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Textos publicados antes de la aparición de este sitio web.

EL CANALLA. Capítulo 3.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

Paco El Canalla ha decidido pasar la noche en una popular discoteca-minigolf de Barcelona. Allí se ha mirado malamente a todo el personal, ha abrumado con sus groserías a las camareras, se ha zampado cinco cubatas, una bolsa de garrapiñadas y un pincho de tortilla, ha reventado discretamente el cajetín de la máquina de tabaco para hacerse con algo de calderilla, ha intentado sin éxito deslizarse en el guardarropía para desvalijar bolsos y gabardinas y se ha encontrado fortuitamente con Maruja, una hermana suya a la que no veía desde hacía muchos años.

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EL CANALLA. Capítulo 2.

RESUMEN DE LO ACONTECIDO:

El Canalla ya ha llegado a Barcelona. Su primera víctima ha sido un estudiante de farmacia, al que ha aplastado bajo las ruedas del autocar que secuestró en la autopista Zaragoza-Barcelona. Según lo que se desprende de sus amenazas, eso no es nada comparado con la jarana que piensa organizar.

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EL CANALLA. Capítulo 1.

Radiocadena Española

Radiocadena Española, emisora original de «El Canalla»

A principios de los años 80 me surgió la posibilidad de colaborar en un programa radiofónico que conducía ese eterno bon vivant, cronista de la noche killer y actualmente distinguido crítico culinario que es Javier Agulló. No recuerdo si se trataba de La senda de los elefantes, tampoco qué emisora ni otros detalles1. Ni siquiera puedo asegurar que llegara a verme remunerado por ello. La cuestión es que nos pusimos de acuerdo para crear una radionovela, suerte de folletín canaille. Yo la escribí, bajo el seudónimo de Justo Luis Leguineche de Zabala, y Agulló la interpretó, poniendo voz a casi todos los personajes y consiguiendo una magistral creación con el protagonista, Paco, que a mí en el fondo siempre me recordó a Alfonso Guerra.

No había nada preparado. Yo me ventilaba los guiones de un día para otro, la mayoría momentos antes de salir a antena, y por consiguiente Agulló nunca sabía con lo que iba a encontrarse. Era una majarada sin pretensiones, una tontería, una travesura con la que pasar el rato. Sin otros efectos de sonido que los que nos inventábamos en el momento, con una ambientación musical en la que predominaban himnos legionarios y marchas militares, El Canalla llegó a convertirse en un espacio de culto entre taxistas y freaks varios de Barcelona y alrededores, levantando también no pocas protestas por parte del sector bienpensante de los oyentes, a los que cada tarde, de lunes a viernes, escandalizábamos las sobremesas. Pese a que razón no les faltaba, pues de eso se trataba, de eso y de reírnos de la provinciana Barcelona de aquella época, en los inicios de su aldeanización convergente como preludio del igualmente nefasto socialismo olímpico, la directiva de la emisora nunca nos llamó al orden. Aunque fuimos embruteciéndolo progresivamente hasta sumergirnos de lleno en el delirio, El Canalla quedó interrumpida sólo cuando a Agulló se le acabó el contrato, y con él el programa. Quizá mejor así, porque aquello podía no haber tenido fin. En total llegaron a emitirse ciento y pico capítulos. El original del primero se extravió, y he tenido que reconstruirlo, pues en él se presentaba al protagonista, fundiéndolo con el segundo y dando lugar de ese modo a un capítulo introductorio de extraordinaria longitud. Esa, y alguna que otra corrección, han sido las únicas licencias que me he permitido en esta revisitación, cuya periodicidad se prevé de dos capítulos al mes.

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  1. Xavier Agulló nos confirma que fue en el programa La senda de los elefantes de RCE

NO SE PUEDE SER REBELDE CUANDO LA REBELIÓN ES LA NORMA

"Wall Street is War Street"

Lenta pero tenazmente, desde que en 1996 comenzara sus andanzas como «colectivo de trabajadores culturales», La Felguera, gestora también de una revista, se ha hecho un hueco en la vanguardia del frente editorial contracultural que Virus desde Barcelona y Pepitas de Calabaza en Logroño, entre otros, sostienen en activo en España. Dicen hacer lo que hacen por el simple placer de hacerlo, y encima les cuadran los números. Hablamos con su corresponsable Servando Rocha (1974), autor de uno de los más sonados tomos del catálogo de esta editorial madrileña, Historia de un Incendio, complemento idóneo de Rastros de Carmín, y antiguo miembro de Muletrain.

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Nuestros Hijos Nos Matarán Mientras Dormimos

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¿Dónde, cuándo y cómo detona el disparo de salida? Murray Wilson arrancándose el ojo de cristal de la cuenca y arrojándoselo furibundo a Brian, el mayor de sus tres despavoridos hijos. La familia Manson, instruida por su particular exégesis de «Helter skelter», abriendo en canal a una gestante Sharon Tate para culminar el asalto al 1005 de Cielo Drive. Phil Spector agujereando el techo de los estudios Gold Star a tiro limpio. Arthur Lee conversando cara a cara con la afilada guadaña de la parca en las más jacosas frondosidades de Laurel Canyon. Los Stooges en misión de busca-y-destruye por su malherida psique durante la domiciliación del grupo en las colinas de Hollywood. Kim Fowley dirigiendo un sello discográfico desde la cabina telefónica de una gasolinera de Sunset Boulevard. Larry Williams presentándose en la mansión de Beverly Hills donde Little Richard ha instalado su infierno artificial y encañonándole con un revolver para que afore los kilos de cocaína que le adeuda. Joan Jett escribiendo para las Runaways en San Fernando Valley aquellos inmortales versos… «no soporto mi casa y no soporto la escuela/soy la zorra que habeis estado esperando/hola mami, hola papi, soy vuestra bomba fétida/hola mundo, soy vuestra chica salvaje».

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LEFA RANCIA EN EL FONDO DE UN BOLSO DE MUJER

Este relato que a continuación les aguarda fue escrito como parte de una serie, inacabada, cuyos capítulos correspondían a diferentes autores. Una empresa colectiva, digamos. La única normativa de esa tontería era respetar los nombres y rasgos básicos de sus principales protagonistas, todo lo demás podías pasártelo por el forro, cosa que hice de mil amores. No me sobran tiempo ni ganas, pero si me lo suplican como es debido consideraría la posibilidad de darle continuación a las patéticas tribulaciones de Pescaroni. Sorpréndanme.

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Macromassa. Todavía a salvo del exilio interior.

Macromassa

Macromassa

A falta de otros dos para que entrara en vigor la Constitución, y apenas unos meses después de que falleciera Franco y se entronizara rey a Juan Carlos Borbón, 1976 fue el primer año que España vivió en lo que se ha dado en llamar democracia. También fue el año que los Rolling Stones debutaron en nuestro país; el año que Patti Smith publicaba Horses, Phil Ochs se suicidaba, Supertramp pegaba el pelotazo con Crisis? What Crisis?, el punk y el movimiento industrial nacían oficialmente y John Lenon dirimía sus problemas con las autoridades estadounidenses.

En 1976, precisamente, también nacían en Barcelona dos bandas, seminales si bien por distintas razones, pese a que ninguna consiguió aquello para lo que había sido concebida: alterar las todavía rígidas estructuras de su época. Ambas serían consideradas introductoras de la filosofía punk en la península. Treinta y cuatro años después, siguen vivas y tenazmente ignoradas por la oficialidad. Hablamos de La Banda Trapera Del Río y Macromassa.

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Cocaína. Blanco nuclear.

Ruta 66 con portada del Informe Farlopa.

Número de Ruta 66 con portada del Informe Farlopa.

La farlopa se consume de todas las maneras posibles y en cualquier ámbito social. Nunca pasa de moda y su uso recreativo se expande sin tregua. Más o menos perjudicial que el alcohol, amante diligente o perra destructiva, una cosa está clara de la cocaína: es la sustancia ilegal más codiciada del planeta.

Todos los farlópodos coinciden en una cosa, lo peor de la perica es que se acaba, con el fastidioso agravante, por ende, de hacerlo demasiado pronto. ¡A cuántos episodios patéticos de busca y captura habrá precipitado la consternadora visión de una papelina súbitamente vacía! ¡qué desesperada vileza no habremos estado dispuestos a cometer con tal de procurarnos más polvos, aunque su aspecto y sabor sean sospechosamente idénticos a los del yeso molido! Por muy servido que vayas, toda oposición es inútil. Tampoco vale dárselas de estrecho y repetirse aquello tan iluso de “esta noche ni un tirito, una copa y a casa”. Ante la sola mención de la palabra fatal, !!coca!!, los ladridos de los chuchos de Paulov empiezan a propagarse por nuestros neurotransmisores con acaparadoras resonancias. El mensaje es pristino: el mundo es una roca y hay que esnifársela.

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Por favor, insúltame

De qué va el rock macarra

"De qué va el rock macarra", por Diego Manrique. Primer libro sobre punk en España.

Bonito marrón. Anda la cúpula mofetil urdiendo un número especial dedicado al punk y mi colaboración es requerida. Como ya están todos los temas adjudicados, me toca lo que nadie más ha querido, deduzco. En líneas generales, se trata de trazar un recorrido didáctico, divagación si lo prefieren, por la etimología de la palabra «punk»; es decir, exponer el origen de dicho vocablo, «la razón de su existencia, de su significación y de su forma», que dice el amigo Julio Casares en su diccionario ideológico. ¿Hola? ¿Todavía siguen ahí? A priori, un tema soporífero para quien no sienta cariño por esas hermosas criaturas que son las palabras, madres de todo lenguaje. Apasionante, por el contrario, si nos dejamos guiar por la curiosidad natural, esa que nos conduce hacia lo insospechado. No es este ni lugar ni momento para recordar las enseñanzas de Octavio Paz sobre el poder poético de las palabras, pero si para evocar la primera explicación respecto a la génesis léxica del punk aparecida en la España de la época. Si no me equivoco y nadie más lo hizo antes, fue el ínclito Diego Manrique quien dedicaba un capítulo del librito De qué va el rock macarra (Ediciones La Piqueta, Madrid 1977) a la etimología del punk:

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Cine de delincuencia juvenil español 1976-1985

Con anterioridad a que el asunto estuviera de moda y hasta el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona le dedicara una exposición por todo lo alto, aparecía este artículo en el nº163 de Ruta 66, en el año 2000. Por aquel entonces las películas del género quinqui languidecían en los video-clubs, consultadas a menudo por el pueblo pero todavía a salvo de las carroñeras garras del culto. El Vaquilla aún vivía, y uno de los mayores alicientes de aquella empresa fue adentrarme en las fétidas tripas de la Vía Trajana, marginal barrio barcelonés en el que me entrevisté con camellos varios y parentela cercana del Vaquilla. Puro lúmpen suburbial, gueto quasi guantanamero, cercado por numerosas unidades móviles policiales, en el que en cada esquina se apostaba un vigía para gritar aquello de «¡¡agua!!» cuando la madera decidía internarse para dar una batida. Ríanse ustedes de las películas americanas. No creo que los individuos, alijos y arsenales armamentísticos que allí ví tuvieran parangón con nada de lo que la ficción cinematográfica ha urdido, incluida la quinqui.

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