Mighty Hannibal: Sus macarrones se llevan toda tu mantequilla

Mighty Hannibal

Mighty Hannibal falleció el pasado 30 de enero. Vaya este texto como homenaje.

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James T. Shaw, alias King Hannibal, alias the Mighty Hannibal. El último de los r&r niggers. Motherfucker mayor de Harlem. Chuloputas en la reserva. Soulman en activo. Poca vida por delante pero mucha por detrás. En el crepúsculo de una agitada vida, vuelve a brillar su inconfundible turbante.

Ha perdido la visión de un ojo. Tampoco funciona muy bien del otro. Le falla así mismo el oído. Y la cadera, que la tiene fastidiada y ya requiere bastón. Son los suyos sesenta y siete años socavados a conciencia. El paso del tiempo es cruel, no ya porque aproxima el fin, sino porque nos arrebata a la persona, o personas, que una vez fuimos, endosándonos en su lugar una espectral caricatura. En este inofensivo vejete que todavía masculla las palabras con desdentado acento sureño, apenas sobreviven rasgos del hijoputa de arrogante mirada que conservan antiguas fotografías y grabaciones. Un tipo que por menos de esto podía practicarte un bonito orificio en la barriga. Traje y sombrero raídos, enclenque y consumida presencia, a Mighty Hannibal le quedan dos telediarios contados, pero el hombre retiene dignidad. Y su sonrisa es permanente. «¿Quién te ha dicho que he dejado de serlo?»’, le espeta a Billy Miller cuando este hace alusión en pasado a su oficio de macarra. ¿Irá armado todavía? Ciertas costumbres no se olvidan así como así. James T. Shaw no sólo chuleó profesionalmente —a los diecisiete años ya tenía diez mujeres haciendo la calle—, también secuestró paquidermos con propósitos promocionales, ejerció de extra cinematográfico —una de sus esposas fue Carol Speed, protagonista de Blacula—, tuvo tratos con la mafia, se dio a la heroína y pasó año y medio entre rejas. Tela, la del elemento, cuyas legendarias andanzas junto a Little Richard, James Carr, Sam Cooke —Hannibal es la segunda voz en «Bring it on home to me»— y el dúo maravillas Larry Williams/Johnny Guitar Watson —«¡cuando la cocaína era cocaína!»— se suceden sin freno en la impagable biografía oral que este oscuro icono soul rememora en el apretado libreto de Hannibalism!, su única antología existente.

Nos encontramos en Sylvia’s, un restaurante soul food de Harlem. En un plis plas Hannibal devora con apetito canino varias chuletas de cerdo regadas en abundante salsa de ciruela y sepultadas bajo una espesa capa de puré de patatas, mientras a nuestras espaldas Lonnie Youngblood y su banda amenizan un cumpleaños que ha congregado varias limusinas en el aparcamiento de Sylvia’s. A la mesa también se sienta Christopher Frieri, director de I was a teenage mummy, filmando la entrevista para un documental en el que anda trabajando. Y Miriam y Billy, claro, que hace cinco años rescataron a Hannibal del olvido publicando en Norton Hannibalism!. Hannibalism!, que muestrea casi todos los singles grabados entre 1958 y 1973, y la inclusión del rompepistas «Get in the groove», 1970, en la BSO de Velvet goldmine (’98), han hecho posible la resurrección profesional de Shaw, supeditada claro está al delicado estado de salud del susodicho. Que aunque frágil, todavía le faculta ciertos trotes, como prueba su intervención en el recientemente aparecido álbum en directo Get in the groove.

Insiste Hannibal en que le organice un par de conciertos en España, y si no fuera porque su estado lo desaconseja, de mil amores aceptaría la misión. Boicoteado por la industria debido a sus competencias en el proxenetismo —práctica común entre artistas negros de la época como Johnny Taylor, Guitar Watson y el marido de Billie Holiday, introductor de Hannibal en el negocio—, viéndose arrinconado en sellos menores que restaron repercusión a sus poderosos singles, Shaw intentó rehabilitarse comercialmente a mediados de los 60, abandonando la prostitución para mantener decentemente a sus once hijos. Reinventado en The Mighty Hannibal y con un turbante como signo distintivo, a falta de una personalidad vocal definida dio vida a excitantes interpretaciones soul-funk que fueron reflejando su paulatino interés en la temática sociopolítica, denunciando Viet Nam y las drogas, o ambas cosas a la vez, como sucedió con «Hymn nº5» (66), el mayor de sus impactos en listas junto a la elegía a la metadona «The truth shall make you free» (72).

¿Qué sensación le provoca que su carrera haya sido reactivada a estas alturas de su vida?

Oh, sí, tío. Esto es la monda. Un día estaba en Warner Brothers y conocí a Matt Weingarden —pincha de una emisora de New Jersey, redescubridor virtual de Hannibal, NdA—, quien me presentó a Billy Miller y me consiguió un contrato con Gordon Brown.

Mighty Hannibal¿Todavía escribe canciones?

Sí, desde luego, desde luego. Es mi principal actividad. Estoy preparando cosas para un álbum con mensaje que grabé hace diez años. Se titula Stop americans cracking up —originalmente Who told you that (Shurfine, 1998), su único álbum además de Truth (Aware, 1973)—. Se trata de un álbum antidroga. Hay una nueva versión de una canción que pienso incluir en la reedición, se titula «Get in a groove». Tuvimos mucha suerte. «Get in a groove» apareció en la banda sonora de Velvet goldmine. Entre lo que ha hecho Billy y esa canción apareciendo en la película… bueno, eso es lo que ha puesto todo en marcha.

¿Conserva banda propia o músicos que le ayuden a trabajar nuevas canciones?

Bien, tengo varias bandas diferentes. Mi banda en los 70 y los 80 se disolvió y dio lugar a dos grupos. Uno de ellos se llamaba Brick… con Jimmy Brown… el otro era SOS. Trabajé con chavales muy buenos.

¿Todavía tocan con usted?

Tocaban conmigo antes de hacerse famosos. También trabajé con la Atlanta Rhythm Section.

¿Cómo recuerda los viejos tiempos… los años 50, cuando empezó como profesional? ¿Cuáles son sus mejores recuerdos?

Empecé en el colegio, con una banda de doo wop llamada Overalls, uno de cuyos miembros falleció este año. Ahí es donde empezó todo, porque ganamos un concurso de bandas noveles. Cuando volví a casa me sentía como una gran estrella y le dije a mi padre que quería dedicarme al mundo del espectáculo y no estaba dispuesto a seguir en la escuela. En el sur, blancos o negros, en todo lo referente a sus hijos, los padres se ponen siempre de acuerdo. Al día siguiente mi padre me despertó zarandeándome y me llevó con él a su trabajo. Me puso a cavar zanjas para que comprendiera que era demasiado joven y que no podía dejar la escuela para dedicarme a la música. A las doce en punto dejé el pico y volví a la escuela… Cuando me licencié del ejército, fui a Los Ángeles y allí conocí a Johnny Otis. Johnny Otis fue instrumental en mi carrera. Yo ya tenía un par de discos grabados, pero me consiguió mi primer éxito con una canción titulada «Baby please change your mind», que está incluida en el álbum de Norton. Johnny Otis y yo volvimos a vernos recientemente en la entrega de premios de una fundación de R&B.

De modo que antes de establecerse en Nueva York, estuvo viviendo en Los Ángeles…

Viví en Los Angeles durante veintisiete años. Yo soy nacido en Atlanta, pero me trasladé a California al salir del ejército. Estuve allí de 1957 a 1966, volví a Atlanta, luego volví a Los Angeles en el 68, y en el 82 me afinqué en Nueva York. Llevo viviendo aquí veintitres años, y cuando me vaya será para ir al cielo (risas). Pero antes estoy interesado en trabajar en Barcelona y Madrid. Nunca he estado allí.

¿Quiere eso decir que iría a España a actuar si alguien le contrata?

Me encanta viajar, tío. Tengo un par de amigos que han viajado a Europa. ¿Has oído hablar alguna vez de Tonny Hunt? Era un buen amigo mío. Y Arthur Connelly, vive en Europa. No he visto a esa gente en años. Esa es una de las razones por las que quiero ir. Edwin Starr se fue de fiesta a Europa y nunca volvió.

Mientras residió en Los Ángeles se convirtió en habitual de un programa televisivo llamado The beat. ¿Se acuerda de aquello?

Ese programa se realizaba en Nashville y nunca fui habitual. Solo aparecí en un programa en particular, como invitado, junto a Johnny Taylor y Clarence Gatemouth Brown, que falleció no hace mucho.

Usted compartió escenarios con gente como Little Richard y James Brown…

Little Richard y yo fuimos los primeros negros que trabajamos en clubs integrados. Yo tenía una banda blanca, él una integrada. Ambos hemos sido amigos durante muchos años. La gente de la que me rodeaba, siempre nos hemos ayudado unos a otros. Little Richard siempre me dió buenos consejos. Como James Brown, que también ha sido un buen amigo. Actualmente Richard está semiretirado. Nunca la palmará en el escenario, como yo pretendo hacer (risas)… Te daré un ejemplo: yo nunca habría sabido nada del negocio editorial de no haber sido por Sam Cooke. Sam me atizó un mamporro en el ’61. Si alguien le tomaba el pelo, se ponía hecho una furia. Tenía una actitud… bueno, una actitud que probablemente contribuyó al modo en que fue asesinado. Jesse Belvin era otro tipo de cuidado. Jesse fue asesinado. Se encontraba actuando en Arkansas, cuando América todavía era un país muy racista. Le pincharon los neumáticos de su coche, y cuando circulaba por la autopista a cien millas por hora perdió el control y el coche se estrelló. Murieron él y su esposa.

Ha hablado de la camaradería entre artistas. ¿Cree usted que ese valor persiste en la actualidad tal y como lo entendían entonces?

Es lo que digo a eso críos, los rappers. Se apoyan unos a otros, pero no comprenden que esto es un negocio. Se plantan en el escenario con el aspecto de haber salido de un container de basura, blasfemando. La cosa no va así. Motown hizo un gran trabajo con la imagen de sus artistas, proporcionándoles una presencia escénica, enseñándoles cómo hablar con la prensa, enseñándoles lo correcto. Esto ha sido lo más maravilloso que he hecho en mi vida, lo amo. Trato de protegerlo y alimentarlo, y trato de transmitirlo a otros. Moralmente el rap está corrompiendo a la juventud. Los está volviendo como en la guerra de Nam. Parecen personajes de un videojuego. Han hecho una pauta de todo esto. Todo lo que les ves hacer es jugar con la videoconsola, cantar rap y no pensar. Ahora bien, debemos reconocerle méritos a Queen Latifah. Empezó en una banda de rap y ahora tiene un grupo de jazz. Ha reconocido el hecho de que si no te adaptas al mainstream no duras demasiado. ¿Cuánta gente conoces que versionee una canción de rap? (Risas) ¡Qué idea tan absurda!

Por suerte, algunos de sus amigos y consejeros siguen vivos, como Richard y Brown, pero son muchos los artistas de su generación que ya no están entre nosotros.

Eso es una tragedia, tío. He perdido a un montón de amigos en los últimos cinco o seis años. Perdí a Johnny Guitar Watson, que era amigo íntimo mío. Y a Marvin Gaye, otro buen amigo también. Johnny Taylor ha sido otro. Y Ray Charles. Todos se han ido. Confío en que Dios sepa prepararme cuando llegue el momento en que las luces se apaguen para mí.

Mighty Hannibal y los elefantes

Mighty Hannibal y los elefantes

¿Siente nostalgia por los viejos tiempos?

Déjame decirte algo. Hago lo que hago. El asunto con Norton ha reactivado mi carrera, ya que ahora puedo cantar mis cosas. Durante años he tenido que hacérmelo con canciones ajenas, pero ahora estoy de vuelta con mi propio material. Cuando creas algo, cuando empiezas algo, te duele si no puedes concluirlo. Este nuevo álbum me permitirá hacerme con una posición en la que pueda contar con mi banda, y cotizar mi precio. No pretendo hacerme millonario, pero quiero ser capaz de controlar lo que hago. En lugar de ensayar una vez, lo haré cuatro veces a la semana para mejorar resultados. ¿Te has enterado de la sesión fotográfica de moda que hice? Resulta que yo iba paseando, y una dama me vio con mi sombrero puesto y me dijo, «Hey, ¿te gustaría aparecer en una foto?». Le dije que yo no hacía nada gratis, que tenía una tarifa, y ella respondió, «Bien, te daremos cincuenta pavos». Ni te imaginas a lo que me condujeron esos cincuenta dólares. ¡No soy modelo!, pero fíjate… Mi agente no quería que hiciese el vídeo. Pero yo llevaba catorce años sin subir a un escenario. El vídeo nos reportó un trabajo. No es por dinero, ni por nostalgia, debo volver a hacer lo que sé hacer. Lo que más echo de menos es la camaradería de la que hablábamos antes. Esos chavales, los rappers, se enrollan entre sí, y entonces empiezan a hablar de matarse unos a otros. Eso es una locura. Nosotros no hacíamos eso. Intentábamos mostrar amor. Pero ese asunto del rap solo consiste en lo grande que un gánster puede llegar a ser. Ven demasiada televisión.

The+Mighty+Hannibal

¿Piensa que la juventud ha perdido la noción de respeto?

Han perdido el respeto por sí mismos, por sus padres. Fíjate en ese chico, Eminem. Su madre le llevó a juicio porque habló mal de ella. Es de locos. Si fuera mi hermano, le habría decapitado. Esto me cabrea, pero no puedo cabrearme con los rappers porque no conocen su historia. Eminem se burló de Michael Jackson en un video con alusiones a su cirugía plástica. Bueno, Michael tuvo que entrar por la puerta trasera y comerse un montón de autobuses y todo tipo de cosas inhumanas para que ellos pudieran seguir una senda, y los rappers nunca han hecho la menor alusión a eso. Ha estado cantando desde que tenía cinco años. Todo lo origina la envidia y los celos. Michael es billonario, no está corrompido por el dinero. Podría ir a vivir a algún país árabe, uno de esos presidentes es gran amigo suyo. Podría ir a cualquier sitio. Michael puede decir, «Me debes cinco millones» como el que dice «Me debes cinco dólares». Todo eso lo está pagando. No solo es Eminem, son todos ellos. Siempre unos contra otros, agarrándose por el pescuezo. Nosotros no hacíamos eso, tío. Nosotros nos avisábamos por teléfono cuando sabíamos de un sitio en el que poder actuar.

Se ayudaban mutuamente.

Sí, y es algo que se ha perdido en este negocio. Eso es lo que respeto de Norton. Esta es la verdad. Voy a tirar de la manta. Se presentan en la comunidad y tienes a esos rappers, maldiciendo y todo eso, lo empaquetan, lo meten en un disco, agarran toda la pasta y la comunidad no cambia. Eso es actuar a sangre fría, tío. Por eso, cuando se meten en este negocio, les llamo chupadores de sangre. No me malinterpretes. Puedo escribir rap. Escribo rap del mismo modo que escribo cualquier otra cosa que contenga un mensaje. Ese chico, 50 Cents, tiene un disco llamado «P.I.M.P.» (m.a.c.a.r.r.a.). ¡No sabes lo que es un macarra! No hay tal cosa. Un macarra es un perro. Tienes que aguantar su mierda, tienes que aguantar su pis, y él ni siquiera se limpia el culo. Yo soy un jugador. Si vas a Wall Street, ¿cómo se llama a sí misma la gente de la bolsa? Jugadores. Así que escribí esa canción llamada «You ain’t got no cheese in your macarroni»: «¿Quieres ser un perro? Pues yo te digo, hey, perro, gritas mucho pero no dices nada. No pasa un día sin que blasfemes. Ya ves, macarra, un jugador que tú no eres. No podrías distinguir tu culo de un bote de pintura. Hasta un pollo podría decirte lo chungo que eres, no hay queso en tus macarrones».

Otra cosa que parece haberse perdido es el sentido del humor. Ya no hay ironía, comedia.

La gente no comprende que el negocio del espectáculo se compone de un 90% de negocio y de un 10% de espectáculo.

© 2006 Jaime Gonzalo

Texto publicado originalmente en el nº 224 de Ruta 66.

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