que fue donde en 1981 los Germs oficiarían su última hecatombe en directo; antes de ser sellado por la autoridad a mediados de ese mismo año, Fear y Black Flag celebrarían allí algunos de sus aquelarres. En el Troubadour apenas tuvieron tiempo de descargar los Bags, pues las camareras del local plantearon inmediatamente un ultimátum a la directiva en caso de volver a repetirse tal exhibición de violencia (huy, tumbaron un par de mesas a patadas). Tampoco hubo suerte en el emblemático Whisky A Go Go; aunque a principios de los 80 bandas punk y hardcore pisaron regularmente su escenario, la presencia de atorrantes como Dead Kennedys, TSOL y Butthole Surfers no hizo sino atraer a la madera y todo acabó cuando el L.A.P.D. zanjó el asunto haciendo uso de helicópteros lanza-gases y toda la plana mayor de la brigada antivicio operando cual marines en aldea vietcong.

Claro que sobrevivirían recintos como el Club 88, equivalente californiano del CBGB’s a principios de los 80 donde X consensuó su éxito. Exene Cervenka y John Doe, los fundadores del grupo, se habían conocido en 1977 durante unas lecturas poéticas celebradas en The Beyond Baroque Foundation, otro de los primeros garitos seudo-punk, establecido en Venice, futuro ágora del hardcore californiano. X fueron los primeros de su promoción en adquirir cierta popularidad. Ray Manzarek de los Doors produjo sus mejores discos, que publicaría Slash, llevándoselos luego a Elektra. Su sonido era articulado y dramático, más cercano al rock que al punk, y las armonías vocales de Cervenka y Doe, espoleadas por los rockabíllycos punteos del guitarra Billy Zoom, abrieron las puertas de Slash a Blasters, Gun Club y Los Lobos, que formarían su propia corriente paralela, no necesariamente adscrita a los postulados punk, sino a músicas de raíces como rockabilly y blues, entroncable con el Paisley Underground que Long Ryders, Rain Parade y Dream Syndicate entre otros protagonizarían acudiendo a fuentes como la psicodelia y los sesenta, a su vez semilla del NRA o Nuevo Rock Americano.

Para 1980-81 el punk de L.A. ya se hallaba en plena mutación hardocre. Grumoso, denso y mucho más veloz, el resultado de la radicalización del punk-rock por parte de un contingente de chavales surgidos de todos los suburbios angelinos se caracterizaría por su alto grado de alienación y el sentido literal que imprime a aquella violencia que en el punk solo se daba metafóricamente. La reacción policial ante este brote, y los músicos y fans que lo respaldan, será enconada y estará estigmatizada por la continua clausura de locales y persecución sistemática de individuos. A su lado, la revuelta del Sunset Strip a raíz del cierre en 1966 del Pandora’s Box sería un cuento de hadas.

Como ya se ha dicho antes, Venice Beach, fue el epicentro. Un enclave playero surcado por apestosos canales y roídas casitas blancas de una planta, antaño feudo hippie y desde siempre poblado por bohemios, en el que Black Flag empezarían a difundir su mensaje. Formada en Hermosa Beach a mediados del 77, fundiendo heavy metal y jazz con ardiente contenido sociopolítico e inspirada por el rock de Detroit y los Ramones, la banda dirigida por el licenciado de UCLA Greg Ginn sería la piedra angular del hardcore californiano. Aunque marginados por sus contemporáneos, segregados de la escena punk y salvajemente represaliados por la autoridad, la influencia posterior de Black Flag sería enorme y se extendería a Circle Jerks, grupo resultante de una de sus escisiones, y SST, el sello creado por Ginn y la más importante de las discográficas independientes de su época, donde Hüsker Dü, Minutemen, Dinosaur Jr. o Meat Puppets propulsarán luego sus carreras.

Caracterizado por su clandestinidad y espíritu de lucha paramilitar, en algunos casos de connotaciones filofascistas, y no nos referimos a la brutalidad del slam dancing, el hardcore californiano sufrirá una bifurcación por territorios más emocionales con la corriente melódica abierta por Descendents y Bad Religion, estos últimos responsables también de un sello propio crucial, Epitaph, y de la difusión internacional de los pingües coletazos de la tercera, última y menos oficiosa, pero no menos influyente, revolución punk surgida tras Nueva York y Londres, sin olvidar Cleveland.

Subcultura dentro de otra subcultura, el hardcore se extendería a lo largo de los 80 a través de locales como The Garage, Al’s Place, The Vex, Blackies, Blue Lagoon Saloon y otro nidos de las zonas este y oeste de L.A., desde el downtown hasta Hollywood, escenario de las actuaciones de nombres transicionales como Nervous Gender, Los Illegals, 45 Grave, Red Wedding, Kommunity Fk, The Brat, The Minutemen, The Stains, The Stilletos, Why Nut, Youth Brigade, Thee Undertakers, Adolescents, Suicidal Tendencies y Angry Samoans. Todos ellos —objeto de las puntuales crónicas de Billy Miller y Judy Zee en la prensa underground nativa—, partícipes de un fenómeno local que acabaría adquiriendo dimensión universal.

© 2010 Jaime Gonzalo

[Artículo originalmente publicado en el fanzine Ortodoncia circa 2006]

3 comentarios en “Nuestros Hijos Nos Matarán Mientras Dormimos

  1. Carlos

    Acojonante artículo. La de Zappa es buena pero la de «Kim Fowley dirigiendo un sello discográfico desde la cabina telefónica de una gasolinera de Sunset Boulevard» casi la supera. Entre los grupos, especialmente infravalorados los Avengers, Zeros y The Plugz. Me parece interesante la idea de que son X los que de alguna forma conectan el espíritu punk inicial con el retorno a raices de los 50 y los 60 de gente como los Blasters o Gun Club e incluso la psicodelia de Rain Parade (predilección personal) o Dream Syndicate y el folk rock de Long Ryders o Green On Red

    Gracias, Jaime, por cierto estaría bien ver por aquí artículos de R66 de hace unos años, se me ocurren cosas sobre Pretty Things, Marc Bolan, Edgar Winter o The Move

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  2. Librería la Pecera

    Impresionante, como siempre. Nota absurda: Ducomental en la 2 sobre la Obsolescencia programada. Un profesor francés se defiende de las acusaciones de que la reforma del sistema capitalista conllevaría una vuelta a la Edad de las cavernas, y responde sin inmutarse y con media sonrisa, «hombre, yo no diría tanto… igual volvíamos a los 50 o sesenta, reformándolos un poco también»…. Acto seguido yo recordaba las palabras de Zappa que citas, y este artículo. Una gilipollez, pero algo tenía que decir para terminar apuntando que me parece un texto soberbio, que era lo único que quería decir…

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  3. Edu

    L.A.psus: Alley Cats fueron cartel en «Elks Lodge Riot», pero no los autores del «Kill the hippies», obra de los Deadbeats de Geza X. Saludos.

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