[ENTREVISTA PUBLICADA EN DICIEMBRE DE 2007]
Se atrasa la entrevista una semana. Kevin Ayers está indispuesto. De hecho, ha debido ser ingresado de urgencias en un hospital. Cuando me entero de que su hígado es el culpable, no puedo sino librarme a una cruel conjetura. Displicentemente ingeridos a lo largo de los años, hectolitros de cognac y vino, por no hablar de otro tipo de espirituosos, auguran la peor de las pupitas. ¿Y si no sale de esta y me quedo sin entrevistarle? Mezquino por mi parte, lo sé, pero, qué le vamos a hacer, puede más el egoísmo de la curiosidad que cualquier consideración de índole compasiva.
Son muchos los años y situaciones vividos al arrullo de su mercurial voz barítona, compartiendo una deportiva y patafísica filosofía de la vida que, condensada en quince álbumes grabados entre 1969 y 2007, responde a los impulsos, no siempre positivos, de un antaño hermoso dandy ungido en hedonista decadencia de hippie ibicenco; hoy derruida voz de la experiencia, pozo de sabiduría colmado a golpes; un hombre asustado, jovialmente realista.
Así, por orden de aparición en mi proceso particular, sus discos para Island a mediados de los 70, cuando más cerca estuvo de ser una pop star; el primer LP de Soft Machine, el único en el que Ayers participó y artefacto por excelencia de la psicodelia londinense; y sus cuatro primeros álbumes para Harvest, es decir su etapa más experimental y británica, componen un impecable corpus creativo que nunca ha dejado de estar de actualidad para este obsoleto cronista. Ayers, como su amigo Robert Wyatt, es de aquellos artistas a los que acudo con frecuencia en busca de consejo o ánimo, ya sea para libar la agridulce jalea de la nostalgia o con intención de aprender algo más.
Exiliado en Europa, en concreto las Islas Baleares y el sur de Francia, a finales de los 70 Ayers asumió que la industria discográfica le había traicionado. Sin saber muy bien si se le arrebataba la posibilidad de elevar su arte hasta niveles populares, o, si por el contrario era su apatía y singularidades lo que subconscientemente rechazaba esa popularidad, acompañado de su también autodestructivo brazo derecho, el desaparecido guitarrista Olie Halsall, el querubín caído se entregó a un declive artístico y personal reflejado en una banal segunda etapa con Harvest. A esta sucedieron en varios sellos, uno de ellos el español Blau, cuatro discos en los 80 y uno en los 90. Salvo ocasionales destellos, de ellos solo Still life with guitar (1992) merece el beneficio de la duda.
Desde entonces se le daba por retirado, recluso cual Greta Garbo en su capullo de recuerdos y aislamiento. Recogimiento solo interrumpido en 1999, cuando el chansonier eléctrico protagonizó una gira en compañía de la banda de Liverpool Wizards of Twiddly —que le acercó hasta España—, grabando un anecdótico álbum en directo. Desencantado, olvidado, Ayers no volvería a reaccionar, esta vez en serio, hasta que en 2005 traba amistad con el artista plástico norteamericano Tim Shepard. Tal es el grado de confianza que Ayers decide hacer partícipe a su nuevo amigo de unas canciones que ha grabado en cassette en la cocina de casa. El resultado es que Shepard se convierte en su representante y no deja piedra sin remover hasta encontrar un sello, Lo-Max, para el que formatear esas canciones como es debido. Grabado en Nueva York, Tucson y Londres, y publicado el pasado septiembre, The unfairground ha contado con un amplio elenco de colaboradores (Ladybug Transistor, Teenage Fanclub, Euros Childs de Gorky Zygotic Mynci, Francis Reader de Trash Can Sinatras, Phil Manzanera) y nos devuelve al Ayers lúcido y sensorial, exquisito poeta del laissez-faire enfrentado a sus propios fantasmas, sabedor, al fin, de que toda acción es vana si la comparamos con la escala de lo eterno.
A sus 63 años, pues, en el delicioso The unfairground este veterano de la escena de Canterbury mira a los ojos de la vejez y descubre que «nada parece estar más claro que antes». Solo el amor, toujours l’amour, puede consolarle. De las engañosamente dulces y tristes reflexiones que tienen lugar en el primer álbum de estudio que graba Ayers en quince años, la prensa británica ha extraído motivos más que suficientes para reconsiderar una trayectoria que, con o sin actualidad de por medio, nunca deberíamos desatender. Quizá el más indignante de los piropos sea el lanzado por Uncut: «Ahora que ya hemos redescubierto a (Nick) Drake, (John) Martyn y (Roy) Harper, es hora de prestar atención a Kevin Ayers». Señor mío, una vez descubierto Ayers, nunca pueden quedar resquicios para el redescubrimiento. Del mismo modo que prevalece un cosmopolitismo innato sobre su estereotipada condición de arquetipo del «artista británico» —una consideración que a menudo, y equivocadamente, le afilia a Syd Barrett—, la esencia de su estilo, cálido, confidencial, desafía el paso de los años con elegante vigencia.
Llega el lunes previsto para intentarlo de nuevo y compruebo aliviado que Ayers ha resistido el achuchón. Aunque apagada, su voz suena exactamente como en los discos, inconfundible en su flemática voluptuosidad. Obligado a salir de su burbuja, con la cabeza en otro sitio —el susto ha sido importante—, se muestra no obstante centrado y deferente. Cuenta las cosas como son, sin darles demasiadas vueltas. A menudo sus respuestas se hunden en las sombras, pero, como dijo Tristan Tzara, «es tan dulce el cianuro si me lo das de tu boca».
Lo primero, ¿cómo te encuentras?
Francamente, no muy bien…
Entonces, el problema es serio…
Sí, el problema es serio.
Supongo que no te apetecerá hablar de ello.
La verdad es que no.
Hace unos meses yo también pasé por una experiencia parecida. Sé lo aterrador que es.
Exacto, estaba aterrorizado. Todavía lo estoy.
Lo tuyo sí que es una mala racha. No hace mucho te lesionaste la espalda…
Lo peor ha sido el hospital. Los hospitales son sitios espantosos, porque tienes la sensación de que una vez entras, no volverás a salir.
Felicidades por tu nuevo álbum, todo el mundo coincide en que supone el regreso del mejor Kevin Ayers. La pregunta es, ¿dónde ha estado todo este tiempo ese Kevin Ayers, el Ayers con talento?
Ummm, sigo intentando encontrar nuevas respuestas para esta pregunta. Básicamente, la respuesta es que a medida que te haces viejo tienes menos ideas… y… ¡Jesús!, es una pregunta complicada… Acostumbro a decir, «si tienes un nuevo amor, tienes un nuevo álbum». Bien, no he tenido un nuevo amor en mucho tiempo. Otra respuesta es que odio repetirme. No quiero hacer públicas canciones en las que no creo, lo cual he hecho a menudo en el pasado, sobre todo en el aspecto de la producción de mi música. Intento conservar la integridad.
En una entrevista que te hicieron en The Independent decías haber perdido la confianza en ti mismo y el ego. ¿Cómo se llega a ese extremo?
La confianza la perdí hace ya mucho tiempo. Los desengaños… si se repiten los desengaños te quedas con muy poca autoestima. Lo sorprendente es que haya conseguido hacer este disco.
Puedo entender que hayas perdido el ego, porque es una pesada carga…
Creo que cuanto mas ego tienes, más ganas de triunfar tienes también, más camino te abres. Has de sentirte muy especial, y has de hacerlo todo el tiempo. Cuando dejas de hacerlo pierdes la confianza; si dejas de sentirte especial dejas de ser especial.
O sea, es una cuestión de creer, no de ser.
Ambas cosas van juntas. Por supuesto es una cuestión de serlo, pero si quieres sacarle partido a eso también has de creértelo.
También has declarado en alguna ocasión sentirte infectado por la industria discográfica. Infectado, ¿en qué sentido?
Supongo que en el mal sentido.
Por supuesto, pero…
Es difícil que te llegues a sentir infectado por algo que te gusta… lo malo es cuando demasiada gente te cuenta demasiadas mentiras. Al principio te crees todo lo que te dice la gente que está de tu parte, hasta que descubres que no están de tu parte, solo son hombres de negocios. Tienen siempre buenas palabras, pero no pasa lo mismo con sus sentimientos.
¿No crees que actualmente eres más incompatible con la industria del disco de lo que nunca hayas sido?
Oh, sí, por supuesto, pero nos necesitamos. Yo tengo que trabajar, ellos tienen que trabajar. Tenemos que vivir juntos.
Tu voz no ha cambiado en absoluto en todos estos años. ¿Qué otras cosas no han cambiado en Kevin Ayers?
Sigo cantando sobre aquello en lo que creo. No hay referencias a asuntos de moda, o la política. Es algo que surge del corazón. Intento ser consecuente conmigo mismo, y si a la gente le gusta mi trabajo, si le gusta este nuevo álbum, significa que he conseguido algo. Significa que sigo siendo el mismo y que la gente se identifica con eso, se identifica con alguien consecuente, y no con un producto industrial o adolescente, hecho por dinero.
¿Crees que las nuevas generaciones, el público joven, podrá entender eso?
Mi hija pequeña, que tiene veintiséis años, me contaba que muchos de sus amigos están escuchando música de los 60 y los 70 porque ya no están satisfechos de lo que les proporciona el presente.
Eso es irónico.
¿Por qué?
Personalmente pensaba que la mayoría de la gente joven había perdido ese sentimiento, o peor aún, no había llegado a conocerlo… Es interesante que sientan curiosidad por el pasado.
Sí, yo también estoy gratamente sorprendido… No creo que mi hija me cuente mentiras. Entiéndeme, sigue escuchando rap y todas esas cosas, pero está interesada en la historia, y eso es aplicable a la música y la literatura. Para mucha gente, lo único creíble es lo que se dice ahora o lo que se nos ha contado.
Tus canciones siempre han sido bastante melancólicas, y The unfairground no es ninguna excepción. Ese sentimiento de melancolía, ¿se ha incrementado con los años?
Bien, creo que siempre lo ha hecho. Ahora ese sentimiento es más viejo, la edad es una inductora de la melancolía.
El hedonismo ha sido otra de tus características permanentes… ¿Enseñan los años a disfrutar más de la vida?
No. A lo mejor intelectualmente, pero no emocionalmente, y desde luego no físicamente.
Verás, no dejo de preguntarme cómo serán las cosas cuando…
¿Cuando tengas mi edad? Lo que ocurre… (risas)… es que se vuelve todo muy melancólico. No, depende de la situación en que te encuentres. Ahora vivo según la edad que tengo, como cualquiera a mis años.
¿Qué es lo más difícil de aceptar de envejecer?
La enfermedad. Para mí lo más difícil es perder la salud. Todo lo demás te mantiene alimentado de alguna manera y se supone que sigues disfrutando de las cosas… no lo sé… comer, beber, crear arte, lo que sea. La vida depende de tus apetitos. Si pierdes esos apetitos, mueres.
¿Qué sucede cuando pierdes uno de esos apetitos, luchas por recuperarlo, te resignas?
Bien, siempre puedes ir al médico. Debes recordar que todo lo que haces está basado en la química, nuestros sentimientos, nuestro cuerpo, todo. Si algo en esa química está de más o de menos, entonces es cuando los medicina puede ayudarte… si encuentras un buen médico.
¿De qué mal estamos hablando?
Depresión.
Llevo años tratándome con Prozac y no puedo quejarme, pero no creo que los productos químicos lo arreglen todo.
Bueno, yo también me medico con antidepresivos y tampoco creo que la química sea la solución, pero desde luego puede ayudar. Quiero decir, también tú te has de ayudar a ti mismo y… no sé, no puedo contarte mucho más de lo que ocurre cuando te haces viejo.
Cambiemos entonces de tema. Se ha dicho que The unfairground no es un álbum sobre arrepentimiento sino sobre pérdida.
Está claro que no hay arrepentimiento. Es un álbum sobre la pérdida, pero también sobre la ganancia. Hay dos canciones de amor muy positivas, las llamo canciones de «hola». Hay unas canciones de «hola» y otras de «adiós». Así que hay dos buenas canciones de «hola» y dos o tres canciones de «adiós». El resto es abstracto.
En todas esas canciones hay una fuerte presencia del amor y las mujeres. ¿Necesitamos más los hombres a las mujeres, y siento retomar el tema, a medida que crecemos?
¿Física o emocionalmente?
En ambos sentidos.
No lo sé. Como he dicho antes depende de tus apetitos. Si tienes apetito por el sexo, buscarás sexo…
Y qué hay de la compañía…
Eso es diferente. Yo vivo solo. He tenido que aprender a vivir solo. No me quedó otro remedio. Si quiero compañía tengo que salir fuera y buscarla. Vivir solo significa también aprender a disfrutarlo, a no esperar que los demás hagan las cosas por ti pero también a que nadie espere nada de ti.
Hablando de otra gente, esta es la segunda vez que grabas una canción inspirada en Syd Barrett, ¿por qué?
¿Por segunda vez?
Sí, ¿no había una ya en Bananamour?
Sí, pero…
He leído que «Walk on water» está relacionada con Barrett.
Eso no es cierto… Uh, debe haber sido cosa de mi agente de prensa…
Hugh Hopper y Robert Wyatt te han echado una mano en The unfairground. ¿Qué relaciones mantienes con la familia Wilde Flowers / Soft Machine?
Ninguna.
¿No os escribís, no habláis por teléfono?
Odio hablar por teléfono.
(Risas) De acuerdo, entonces seré breve.
Los años que pasaste en Canterbury con Wilde Flowers y Soft Machine dan la sensación de haber sido la aventura ideal con la que cualquier joven puede soñar. ¿Fue así?
Desde luego, yo estaba creciendo entonces. Fue como una escuela preparatoria para los años 70, en los que empecé a aprender de la vida. Conocer a toda aquella gente inquieta, el hecho de ser joven…
¿Qué hay de tus años en solitario en Harvest y Island?
Fueron muy buenos años para los músicos y para la música. Todo estaba empezando en Inglaterra, la escena musical me refiero, y era muy excitante estar allí, en el inicio.
En mi opinión, en general fue un periodo muy creativo.
Muy creativo, sí. Había mucho talento. Pero creo que actualmente, en el mundo occidental y en el contexto del pop, también hay mucha gente con talento. La diferencia es que ahora las compañías discográficas ya no están interesadas en eso. Sólo buscan éxitos instantáneos.
De cualquier manera, hoy día cualquiera puede grabar un disco sin pasar por esas compañías discográficas, y la mayoría de música nueva que surge de canales alternativos es estéril.
Estoy de acuerdo.
Entonces, esa gente con talento de la que hablas, ¿dónde anda?
Son generaciones distintas. Cada generación tiene sus valores. En todas hay porquería y talento. Lo cierto es que no sé qué ha pasado con los compositores. La gente ha dejado de escribir canciones… pero, no necesito escuchar mucha música, de modo que tampoco sé lo que realmente está ocurriendo.
Parece que Tim Shepard ha sido decisivo para que vuelvas a grabar. ¿Cómo se ha ganado tu confianza?
Shepard ha tenido confianza en mí, me ha ayudado mucho, me ha animado mucho. Ha montado el espectáculo por mí.
Pero no puede suplantarte en las entrevistas. ¿Cómo te ha sentado volver al circo de la promoción?
La verdad es que si lo hago es porque no me queda otro remedio.
No alarguemos pues el suplicio. Para finalizar, ¿qué le da sentido a tu vida actualmente?
…(Larguísima pausa)… Bueno, no tengo ninguna dirección precisa que tomar, ya he hecho muchas cosas con mi vida, y las hice en el momento oportuno. No es una pregunta fácil de responder. Creo que si haces las cosas en el momento oportuno, si eres capaz de ver lo que quieres en su momento, ya puedes considerarte afortunado. Eso y mantenerme a salvo de la enfermedad es todo lo que me queda.
PISTAS DE LO INEFABLE
De la inquieta etapa canterburyana de Ayers corren multitud de grabaciones de archivo de Wilde Flowers y Soft Machine, pero lo más recomendable es empezar por el primer álbum oficial de los segundos, The Soft Machine (ABC/Probe, 1968), compendio de pop dadaísta y avant garde en el que Ayers siembra clásicos como «Lullabiye letter», «We did it again», «Why are we sleeping» y «Joy of a toy». Igualmente imprescindibles resultan los cuatro LPs que tras abandonar Soft Machine, extenuado a consecuencia de dos giras americanas teloneando a Hendrix, graba para el nuevo sello progresivo Harvest: Joy of a toy (1969), Shooting at the moon (1970), ambos todavía vinculables a los Soft de Daevid Allen, Whatevershebringswesing (1971), donde define el cordial sonido que le popularizará en años subsiguientes, y Bananamour (1973). Aunque no fácil, The confessions of Dr. Dream and other stories (1974), el más ambicioso de sus discos y el primero que graba en su etapa «comercial» con Island, resulta también de escucha obligada. En el mismo caso se encuentra su segundo trabajo para el sello de Chris Blackwell, Sweet deceiver (1975), obra considerada menor en la que brilla con luz propia Ollie Halsall. También merece ser visitada la cara dedicada a Ayers de June 1, 1974 (1974), su última referencia para Island, un concierto celebrado junto a Brian Eno, John Cale y Nico, con quienes compartía representante artístico. De su regreso al seno de Harvest vale la pena detenerse en el accesible Yes we have no mananas (so get your mananas today) (1976) y en Odd ditties (1976), una sabrosa colección de caras B y descartes.
© 2007 Jaime Gonzalo.
SOLO EL CIELO LO SABE
¿Qué haces cuando todo ha quedado ya atrás
Y cada día algo más te recuerda
Cuando la vida era dulce
Y tenías alas y campanillas en los pies?
Solo el cielo lo sabe
¿Qué haces cuando pierdes los sentimientos
Y no hay donde ir, pues has tocado techo
Cayendo de nuevo al suelo
Sin ventana, ni puerta?
Sí, todo está cerrado
Y solo el cielo lo sabe
El amor es un placer
Una mágica hazaña
Ilusión o realidad
Nunca estás seguro
De si es cierto lo que sientes
O de si fue cierto algo que hayas sentido antes
¿Qué haces cuando sabes que estás perdiendo
Te sientas sobre tus posaderas y dejas penetrar al blues
Piensas en lo que tuviste
Y cómo se malogró?
Le enviaste una rosa
Y solo el cielo lo sabe.
Una perdida irreparable de un genio de los que ya no quedan.Prefirio vivir en su dimension en vez del exito y la fama que le pertenecian.Solo puedo que sentirlo.Si dejas de sentirte especial,dejas de ser especial.KEVIN AYERS.
En mi aparente osadia,me atrevo a recomendar un disco de los considerados menores?.RAINBOW TAKEWAY «harvest 1978».Por su gama cromatica ,su variedad estilistica y luminosidad;Como brillo de luna llena en noche clara.
Fantástico artículo. Siempre quise fotografiarle, nunca lo intenté.
Esta era la entrevista que decía, Jaime. Una de las que más me han gustado en toda la historia de la revista. Un 10.